Teléfono rojo
Autorretrato de Rogelio Ortega
El ex gobernador interino de Guerrero, Rogelio Ortega Martínez, ofreció el viernes pasado un valioso retrato del grupo de izquierda al que pertenece. Es el retrato de un grupo que finalmente alcanzó el poder en Guerrero en octubre del 2014 con él a la cabeza, y que en el lapso de un año naufragó en el pantano de la corrupción, la traición y la incompetencia.
En un artículo destinado a hacer las veces de responso por la muerte de Lorenzo Ayora Guzmán, uno de los integrantes del que ahora muy bien podemos llamar el grupo de Rogelio Ortega, el ex gobernador menciona a quienes formaron parte del mismo y hace una descripción de la formación ideológica de cada uno de ellos, él incluido. Entre varios más, menciona a Guillermo Sánchez Nava, Saúl López Sollano y Armando Chavarría, a quienes da trato de fraternos camaradas y en quienes nos detendremos en esta ocasión. Con ellos y otros, dice, “organizamos un círculo de estudio de marxismo-leninismo y editamos una modesta revista de divulgación ideológica y denuncia política denominada La Aurora”. Dice Ortega: “…Yo me identificaba con el maoísmo pero también con el trotskismo”. También refundaron la Unión Estudiantil Guerrerense y reorganizaron la Federación Estudiantil Universitaria Guerrerense, ambas de la Universidad Autónoma de Guerrero que entonces vivía los días de la universidad-pueblo, así como la Asociación Cívica Guerrerense y la Asociación Cívica Nacional Revolucionaria. (El Sur, 15 de septiembre de 2017)
Quienes hayan leído el artículo notarán que la evocación de aquellos años parece tener por objeto mostrar el espíritu revolucionario y la firmeza de convicciones del propio Ortega Martínez, no sólo las del fallecido Lorenzo Ayora y de todo el grupo. Es el estilo del ex gobernador: hacer su propio panegírico y distorsionar los hechos. Cuando estaba a punto de terminar su año de gobernador interino, y en un intento de escapar a la severidad del juicio histórico, Rogelio Ortega optó por asumir el papel de cronista de su propio gobierno. Con esa intención durante seis meses escribió y publicó doce extensos y abigarrados artículos, en los que cantó odas a los griegos, incurrió en el disparate de compararse con Ulises, llegó a la conclusión de que hizo un magnífico gobierno y se describió como el eficaz gobernante que llevó por fin paz y armonía al estado de Guerrero.
En octubre de 2015 escribió cosas como “el estado de Guerrero ya no está como hace 11 meses, cuando tomé protesta como gobernador interino”, sugiriendo con ello que estaba mejor; “hoy me siento razonablemente satisfecho, hice mi mayor esfuerzo y creo que logré establecer una paz política relativa”. Y hecha su evaluación, fingió entregarse al escrutinio público: “pero la evaluación les corresponde a ustedes, amigas y amigos”. Según su crónica, ese resultado fue consecuencia de su genio político, pues aseguró que en doce meses de gestión “demostré que sí se podía gobernar de manera diferente, con humildad y sencillez, con el corazón en la mano, con la esperanza depositada en el cumplimento de la palabra comprometida y en los acuerdos suscritos”.
La realidad, sin embargo, decía entonces algo muy diferente de lo que dictaba la desenfrenada autoestima del todavía gobernador. Es verdad que Guerrero no estaba igual que once meses atrás, cuando fue cesado Angel Aguirre Rivero, pero la razón de ello es que estaba peor, y lo cierto es que cuando unos días más tarde entregó la administración al gobierno de Héctor Astudillo Flores, predominaba la percepción social de que el estado se caía a pedazos entre la inseguridad pública y la violencia, el conflicto social causado por el caso Ayotzinapa, la impunidad y la corrupción del gobierno de Ortega Martínez.
Es el mismo caso del artículo del viernes pasado. El ensalzamiento de su activismo estudiantil y su radicalismo ideológico, la camaradería y el entusiasmo del grupo no resisten el examen a la luz de lo que cuarenta años después fue su estilo de gobernar. Ninguno de los ismos contraídos por Rogelio Ortega en la época de los setenta pareció tener espacio en su gobierno, en el supuesto de que las doctrinas aprendidas se hubiesen convertido en sentido común y convicciones. Algo peor, pues en un abandono absoluto del afecto y lealtad con que quiso impregnar su artículo, traicionó con vileza a dos de sus viejos compañeros, a Armando Chavarría y Guillermo Sánchez Nava.
En el caso del primero, mientras fue gobernador estuvo en sus manos, fue su responsabilidad institucional y pudo resolver y castigar el asesinato del que fue víctima su antiguo compañero, pero no lo hizo. No hizo nada por la sencilla razón de que el presunto responsable intelectual del homicidio –el ex gobernador Zeferino Torreblanca— es su amigo. No hay excusa ni pretexto para que como gobernador, Rogelio Ortega haya revictimizado a Amando Chavarría. Pero es lo que hizo.
Y no es una atrocidad menor lo que Rogelio Ortega hizo en relación con el caso de Guillermo Sánchez Nava, quien permanece en estado vegetativo desde enero de 2011, cuando fue ferozmente golpeado por un grupo de militantes priistas en Chilpancingo. Como se sabe, Sánchez Nava, miembro del idílico grupo de Rogelio Ortega en los viejos tiempos, estuvo hospitalizado en la Ciudad de México varios años, y en el 2015 fue trasladado por su familia a la capital de Guerrero, donde yace desde entonces en el abandono. El gobierno del estado entregaba una subvención especial a la familia de Sánchez Nava para hacer frente a los gastos médicos especializados derivados de su condición. No es el caso discutir ahora la legalidad de ese apoyo. Bueno, Rogelio Ortega le retiró esa ayuda a la familia de Sánchez Nava. Para más precisión, fue Saúl López Sollano quien, como asesor de la Secretaría de Gobierno, se encargó de instrumentar el retiro del subsidio.
Si Chavarría y Sánchez Nava pudieran dar testimonio de su amigo Rogelio Ortega, es improbable que lo hicieran con la algarabía con la que éste escribió el artículo del viernes. Por lo demás, es de conocimiento público que los integrantes cercanos del ex gobernador Rogelio Ortega, todos, salieron enriquecidos al cabo de un año de estar en el poder. Todos y en primerísimo lugar el propio jefe del grupo.