El presupuesto es un laberinto
¿Corrupto quién, yo?
Lo nuevo no es mejor por el solo hecho de ser nuevo. La construcción de algo diferente requiere visión de futuro y trabajo planeado; slogans y simple ocurrencia no construyen lo nuevo y eso explica el descrédito en que está concluyendo la actual administración municipal.
Cuando Evodio Velázquez se disponía a tomar posesión como presidente municipal, despertó altas expectativas. Era posibilidad de que el PRD lavara su imagen deteriorada por los gobiernos fracasados y por su relación opaca con Ángel Aguirre Rivero, que además de la mala administración cargó con la responsabilidad de los hechos de Iguala.
Pero Evodio Velázquez solo fue un repertorio de viejas corruptelas e incapacidad para gobernar, tuvo actitudes que para nada pueden ser producto de su juventud sino de la inmadurez y la insensatez.
Velázquez Aguirre carece de ideología y ese es otro elemento que acarrea consecuencias graves. Ello está de manifiesto en sus discursos, no expone criterios ni propuestas de cambio sino divagaciones, producto de la ausencia de valores y principios, y de la egolatría como eje de conducta.
Hoy, el saliente munícipe, se dice víctima de un acoso y pretende curarse en salud negando haber incurrido en actos de corrupción. Seguramente desconoce que la corrupción no solo a la apropiación de los recursos públicos. Perseguir intereses puramente individuales en vez de cumplir con el rol que asigna la institución es un punto de origen de la corrupción.
La incapacidad o negligencia de un gobierno, la pérdida de autoridad para hacer valer ley y el abandono de la prestación de los servicios estratégicos, son formas de corrupción y en ella incurrió Velázquez Aguirre.
No hay espacio para la paranoia. La situación en que se encuentra es resultado de las decisiones que tomó o permitió que otros las tomaran por él.
Altos niveles de corrupción limitan la inversión y el desarrollo y conducen a un gobierno ineficaz. La corrupción crea ineficacia y desigualdades económicas.
Se vuelve incontrolable en sociedades más individualistas, donde las regulaciones sociales son muy poco efectivas, las instituciones no son capaces de imponer sus normas a las personas que las transitan y parece que cada uno puede hacer lo que quiere.
Esto es especialmente peligroso dentro del Estado. Si el conjunto de instituciones que está para organizar y regular a la sociedad se encuentra copado por la corrupción, se vuelve imposible garantizar un mínimo de bienestar y de seguridad a la población.
La corrupción no es, sin embargo, sólo un problema económico; también está entretejida con la política. Las reformas pueden exigir cambios tanto en las estructuras de las diversas Constituciones como en la relación subyacente que existe entre el mercado y el Estado.
Sin embargo, una reforma eficaz no puede producirse a menos que la comunidad y los dirigentes políticos apoyen el cambio.
La corrupción es un lastre que genera enormes pérdidas en materia económica, pero lo más preocupante es que socava la confianza en las instituciones y nulifica el desarrollo económico y social.
Nunca viene sola, forma parte de un trágico combo con al menos los siguientes puntos:
La destrucción de los organismos de control, oficinas, fiscalías y auditorías dedicadas a investigar la corrupción serán poco a poco eliminadas o descabezadas; La imposición de políticas de corto plazo; El deterioro de la infraestructura; La ineficacia de los funcionarios y de las políticas públicas; La desprotección total de los ciudadanos.
Está por iniciarse una nueva administración municipal bajo la conducción de una fuerza política emergente. De sobra está decir las altas expectativas que despierta. Lo deseable es que tenga un diagnóstico adecuado de la situación que habrá de enfrentar y claridad sobre el proceder para devolvernos la certidumbre en el municipio de Acapulco.
Para los deshonestos, la moral es un árbol que da moras, diría la abuela.