Propuestas y soluciones
Apartheid nopalero y la visita de Peña Nieto
La aporofobia es un concepto nuevo que busca clasificar un comportamiento de ciertos sectores sociales, poseídos por los valores de la ideología del dinero y del mercado, verbigracia los contenidos para retrasados de las telenovelas de Televisa, para marcar su territorio ante los pobres.
En el puerto de Acapulco, desde su creación como destino turístico para gente adinerada, este prejuicio es recurrente no sólo de los ricos ricos, sino de los pobres que sirven a sus patrones del Centro.
Son notables, significativos, como despreciables, los actos de segregación y discriminación racial y económica llevados a cabo por restauranteros, hoteleros y discotequeros acapulqueños, los más cínicos; estos últimos con un gorila local a la entrada del picadero de luxe, controlando el acceso con una cadena que impide el paso a todo aquel que no se parece a los que derraman el vino y la lujuria, sus patrones. En este apartheid nopalero, de complicidades mutuas, de luces, de sonrisas de cuche para Hola, para Caras y toda esa mierda que embarra mensualmente la cara de la mayoría de mexicanos pobres.
No se inventó aquí. Existe en todo el país y esta ideología pinche, esta conducta malsana de una sociedad que ha perdido el faro entre balas y chocolate, se reproduce en todos los sectores sociales acomodados hacia bajo. Pero en Acapulco, ya lo decíamos aquí en Quadratín, a propósito del festival de motocicletas realizado en la Costera (no confundir con el realizado en el confort de las cinco estrellas del Princess), la burguesía cevichera es aporofóbica.
El lunes pasado estuvo en el puerto el presidente de la república Enrique Peña Nieto rodeado por todos los de siempre, los que cada sexenio, esté el PRI o el PAN en el poder, rinden tributo al presidencialismo, claro, buscando más confort del que han tenido.
En ese evento, uno de los más conspicuos representantes, miembro de la aristocracia propietaria de la industria del ceviche, el reconocido chef Eduardo Wichtendahl Palazuelos, habló en nombre de los suyos y razonablemente pidió crear zonas protegidas donde la voraz y antiambientalista industria inmobiliaria ha dejado pequeños espacios, los cuales, dijo, deben ser recuperados para solaz de los acapulqueños. Pidió seguridad para el empresariado, créditos para el sector… y luego vino el dislate: cárcel para los bloqueadores de carreteras, por lo general, pobres. ¿Fue su discurso aporofóbico?
En la inauguración del Macrotúnel hubo otras acciones que quisieron pasar como tal, como de desprecio hacia los pobres. En este caso la forma en que el Estado Mayor Presidencial trató, sin los protocolos acostumbrados, al presidente municipal Evodio Velázquez Aguirre, al asignarle segunda fila en el evento atrás de El Costeño, quien no parecía el comediante, todo de lino blanco y sin iguana de trapo al hombro, con lo que se le dio más importancia al showman que a la autoridad de este municipio.
Velázquez Aguirre y su desaseada administración son indefendibles, pero como presidente municipal tiene mayor peso que el cómico de Televisa.
Pero la prepotencia que ha caracterizado al alcalde le ha cobrado facturas. Al llegar al evento quiso entrar sin gafete al territorio de máxima seguridad, vigilado por centenas de guardias de todo tipo y bajo el control del Estado Mayor Presidencial.
Ahí fue obligado a colocarse el gafete como todos los asistentes al evento de inauguración.
-Soy el presidente municipal -dijo el alcalde al guardia.
-Si usted no se coloca el gafete no puede entrar.
Arrugando la nariz, Velázquez Aguirre se colocó en el cuello el gafete verde.
¿Fue una acción aporofóbica?