Teléfono rojo
No hay mañanera que dure 100 años…
Dice el presidente López Obrador que la suerte se reparte desde temprano y que en su gobierno trabajará al doble, que todos los días se levantará a las cinco de la mañana para de inmediato sostener una reunión sobre seguridad, para después encabezar la conferencia de prensa matutina, las llamadas mañaneras.
Un ejercicio inédito en cualquier país, pero no en el nuestro.
Las mañaneras se han convertido en el eje central de su gobierno. Ahí se define la agenda nacional, se abordan los temas más álgidos, los periodistas tienen la oportunidad de preguntar todo al presidente, o casi todo, hasta sobre si el Divo de Juárez sigue vivo -por suerte ya dijo que sí, que está vivo en nuestros corazones y en sus canciones-.
Las mañaneras gozan también de una amplia audiencia, es el espacio que empodera aún más a nuestro ya empoderado presidente, en donde su figura se realza hasta el infinito.
Pero antes de cumplir los primeros seis meses de su sexenio, las mañaneras han sufrido un obvio desgaste, comenzaron durando una hora, hoy, si bien nos va, duran 90 minutos. Son ya también el cadalso de su gabinete que ha de ser refutado… o mejor dicho, contradicho.
Esas donde aparecen las expresiones tan gustadas por la raza mexicana, en las que son frecuentes los fifís, los machuchones a los conservadores y adversarios, más no enemigos, porque en la 4T me canso ganso de que ya no hay odio.
Pero más temprano que tarde, ahí han aparecido también las contradicciones, las imprecisiones, la realidad de los datos del presidente y de su gobierno, al grado de mostrarlo incómodo en algo que comenzó como ejercicio informativo pero que hoy parece un show mediático.
Lo cierto es que el formato debería ser corregido o limitado, porque en el afán de aclarar cotidianamente los temas de interés en México, en las mañaneras ya no se habla de nada sustancial. A veces ya no hay nada que decir y la voluntad informativa matutina se mueve a lo que diga el dedito presidencial o de alguna anécdota beisbolera. A menudo, la nota de la conferencia es más negativa que positiva, porque sí, el presidente se equivoca; sí, aunque le moleste o no le guste reconocerlo; y no, ni él ni nadie puede saber el detalle de todo.
Sin embargo, es difícil creer que López Obrador modificará una de sus actividades favoritas, aunque se hayan convertido en el reino de la ambigüedad, sus matinales conferencias siguen siendo su punto de inflexión día tras día.
Si algún periodista famoso irrumpe en la palestra informativa, el lo festejará, destacando uno de los valores de su gobierno: la libertad. Si llega una tormenta de cuestiones incómodas, saldrá avante presumiendo su impoluta honestidad.
Las mañaneras son la hora del presidente, de su sermón, su homilía, de su definición del bien y el mal. Una estrategia que ofrece al presidente una manera de manejar la agenda política a su conveniencia, la que muestra un mandatario abierto a cualquier tema, aunque no necesariamente es así.
Cada quien podrá decidir escucharlas o no, lo cierto es que indiferentes no podrán sernos, marcarán la agenda nacional, vencerán al horario de verano, a los cambios de estación y a cualquier fenómeno natural.
El presidente parece muy seguro de que las redes sociales seguirán siendo benditas para su estrategia. A pesar de que, según las convenciones, los estándares, y principios básicos de la propaganda multimedia, demasiada exposición suele resultar contraproducente, a menudo más es menos.
En pocas palabras, no hay mañaneras que duren 100 años, ni público que las aguante.