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Teléfono rojo
Del fatalismo al auto sabotaje
Esperaba que la transición democrática ofrecería razones suficientes para abjurar del fatalismo nacional, esa manera tan arraigada de pensar que considera que los acontecimientos son inevitables, que están sujetos a una fuerza superior que rige el mundo y que, por ende, cambiar el destino es imposible.
Ese rasgo de la idiosincrasia mexicana expuesto por Octavio Paz en su laberinto, según el poeta, un complejo de inferioridad que mueve a la resignación y el silencio ante una realidad injusta.
Esa desesperanza, injusticia, pobreza y violencia tan emblemáticas en las historias de Juan Rulfo, para algunos “el confabulador magistral del fatalismo mexicano”.
Esa ley de Murphy tropicalizada que dice: “si algo puede salir mal, saldrá mal”, un pesimismo que aplica a todo tipo de situaciones, desde las más banales hasta las más trascendentes.
Esa especie de síndrome del que estaba seguro abjuraríamos gracias a la naciente democracia mexicana. Si quieren, una percepción idealista y romántica, pero no estaba solo.
En su ensayo ‘El excepcionalismo mexicano. Entre el estoicismo y la esperanza’ (Océano, 2012), el periodista y politólogo César Cansino sostenía que al menos una parte de la sociedad mexicana ya había madurado en términos políticos y culturales y salido del laberinto de don Octavio. “Los principios que nos caracterizaron en el pasado ya mutaron, hay una metamorfosis donde ya no seguimos el patrioterismo barato, estamos en el mundo con una mirada distinta, más crítica, cuestionamos a la autoridad y hay una mayor resistencia a la imposición”.
En una entrevista publicada en 2013, Cansino aseguró que con la democracia “florece una nueva sociedad con todas las herramientas disponibles para demostrarle al mundo una forma sui generis de disfrutar la vida y encontrar la felicidad, más allá del materialismo y el formalismo imperante en el mundo capitalista, tal vez estamos listos para despertar del letargo y tomar la brida de nuestro propio destino”.
Y sí, eso parecía suceder desde la elección de Vicente Fox, con la derrota de la hegemonía priísta; luego con el surgimiento de la Internet, cuando perdimos el miedo a expresar libremente nuestra opinión; aunque después el regreso del PRI resecó un poco la flor ciudadana, cinco años más tarde, el tsunami electoral de Andrés Manuel López Obrador pareció confirmar el renacimiento de la sociedad mexicana.
Paradójicamente, mientras la transición democrática erradicaba el fatalismo, germinaba una patología similar: el auto sabotaje.
En síntesis, el auto sabotaje y todas las conductas relacionadas son actos inconscientes que aparecen en momentos que suponen grandes cambios en la vida, sea del tipo que sea. El objetivo del auto sabotaje es mantener a las personas dentro de su zona de confort, en donde todo es fácil o previsible.
Es también un mecanismo de defensa cuando el miedo y la indecisión nos paralizan disfrazándose de argumentos racionales. En pocas palabras, auto sabotaje es cuando decimos que queremos algo y después nos aseguramos de que no suceda.
¿Pero cuáles son los motivos para semejante contradicción? Los que saben de estas patologías, dicen que miedo al fracaso y pensar que no merecemos lo que deseamos.
¿Y qué los origina? Los susodichos identifican cuatro tipos como los más frecuentes, dos de ellos especialmente visibles en esta coyuntura política.
No acabar. Empezar muchas cosas y cuando estamos a punto de acabar, abandonarlas con cualquier excusa. Si nada se acaba, no hay posibilidad de fracasar.
Posponerlo todo (procrastinar). En general, por miedo al resultado final.
Poner excusas. El Peje es demasiado viejo, o soy muy viejo o muy joven, no tengo dinero, las cosas están muy mal, no tengo tiempo; todos, simples disfraces del miedo.
Perfeccionismo. Si no está perfecto, está mal, no se hace. Como López Obrador es tan imperfecto y falible, no le creo, no lo apoyo, resisto, saboteo. O lo contrario, pero igual, como López Obrador es tan perfecto e infalible, no hay que hacer mucho, él lo puede todo, sólo.
La solución, en ambos casos, no es sencilla: arriesgarse a cambiar para cambiar. Nos dejamos de fatalismos. Qué bueno. Ahora el compromiso es claro: hay que dejarnos de auto-sabotajes.
Sea como sea, este momento supone grandes cambios en la vida de todos. Salgamos de nuestra zona de confort. No disfracemos de argumentos racionales miedo e indecisión. Si dijimos que queríamos esto (lo dijimos), asegurémonos de que ahora sí suceda. Como dijo Cansino, despertemos del letargo y tomemos la brida de nuestro destino.