Teléfono rojo
A partir de ahora se termina el gobierno “reformatorio” para pasar a la gestión de las nuevas reglas de un complicado –y peligroso– juego de intereses; para administrar con tino… el destino nacional. Trabajar para amarrar.
Sin duda, Enrique Peña Nieto debe estar satisfecho. Siendo candidato, prometió sacar adelante las reformas estructurales demandadas por el país, en materia educativa, financiera, político-electoral, de telecomunicaciones y radiodifusión… y la madre de todas estas, la reforma energética, la cual derribaría ancestrales mitos, con el riesgo de despertar al México bronco.
El Presidente de la República cumplió la palabra empeñada. Todo salió como soñaba; no ocurrió lo que tanto se temía. Ahora podrá presumir, en su segundo Informe, cambios de paradigmas, intentados durante veinte años –sin mayor éxito– por sus predecesores.
Peña Nieto logró todo esto mediante una impecable operación política instrumentada por sus “Tres Ases”: el Secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong –quien por cierto acaba de cumplir “el tostón”–, el Secretario de Hacienda, Luis Videgaray Caso, y el jefe de la Oficina de la Presidencia, Aurelio Nuño Mayer… y desde luego, con el apoyo de dos brazos fuertes, curtidos en mil batallas legislativas, los sexagenarios Manlio Fabio Beltrones y Emilio Gamboa Patrón…
La minuciosa labor estratégica de Peña Nieto comenzó al lograr la unidad de su propio partido, de regreso al poder después de la “docena trágica”; sume la costosa negociación de una reforma política, metida con calzador por el PAN… y la oportunidad de la coyuntura marcada por la debilidad de una izquierda dividida.
El Presidente puede festejar… aunque no demasiado.
Los cambios logrados en su primer año y medio de gestión demandan el verdadero desafío que significa llevar a la práctica, con éxito, todo lo plasmado en el papel.
El Gobierno Federal debe demostrar, a partir de ahora, su capacidad de aplicar la ley, utilizar la reforma energética como catapulta para el desarrollo y enfrentar la codicia de los grandes tiburones mundiales de la industria, que nos pueden comer vivos, como advirtió el gobernador de California, en su reciente visita al país. Abrir las puertas del petróleo sin perder el control, no será sencillo, tomando en cuenta presiones y tentaciones, al compás de una danza de miles de millones de dólares.
Peña Nieto debe evaluar si quienes negociaron las reformas estructurales son capaces de ponerlas en práctica. El manejo político debe ser superado por una eficiente operación técnica encaminada a obtener resultados inmediatos.
De aquí a 2018, los números deben demostrar que valió la pena el cambio.
Con la agenda de cambios completa, no hay pretexto para darle la vuelta al sentón económico. Ni el Presidente, ni su Secretario de Hacienda, tendrán argumentos para justificar los recortes crónicos a las expectativas de crecimiento, que de continuar en caída libre, frustrarían la ola de optimismo por las leyes promulgadas.
En lo inmediato, también asoma el reto político-electoral. Los comicios federales del próximo año mantendrán muy ocupada a la maquinaria gubernamental; no se puede perder lo ganado en la batalla; seguramente la necesidad política impondrá movimientos de ajedrez para mover piezas clave del gabinete en busca de votos para brindarle al régimen mayor fuerza y presencia en municipios, estados y la Cámara de Diputados, todo esto, a partir del 1ºde septiembre… y en medio, Peña Nieto habrá de poner remedio a la incontinencia vandálica y la intransigencia ideológica de la CNTE, en reacción furiosa por la aplicación de la reforma educativa, que ha colocado a la evaluación como el centro del instrumento más importante para castigar y premiar a los maestros.
Terminó pues, “la madre de todas las batallas”, sí, la primera etapa del sexenio peñanietista… “pero esto no acaba, hasta que se acaba”, diría aquel famoso cronista beisbolero, el añorado Pedro, El Mago, Septién.
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