La destrucción y el nuevo partido
Venezuela y el apocalipsis que viene
Por el momento, la disputa por el poder en México pasa por el tema de Venezuela. La estridencia que la situación venezolana adquirió en el país en los meses recientes, pero con particular sonoridad desde el domingo pasado, parece responder a un diseño instalado por el presidente Enrique Peña Nieto con la mira puesta en las elecciones de 2018. Es la política de todo contra el “populismo”, considerado éste como el apocalipsis y ejemplarizado con la crisis venezolana.
En ese empeño el gobierno de Peña Nieto ha sacrificado principios fundamentales de la política exterior del país y asumido una posición intervencionista plegado a los intereses del gobierno de Estados Unidos. Ese es el significado del desconocimiento por parte del gobierno mexicano, de la elección de la Asamblea Constituyente de Venezuela, realizada el domingo anterior, según adujo porque fue un proceso contrario a los principios democráticos.
Pero no es la situación de la democracia en Venezuela lo que realmente preocupa y ocupa al gobierno de México, sino estigmatizar y demonizar al precandidato al que las encuestas sobre el 2018 sitúan en el lugar más aventajado, que es el líder de Morena, Andrés Manuel López Obrador. En su versión más burda y corriente, con esa campaña se ha pretendido ver en López Obrador a un “Nicolás Maduro” para concluir –como lo hizo Vicente Fox— con el amago de que se le debe impedir que llegue a la Presidencia de la República.
No parece que se vaya a dar marcha atrás a esa estrategia de asustar al electorado con el fantasma del “populismo” y la crisis venezolana. La puso a rodar el presidente desde hace dos años, pero con mayor claridad la trazó el 22 de marzo en Acapulco, durante la inauguración de la convención bancaria. Dijo ahí Peña Nieto que el avance del “populismo” pone en riesgo los valores que defiende el liberalismo, en el entendido de que el liberalismo es la política de su gobierno, gracias a la cual “el México actual ya es muy distinto del México de hace cuatro años”.
En aquella fecha, un comunicado de la Presidencia dio a conocer que por “populismo” Peña Nieto se refirió “a las posiciones dogmáticas que postulan soluciones aparentemente fáciles, pero que en realidad cierran espacios a la ciudadanía. Esto en contraposición a la sociedad de ciudadanos libres que hemos logrado como país, en la que el papel del Estado es ser garante de esta libertad, abriendo oportunidades para su desarrollo”.
El presidente advirtió además que “el riesgo de que las sociedades opten por salidas ilusoriamente rápidas va en aumento”, y que ese escenario “no es del todo desconocido”, pues “en la historia del mundo existen ejemplos de cómo la llegada de doctrinas extremas termina lastimando las condiciones de vida de la población, profundizando aún más el descontento ciudadano”. En consecuencia, concluyó, “la lección que nos dejaron estos episodios es que no hay salidas fáciles, ni soluciones mágicas”.
El discurso de Acapulco mantuvo a su vez correspondencia exacta con el discurso que el presidente dio el 4 de marzo en el 88 aniversario del PRI, donde advirtió contra el riesgo de la parálisis que representa la derecha y el vacío que representa la izquierda “demagógica”. También es prácticamente el mismo discurso que ofreció el 27 de noviembre de 2016 en una reunión del Consejo Político Nacional del PRI, donde dijo que su partido ganará en el 2018 para “no regresar a modelos obsoletos y caducos” y para “mantener la certidumbre y estabilidad y retomar el estancamiento”. “Populismo”, en los términos de Peña Nieto, es López Obrador.
No es casual, en consecuencia, que el gobierno federal crea encontrar en la crisis de Venezuela una forma didáctica de enseñar a los electores del 2018 el apocalipsis que caerá sobre el país si votan por Morena.
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