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ACAPULCO, Gro., 3 de julio de 2017.- Como en los viejos tiempos de hegemonía priísta. Como si no hubieran hecho un paréntesis de doce años para regresar a Los Pinos. Como si no hubiera reprobación pública nacional a la gestión federal. Como si todo fuera viento en popa. Como si este país no se estuviera resquebrajando. Como si no faltara un poco menos de un año para el examen final de esta administración frente a las urnas. Como si nada, la nomenclatura priísta festeja, funcionarios del gobierno federal, estatal y hasta el presidente municipal de Acapulco Evodio Velázquez Aguirre, una especie de invitado invisible en la segunda fila del presídium, le dan la bienvenida al gran Tlatoani venido del frío, el presidente Enrique Peña Nieto.
Todos cuadrándose con el poder presidencial, con el poder del águila, hasta el mexicano más rico del mundo, Carlos Slim. Y como aquí también hay clases sociales, el resto rindiendo pleitesía al dinero, a la figura rechoncha del propietario del ex monopolio de telecomunicaciones. La cabeza de la empresa que construyó el Macrotúnel, cuya inauguración los reúne.
Todos con una cara de aprobación, sonrisas gratuitas, caras de babas o de absoluta aprobación para lo que diga, “para lo que ordenes, don Charlie”, entre ellos el presidente municipal de los acapulqueños y una bola de curiosos que escuchan con supuesta atención, mientras el helicóptero del gobierno del estado aterriza muy cerca de la puerta del flamante túnel con su pesada carga de poder: el presidente de la República, Enrique Peña Nieto; el gobernador Héctor Astudillo Flores y altos mandos militares.
Tres horas antes convocaron a los invitados. Un club de rostros conocidos de la polaca, la grilla profesional, de filias y fobias entre Caínes y Abeles. Tropicalizado el asunto: figueroístas, renejuaristas, añorvistas, aguirristas conversos, los del pujante grupo del gobernador, ya conocidos como astudillistas, quienes dueños del evento manejan con temple a este zoo humano, que como los tiburones no se andan con jaladas.
Sí, sin jaladas, como llamó el fiscal Xavier Olea Peláez, a todas sus pulseras que hacen la diferencia entre la única protección colorida y santificada ante Shangó que lleva en el pulso izquierdo para protegerse ante la violencia, la inseguridad, las malas vibras en la entidad.
Mensaje subliminal para la ciudadanía guerrerense, ante la incapacidad de los tres órdenes de gobierno para proteger a los suyos: la santería como último recurso. O como el primero.
Antes de la una de la tarde se han palmeado la espalda todos: el ex gobernador Rubén Figueroa, que llega abrazar a toda la primera fila de invitados, pasando por el secretario de Gobierno Florencio Salazar y la mayoría de diputados priístas, pasando por la presidenta de la Comisión de Gobierno del Congreso, Flor Silvestre… perdón Añorve. Con Figueroa llegó el diputado Héctor Vicario, quien con absoluta disciplina priísta, se perdió en la tercera fila.
Por ahí anduvo Efrén Leyva regresando de una especie de exilio dorado en San Diego, y pasa a saludar al MAL, por sus siglas Marco Antonio Leyva, su pariente y a quien supuestamente iba a sustituir. Nada más falso: regresa a la burocracia partidista gubernamental en el Centro. Se acomoda codo a codo con el hijo del Tigre de Huitzuco.
Manuel Añorve saludando a todos hasta estacionarse en la zona VIP, primera fila, al lado del secretario de Gobierno y del diputado añorvista, of course, Samuel Reséndiz, quien anda con su imagen en el culo de los chimecos acapulqueños, para lo que se ofrezca.
Y también antes de la inauguración esto se convirtió en un placeo de aspiraciones tricolores, donde algunos pretensos caminaron por la pasarela con un público bien entrenado. Fue el caso de Ricardo Taja, que fue vitoreado desde el Bronx priísta, un corral donde metieron todo aquello que no fue VIP.
Después de la una de la tarde, el presidente no arriba al ceremonial para el que fueron convocados, algunos desde las 10, otros a las 11. Entumida, engarrotada, la multitud se mueve. Hasta que un convoy de camionetas negras toma la entrada del salón improvisado a la entrada-salida del Macrotúnel, del lado de la Cayaco-Puerto Marqués.
Un río de guaruras fluye. Himno Nacional. Cual protagonista de telenovela, el presidente con un coqueto guiño saluda a la cámara. Saludos militares. Triqui tri triqui… raaa… Corte de listón. Una y 17 de la tarde, esto apenas comenzó. No faltó el “Qué linda está la mañana…” para el gobernador Héctor Astudillo por su cumpleaños 60 menos uno.
El camino del Presidente al templete es un mar de manos extendidas. Acercamiento de los de siempre, demandas, solicitudes, fotos, celulares en transmisiones de Facebook Live. Los hombres de chaleco y casquete corto aquí cuidando al visitante. Peña toma un celular y se hace una selfie. El grito “Peña, Peña”, se repite. Y uno se pregunta: ¿dónde está la reprobación de las encuestadoras? Claro, es la disciplina priísta, el dogma de fe presidencial. Y unos jóvenes varones sin ningún prejuicio machista, como quinceañeras en flor de blanco, provenientes de Costa Chica, entonan mañanitas a su gober, y el “Peña amigo…”.
Tres horas después inicia la verdadera ceremonia a la que el respetable fue convocado. La otra, la inicial, sólo fue un performance con la gente de siempre, que se comporta como si nada estuviera pasando. La que sueña en tiempos mejores, pero para ellos. Nada más para ellos.