Sin mucho ruido
Que así sea
En la década de los 70, Acapulco tuvo un crecimiento poblacional de 14 %. Eran los años de un populismo gubernamental exacerbado: se legalizaban los terrenos invadidos y se les dotaba de servicios urbanos, lo que puso a esta ciudad de desarrollo anárquico en la mira de los pobres y de los oportunistas: “había trabajo en una hotelería próspera, y por si fuera poco, te podías hacer de una vivienda con la ayuda del sector público”.
Con Luis Echeverría como presidente de la República (1970-1976) se auspició la invasión de un enorme predio colindante con el complejo turístico “Tres vidas en la playa”, que frenó temporalmente la inversión en el litoral oriental del municipio. Una huelga manipulada por el “echeverriato”, obligó a Troy V. Post, propietario del hotel, a abandonar el proyecto, que se trasladó a Hawaii. Los dos campos de golf de 18 hoyos cada uno, las villas, cuartos de hotel, piscinas, restaurantes y bares, cubiertos por la maleza, marcaron el inicio de la debacle del entonces principal centro turístico del país.
Los terrenos invadidos junto a “Tres vidas en la playa” se convirtieron en la colonia “Alfredo Bonfil”, en memoria de un líder priista (dirigente de la CNC) que en esos días murió en un accidente de aviación, y que era muy apreciado por Luis Echeverría Álvarez.
Troy V. Post, que era uno de los accionistas principales de la aerolínea “Braniff International”, con dos vuelos diarios a Acapulco, fue imitado por otros inversionistas nacionales y extranjeros, ya que consideraban que en Acapulco no había garantías para los empresarios. Y mucha razón tenía en sus consideraciones.
En esa década se construyeron los principales hoteles de la llamada “zona dorada”, pero el daño ya estaba hecho. El crecimiento poblacional disminuyó y Cancún, Puerto Vallarta y Los Cabos desbancaron a Acapulco.
Mucho mejoró el estado de cosas acapulqueño durante el gobierno estatal de José Francisco Ruiz Massieu (1987-1993), que logró para este destino de playa la construcción de la Autopista del Sol, que nos comunica con la ciudad de México en tres horas y media, y que afortunadamente nos surte del turismo del altiplano, beneficio que nos ha salvado de la ruina total.
Otro logro del gobierno de Ruiz Massieu, fue el proyecto Punta Diamante, que es la zona donde ahora se invierte y se genera la oferta de trabajo: hoteles de lujo, plazas comerciales, el Fórum Imperial y etcétera, pero que ha dividido a Acapulco: el viejo puerto turístico, en la bahía, con hoteles construidos hace más de cuarenta años (el más reciente es el hotel Crowne Plaza, inaugurado en 1981) y el nuevo y esplendoroso Acapulco, en Punta Diamante.
Es cierto que el populismo de Luis Echeverría benefició a las zonas populares, pero frenó el desarrollo económico. No hay oferta de trabajo para más de trescientos mil habitantes (el 40 % de la población) que se ven obligados al comercio informal y a integrarse, afortunadamente una minoría, al crimen organizado o desorganizado.
Por lo anterior, es urgente que el gobierno federal aplique políticas públicas que mejoren el “viejo Acapulco”: créditos para la remodelación de los ya viejos hoteles de las zonas “tradicional” y “dorada”, ampliación de calles y avenidas, mejoras en los parques públicos y dotación a los barrios históricos de canchas deportivas y zonas de esparcimiento popular.
Pues insistimos: la ruina no es total y podemos resurgir como un gran centro turístico. El Ave Fénix resurgió de sus cenizas, pero Acapulco tiene cuerpo vívido, vigoroso. Que así sea.