Hoja verde
Humor para sortear el presente
Con excepción de los pocos, pero estupendos, moneros, y los gazapos involuntarios de no pocos articulistas, el humor en el periodismo mexicano contemporáneo es rara avis.
Casi todas las redacciones de la prensa son salones solemnes, habitados por analistas de caras largas y sesudas peroratas aún más largas, convencidos de que la política y los políticos son temas demasiado serios como para hacerse los chistosos.
Vaya ironía, pues como bien saben los moneros, no existe mejor paraíso para el humor que los malos gobiernos y sus políticos, particularmente de países subdesarrollados y abundantes en problemas y conflictos… como los de México.
Sin embargo, la mayor parte de los periodistas parecen más papistas que el papa, retomando con toda gravedad y circunstancia casi todo lo que los políticos declaran, sobre los temas que los políticos imponen y consideran relevantes en la agenda pública.
Hace algunos años, un amigo y entonces colaborador de un programa de radio que yo dirigía, al preguntarle por qué no participaba con sus comentarios cuando hablábamos de política, me respondió con chicha, pero contundente e implacable calma: “es que casi siempre dicen puras pendejadas, y si me engancho, siento que lo único que hago es validar sus pendejadas”.
Quizá mi amigo sea un poco injusto y hasta exagerado, pero cuando se trata de política, nunca debe menospreciarse la importancia del sentido del humor y de una piel gruesa y resistente… especialmente en los políticos. Ya decía el extinto José Francisco Ruiz Massieu: el humor es requisito de la inteligencia.
Lo comento a propósito del malhumor nacional, tan evidente en el debate de nuestros problemas, un culebrón cargadísimo de melodrama y carentísimo de buen humor, tanto de los políticos y sus partidos, como de los periodistas y sus medios, y ahora de los mexicanos en las redes sociales… ni tan sociales.
O sea, en pocas palabras, a propósito del buenísimo sentido del humor que necesitaremos los mexicanos para sortear la bola de broncas electorales, sin grandes daños sicológicos y espirituales.
Y es que no es fácil, ni lo será, mantener el ánimo intacto ante la avalancha de escándalos mediáticos que se nos viene encima, desatada por los dimes y diretes que los políticos se endilgaran recíprocamente.
Tampoco será fácil para los reporteros asignados que difundan esas maledicencias, mantener el buen humor con el montón de “nunca-dije-eso” que seguro les endilgarán, de a tiro por viaje, sus declarantes.
Sobre estos penares reporteriles, Art Buchwald escribió en su columna de The Washington Post que “cuando se trata de filtraciones, los políticos siguen siendo nuestra mejor fuente. Ellos usualmente te dicen algo que afectará al tipo en la oficina de enfrente”. Pero también alertó a los periodistas con fama de críticos: “Si atacas al establishment con tiempo y dureza suficientes, ellos te harán miembro”.
En este sentido, a pesar de su cercanía con la política de Washington, Buchwald siempre supo mantenerse a salvo de las tentaciones del poder y alejado de la rigidez editorial de sus colegas. El humor y las observaciones que compartió con sus lectores le ayudaron a recibir el premio Pulitzer en 1982.
El legendario periodista, escritor y humorista estadunidense, satirizó con su pluma “las tonterías de los ricos, los famosos y los poderosos” durante medio siglo. Como el humorista político más leído y temido de su tiempo, disfrutaba ‘stirringthepot’ –expresión popular gringa que literalmente significa ‘revolviendo la olla’, pero que se entiende algo así como ‘amarrar navajas’–, y lo hacía “nunca con malicia, siempre con vigor”, escribió en su obituario The New York Times, en enero de 2007.
Comparto con ustedes un puñado de las mejores frases de Buchwald sobre la política y la vida, como buenos consejos para sortear el temporal electoral que tendremos que padecer:
“Los que viven en casas de cristal, todo el tiempo tienen que lavar sus ventanas”.
“Ya no se puede inventar nada más, el mundo en sí mismo es una sátira. Lo único que hacemos es registrarlo”.
“No tengo idea de a dónde voy, pero la verdadera pregunta es: ¿qué estoy haciendo aquí en primer lugar?”.
“Sean estos los mejores o los peores tiempos, son los únicos tiempos que tenemos”.
“La gente me pregunta qué estoy tratando de hacer realmente con el humor. La respuesta es, ‘desquitándome’”.
“Cuando la economía mejora, todo lo demás empeora”.
“No son estos tiempos sencillos para los humoristas, porque el gobierno siempre es más gracioso que nosotros”.
Y vaya que en México los gobiernos son más hilarantes que los humoristas en la prensa tradicional, en paradójico peligro de extinción ante el apogeo y proliferación de humoristas políticos en los nuevos medios. Youtubers, bloggers, y principalmente los productivos memeros, que como Buchwald satirizan “las tonterías de los ricos, los famosos y los poderosos”.
Afortunadamente para estos, porque poco les duele y los exhibe más que el humor. Por eso Brozo se volvió tan incómodo en Televisa, porque se burlaba y reía de todos, sin perdonar a ninguno, en vez de tomarlos en serio. Y eso, para nuestra clase política simuladora, acartonada y tan escasa de humor autocrítico, es una afrenta, un exceso, una amenaza.
Porque tantas y tan buenas (o malas) razones para reírse dan unos como los otros, verdes, azules, amarillos, naranjas y morenos. Cuando Enrique Ochoa acusa de corrupto a López Obrador, cuando el PAN y el PRD tratan de justificar su alianza, y cuando el Peje intenta defender a Maduro.
Con semejante paisaje y repertorio, los humoristas son urgentes e indispensables para sostener el ánimo, evitar la amargura, mantener la cordura y la certeza colectivas.
“No sé lo que sigue, y tampoco lo sabe nadie”, decía Buchwald. “Es algo que debemos encarar. El problema es que muchos no quieren hacerlo. Y hay negación. Si alguien lo dice, como yo, todos se sienten mejor al poder cuando menos discutirlo”.