Teléfono rojo
Conmovedora conversación con Marcela de Jesús
Hablé con ella. Me llamó a mi móvil Mario Martínez, esposo de Marcela de Jesús Natalia, para informarme de la salud de su compañera y, para mi gran sorpresa, pasarme al teléfono a la apreciada locutora indígena que quería decirme algo.
Su característica voz cristalina, que cuando habla ñomndaa (amuzgo) como toda lengua tonal parece que hace música, se sentía decolorada, apagada, triste, pero al mismo tiempo, como diciendo “estoy viva y estoy muy agradecida con el Supremo”.
“Maestro, gracias por preocuparse por mí, lo quiero mucho”, dijo arrastrando las palabras, apenas unas horas después de habérsele practicado una intervención quirúrgica de reconstrucción en la boca donde recibió uno de los dos balazos que el joven criminal, Irving N, le disparó el pasado 3 de junio al salir de la estación de radio donde trabaja, en Ometepec.
Me dijo otras cosas más que no entendí y que por prudencia, conociendo del esfuerzo que hacía para hablar no quise pedir que me repitiera. Al escuchar su entereza por comunicarse, no dejé de estremecerme, y de reconocer a la indígena guerrera, valiente e inteligente que ha sido Marcela, a quien en la vida le ha tocado caminar cuesta arriba y ha llegado a la cima y a la que conocí años atrás.
Al concluir la breve conferencia y después de desearle parabienes para que en lo más breve posible se restablezca y regrese a la actividad que ama y que la ha dado a conocer en las naciones mixteca y amuzga de la Costa Chica de Guerrero y de Oaxaca, le pedí me pasara a Mario para despedirme.
Hecho lo propio me enteré que los dos balazos que le disparó el sicario iban dirigidos a la cabeza, uno en la boca y otro en la oreja. Qué mensaje más emblemático quiso dar este mensajero de muerte en su acción fallida contra la locutora amuzga: eliminarla, por los dos sentidos más importantes en su labor informativa con su pueblo por la radio; eliminar la posibilidad de escuchar, función fundamental para la comunicación, quién no escucha no se entera y, por lo tanto, no tiene nada qué decir.
El otro balazo, que pretendía arrebatarle la vida, en la boca, era un mensaje para los otros que a través de la palabra y el micrófono, la actividad más significativa en la vida de Marcela, han denunciado los abusos de los caciques en la región y han sometido con balas y malos tratos a los indígenas amuzgos que caminan tristes con su pobreza por las calles de Ometepec.
Fue una lúgubre metáfora que buscaba el silencio y dirigida a los otros, a los que se obstinan en seguir denunciando.
Afortunadamente el destino de hombres y mujeres no siempre está en las manos de la gente mala. Marcela está viva y continuará, primero con su restablecimiento físico y sicológico, y después volverá a lo que sabe hacer: dar voz a los de su etnia a través de la radio y organizar a su pueblo.
Marcela vive, los asesinos tiemblan.