Teléfono rojo
La basura que comprometió el descontento
La crisis de la basura en Chilpancingo comprometió el descontento y la irritación de sus habitantes, por el deterioro de la ciudad y el desempeño del alcalde. Una indignación creciente desde hacía rato, que la pestilencia de los desechos amontonados en las esquinas hizo imposible seguir tolerando.
Si tanto nos quejábamos, ¿por qué no hacíamos algo más trascendente que despotricar insultos y reproches en contra del Ayuntamiento?
Si la emergencia era tan grave, quejarse sin reaccionar era incoherente, si la autoridad municipal no resolvía nuestro problema, la protesta pasiva era una incongruencia.
Por eso la crisis comprometió el descontento de muchos, como el de este escribidor. Porque si queríamos cambiar algo era necesario reunirse, dialogar, organizarse, acordar, comprometerse, y participar activamente con otras y otros habitantes, por un objetivo común. Y eso, aquí entre nos discretos lectores de esto, siempre me ha costado harto esfuerzo, paciencia y voluntad.
En mi defensa, déjenme reiterar los requisitos del concepto:
Un grupo está formado por dos (algunos autores dicen que mínimo tres) o más personas que comparten ideas y sentimientos, y trabajan en común por metas conocidas y aceptadas por la mayoría de sus miembros.
Durante ese proceso cada uno juega un papel y cumple funciones específicas; para ello establecen normas para convivir, lo que generará sentimientos de pertenencia y solidaridad… o de rechazo y abandono.
Algo posible y muy probable, considerando los numerosos problemas que deben enfrentar y superar los pretensos miembros de un grupo. Menciono los principales que rigen para cualquier país y contexto:
Falta de un objetivo común, y/o prevalencia de objetivos personales, desconfianza, conflictos interpersonales e individualismos, poca capacidad de comunicación, protagonismo de unos, menos esfuerzo de otros, conformismo y uniformidad, incapacidad para lograr acuerdos y, por ende, más tiempo y esfuerzo invertidos.
No sé ustedes, pero nada de lo anterior son enchílame ésta para mí. Y menos aún, si consideramos los problemas particulares que deben enfrentar y superar todos los pretensos agrupantes mexicanos.
Y conste que no me refiero a los que impone la idiosincrasia y la cultura emblemáticas de este país. Esos obstáculos y contratiempos que sintetizan expresiones populares como: en un ratito, yo te aviso, ahorita, luego lo arreglamos, nada más dame chance, déjame pensarlo, ahí para la otra. Frases amables que, sutilmente, sugieren que lo propuesto no se hará.
Me refiero a los problemas que impone la lógica dominante en nuestra cultura política. Los que debieron enfrentar los que se reunieron, dialogaron, se organizaron, acordaron, se comprometieron, y firmaron la demanda de revocación de mandato del alcalde Marco Antonio Leyva.
Ese “grupito de amigos caprichosos y transas”, de “enemigos del alcalde”, de “enviados del gobernador”, o “del PRD”, con “intereses perversos” e “intenciones obscuras”.
Desde dentro, las maledicencias que desacreditan, condenan, prejuzgan, desprecian, subestiman, cuestionan, o de plano ignoran, se sienten injustas pero se entienden.
Porque desde fuera, la escena de dos, tres o más personas que se agrupan con un objetivo político, parece sospechosa, simuladora, engañosa, procaz y hasta delictiva. Se entiende, claro, con la lógica dominante de la política mexicana y local, esa convicción cínica y maliciosa de que nada es lo que parece, de que siempre hay gato encerrado, de que la corrupción somos todos, de que las cosas se negocian en lo obscurito y se operan debajo de la mesa, de que la lana es la que manda, y del poder por el poder, de que para acertar debe pensarse mal.
Pero, aunque se entiendan, desde dentro las maledicencias se sienten injustas. Porque para los 18 habitantes, el único objetivo común era y es hacer algo más y mejor por Chilpancingo, que la indignación pasiva por el alarmante deterioro de la calidad de vida en su comunidad.
Y peor aún, porque desde fuera y desde dentro, se entiende lo mismo: que nadie, ni los políticos ni los ciudadanos, merece el mínimo beneficio de la duda.