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CIUDAD DE MÉXICO, 15 de marzo de 2016.- José Hernández todavía recuerda cómo es estar en el espacio. Aún se emociona y le brillan los ojos mientras lo explica, no importa que hayan pasado siete años, según publica el diario Excélsior.
Siempre sonriente, y bajo un traje azul marino que porta en la solapa un pin de la NASA, lo muestra y no olvida lo difícil que le fue cumplir su sueño de llegar a esta agencia espacial, subirse a un transbordador, o cohete espacial, como cuando vio al Apollo 17 alunizar en una pequeña tele de Bulbos, mientras descansaba de la pizca de jitomate, pepino o cerezas, lo que hubiera que recolectar ese día.
“Doce veces lo intenté, y lo logré. Nunca hay que perder la perseverancia. Ver la Tierra desde otra perspectiva te cambia la vida. Tiene un impacto profundo en ti. Ver cómo la capa de ozono está ya muy delgada, delicada. Me convertí inmediatamente en un medioambientalista, y dije hay que cuidar nuestro medio ambiente, pues se ve muy descuidado desde acá arriba. En ese aspecto, me cambió la vida ir al espacio”, dice mientras pide un café y da una mirada a la portada naranja de su nuevo libro infantil: El Niño que tocó las estrellas.
Hernández no lleva un smartphone en las manos, o algún equipo que lo haga parecer un ingeniero o científico interesante con prisa, pero sí mantiene la mirada y la sonrisa perspicaz de aquel niño de diez años que se sentó con su padre en la mesa de la cocina hace ya unos ayeres para abiertamente explicarle que su sueño era viajar al espacio.
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