Corrupción neoliberal
El cinismo, el verdadero peligro
Estamos tan acostumbrados a los escándalos de corrupción de nuestros gobiernos, que la noticia de que el titular de la Procuraduría General de la República (PGR), Raúl Cervantes Andrade, y varios integrantes de la Asamblea Legislativa de la CDMX, registraron automóviles de lujo en domicilios fantasma del estado de Morelos para evadir el pago de la tenencia, apenas mereció tiempos y espacios secundarios en la prensa, y relativamente poco interés de los usuarios de redes sociales.
Claro, en parte por la distracción del escándalo de la desviación de 192 millones de dólares del Gobierno Federal a compañías inexistentes entre 2013 y 2014, pero la noticia de las tenencias tampoco era, es, peccata minuta.
En cierto sentido, incluso mayor.
Porque el hecho de que el mismísimo responsable de hacer cumplir las leyes, y los mismísimos responsables de aprobarlas, sean quienes las violen, desacaten y manipulen de acuerdo con su conveniencia y beneficio personales, es el colmo de la hipocresía, un retrato fiel del político corrupto y cínico que más desprecian los mexicanos.
De acuerdo con un estudio publicado en julio del año pasado por el diario español El País, ni las niñas ni los niños de ese país quieren ser políticos cuando crezcan.
Más del 50 por ciento de los menores que participaron en la encuesta ¿Qué quieres ser de mayor?, respondió que no les gustaría ser gobernante como opción profesional, y culpan a los políticos de la crisis.
Aunque en estos tiempos, en España, aquí y en China, el resultado parece obvio, la portavoz de la empresa responsable del estudio (Adecco), Margarita Álvarez, explica que “años atrás, cuando les preguntabas qué profesión no querrían desempeñar en el futuro, los políticos no se mencionaban. Pero el rechazo hacia nuestros dirigentes se ha disparado. Sus respuestas son el reflejo del desencanto de la sociedad hacia los que nos gobiernan”.
El estudio también demostró que las preocupaciones de los adultos, como la corrupción, “son las mismas que inquietan a los niños”. Pero quizá lo más desalentador es la arraigada percepción infantil de que los políticos mienten y manipulan la realidad, para sacar provecho de la gente que dice servir.
En otras palabras, los niños españoles piensan que los políticos no son confiables, que son hipócritas.
No hay necesidad de un estudio para suponer percepciones similares entre los niños mexicanos.
Y es que cualquiera reconoce a un hipócrita. Esa persona que aparenta lo que no tiene, y que simula lo que no es, con la intención de lograr algún beneficio por medio del engaño. Esa es su principal característica, el engaño intencional.
Pero vale la pena distinguir al hipócrita del presumido, ese que también aparenta lo que no posee, pero carece de la malicia del hipócrita. Porque el presumido es un snob, mientras que el hipócrita es malévolo y torcido, no sólo busca aparentar sino engañar.
Esa es la percepción popular de los políticos mexicanos. Dura y despiadada, aunque en gran medida merecida.
Paradójicamente, la transición democrática y la alternancia electoral parieron la versión más aterradora de la especie. El político hipócrita que termina creyendo que su mentira es verdad, que se convence a sí mismo del engaño que hace a otros. O peor aún, el político cínico. Porque el cinismo en la política es el disfraz del inepto para esconder la desfachatez y la procacidad.
Otra muestra de la hipocresía de nuestra clase política es la puja de alianzas y equipos partidistas hacia la elección presidencial. Toda, sin excepciones, aunque le moleste. La que dice luchar en contra de la mafia en el poder, la que olvida postulados y compromisos para competir, la que advierte candidaturas peligrosas. La que se declara defensora de los intereses populares, y se jura enemiga de los enemigos de la Nación. Esa que Diógenes define claramente: “La que dice cosas buenas y no las hace”.
La que debe entender que el cinismo deshumaniza el sistema político, que la mejor ruta es la verdad, no el engaño, y que el compromiso es con México, no con sus partidos.
Lo que está en juego no sólo es la elección de 2018, sino la confianza de nuestros hijos en que la política sirve para resolver problemas, no para complicarlos más.