El agua, un derecho del pueblo
El horror
“El horror”, escuché en mi cabeza la voz del coronel Walter E. Kurtz mientras miraba horrorizado la pantalla a decenas de personas envueltas en llamas, corriendo y gritando en la obscuridad de una pradera en Tlahuelilpan, Hidalgo. “El horror tiene rostro”, susurró gutural Marlon Brando en ‘Apocalipsis Ahora’ (1979), la obra maestra de Francis F. Coppola sobre la guerra de Vietnam.
“Tienes que hacerte amigo del horror. El horror y el terror moral deben ser amigos, si no lo son se convierten en enemigos terribles, en auténticos enemigos”, con la mente lúcida y el alma enloquecida, el coronel racionalizaba un mundo enajenado en la oscuridad del alma.
Como sentí la mía, viendo aterrado la penumbra encendida de la pradera en Tlahuelilpan.
“¿Pero cómo hacerse amigo de este horror, de enemigos que en el fondo no lo son?”, cavilaba mi cabeza buscando algún sentido.
Porque esta no era una película sobre el horror de la guerra, esto era real y en vivo, los muertos no eran actores, sino personas atrapadas en un infierno tan o más lúgubre que el del coronel de Brando.
“Esto era la vida real, una verdad incómoda, pecaminosa, y terriblemente dolorosa para mi país y su gente”, lamenté como lamentamos los que tienen el corazón del lado correcto.
Quizá por eso, para Coppola, ‘Apocalipsis Ahora’ no se trataba tanto sobre la guerra “sino sobre cómo esta revela la verdad, una verdad que hubiera sido mejor jamás haberla descubierto”.
Sinceramente, lo mismo pensé esa noche y los días siguientes.
Porque en la historia de esta verdad descubrimos pecado, impureza, sufrimiento, condenación eterna, una especie de recreación mexicana del infierno tal y como lo describió Dante Alighieri en La Divina Comedia.
Por ejemplo, la inscripción que Dante escribió en las puertas de su infierno, bien pudo servir para las de Tlahuelilpan: “Perded los que entráis aquí toda esperanza”.
El Inferno del poeta florentino consta de nueve círculos, con sus espantosos castigos, sus bestias y demonios, y los personajes históricos y legendarios a los que condenó al sufrimiento eterno.
Al menos en cinco de los nueve, Alighieri encerró pecadores muy similares a los involucrados en el robo de gasolina, esos que vemos habitualmente en las noticias y las redes sociales, protagonistas de historias de corrupción, abuso y sangre, pero libres, sin condena, castigo, ni prisión.
En los circulos del inferno dantesco están los avaros, que acumularon posesiones, y los pródigos que las derrocharon…
Los iracundos, los de espíritu rabioso golpeándose unos a otros por toda la eternidad…
Los violentos, homicidas, criminales, tiranos, violadores, bandidos y usureros….
Los fraudulentos, aquellos que no son dignos de confianza: embaucadores, aduladores, políticos corruptos, malversadores de dinero público, hipócritas, ladrones, consejeros fraudulentos y sembradores de discordia…
También están los traidores, en cuatro zonas: los traidores a su propia familia, a sus amigos, a sus benefactores, y los traidores políticos…
Perfiles de sobra conocidos en estos tiempos y por estos rumbos, ¿no?
Y como si no fueran suficientes semejanzas, en contraste entre estos círculos y los cuatro restantes, Virgilio conduce al discurso sobre la naturaleza de la fortuna, que resucita a las naciones a la grandeza, y luego los sume en la pobreza, como ella cambia “esos productos vacíos de nación a nación, clan a clan”.
Para unos, la tragedia de Tlahuelilpan fue la chispa que detonó una bomba construida durante años de impunidad, pobreza y olvido de las autoridades. Para otros, el combate al robo de gasolina expuso las entrañas putrefactas de la corrupción, una realidad tan extendida y añeja, que ya no sabemos exactamente dónde comienza y dónde termina, quién la propicia y quién la tolera, quiénes son culpables y quiénes inocentes.
No lo sé, cómo mantener la mente lúcida con el alma enloquecida luego del terror de Tlahuelilpan.
Ojalá que la trágica noche del huachicol, en vez de apocalipsis e infiernos, mejor nos deje un lienzo como el Guernica de Picasso.
Un alegato universal contra la violencia y la barbarie del artista, un grito contra el horror y la barbarie.
Para que sea, además de un recordatorio del sufrimiento, la muerte, el miedo, la guerra y la destrucción, un mínimo halo de esperanza.
Sin duda, la verdad que descubrimos es mucho más dolorosa de lo que pensamos. Ojalá al menos no sea demasiado tarde para no volver a recorrer el círculo en sentido contrario, y desatar de nuevo otros infiernos.