Teléfono rojo
Crecer o decrecer
Los promotores del modelo económico neoliberal insisten en que el único camino posible hacia el desarrollo social y el bienestar colectivo es el crecimiento sostenido e intenso del aparato productivo y del mercado de consumo.
De eso convencieron a los políticos en el poder, liberales, conservadores, de izquierdas y derechas, quienes en el gobierno y obedecen y protegen los intereses de los dueños del dinero, a costa de su responsabilidad pública. Y convencieron también a mayorías ciudadanas, las que deciden elecciones, quienes se someten a las leyes y reglas del mercado y se enlistan como soldados del consumo, a costa de sus propios intereses colectivos.
Y aun insisten y aun convencen, en este gobierno y desde los cuatro anteriores, a pesar de los fracasos evidentes del modelo económico neoliberal y de los graves perjuicios ambientales y sociales que genera su aplicación prolongada, particularmente en países como el nuestro.
En México, a 32 años del arranque neoliberal en la presidencia de Carlos Salinas, la pobreza no cede, cada día hay más pobres y menos ricos mucho más ricos. La crisis y la inflación llegaron para quedarse. El desempleo escasea y los salarios se pauperizan.
El planeta y el medio ambiente encendieron focos rojos desde hace un buen rato. El calentamiento global es una realidad amenazante. La destrucción de la capa de ozono es un tema viejo. La escasez de agua es normal en casi todos los centros urbanos del país. La deforestación de nuestros bosques no se detiene. La contaminación de ríos, mares y aires, es alarmante. Hay muchas especies en peligro de extinción y no menos extintas.
La depresión clínica de los mexicanos está entre los primeros lugares en el mundo. La violencia doméstica no cede, escala. El maltrato infantil se ve por todos lados: los menores viven y trabajan en y de las calles, sacerdotes y hombres abusan sexualmente de ellos.
Los divorcios son tan normales como las bodas. Las familias desintegradas crecen. La obesidad infantil es uno de los problemas de salud pública más graves del siglo XXI. El problema es mundial y está afectando progresivamente a muchos países de bajos y medianos ingresos, sobre todo en el medio urbano. La prevalencia ha aumentado a un ritmo alarmante. Se calcula que en 2016, más de 41 millones de niños menores de cinco años en todo el mundo tenían sobrepeso o eran obesos.
¿Qué es lo que está ocurriendo? No estamos padeciendo una crisis, sino un conjunto de ellas: ecológica (energética, climática, pérdida de la biodiversidad); social (individual y colectiva, aumento de las desigualdades entre las naciones y en el seno de las mismas); migratoria (las fronteras entre países ricos y pobres, llenas de familias tratando de cruzar); cultural (inversión de valores, pérdida de referentes y de las identidades); a las que ahora se añade la crisis financiera y económica.
Todas ellas no son crisis aisladas, sino más bien el resultado de un problema estructural, sistémico, cuyo origen está en la desmesura, en la búsqueda obsesiva del ‘crecer cada vez más’.
Total, hasta ahora del modelo neoliberal en México, ni bienestar económico ni bienestar humano. Pero siguen insistiendo en que no hay otro ni mejor camino posible que el crecimiento. Suena lógico: para mejorar hay que crecer.
Pero más de tres décadas después, el silogismo económico ya no suena tan lógico. Porque además, hay otros caminos, como la propuesta a la que cada vez más intelectuales y analistas económicos en el mundo occidental se suman: el Decrecimiento.
El Decrecimiento es una corriente de pensamiento político, económico y social que propone la disminución regular de la producción económica para establecer un nuevo equilibrio entre el ser humano y la naturaleza, pero también entre los propios seres humanos.
La conservación del medio ambiente, afirman sus seguidores, no es posible sin reducir la producción económica que sería la responsable de la reducción de los recursos naturales y la destrucción del medio que genera, que actualmente estaría por encima de la capacidad de regeneración natural del planeta.
El reto de este tiempo, subrayan, consiste en ‘vivir mejor con menos’. Para ello, los partidarios del Decrecimiento proponen una disminución del consumo y de la producción, permitiendo respetar el clima, los ecosistemas y los propios seres humanos. Esta transición se realizaría con la aplicación de principios más adecuados a una situación de recursos limitados: escala reducida, eficiencia, cooperación, durabilidad. En síntesis, reconsiderar los conceptos de poder adquisitivo y nivel de vida.
Aclaran que el Decrecimiento no se debe pensar como algo negativo, sino muy al contrario: cuando un río se desborda, todos deseamos que decrezca para que las aguas vuelvan a su cauce.
Como Ivan Illich –extinto filósofo austriaco, sacerdote católico y crítico de las instituciones de la cultura occidental contemporánea y sus efectos negativos sobre el desarrollo-, que no compró la noción de la economía global. Hablaba de la dificultad de reconocer el provecho del cambio: “La definición industrial de los valores entorpece extremadamente la posibilidad del usuario de percibir la estructura profunda de los medios sociales. Le es difícil captar que existe una vía distinta, que no es la alienación del trabajo, la industrialización de la falta y la supereficiencia (sic) de la herramienta. Le es difícil imaginar que se puede ganar en rendimiento social lo que se pierde en rentabilidad industrial”.
Estas advertencias no son nuevas ni escasas. En 1973, el Presidente de la Comisión Europea, Sicco Mansholt, mostraba su preocupación por este modelo de crecimiento. “Para mí, la cuestión más importante es cómo podemos alcanzar un crecimiento cero en esta sociedad. Si no lo conseguimos, la distancia, las tensiones entre las naciones ricas y pobres será cada vez mayor. Me preocupa si conseguiremos mantener bajo control estos poderes que luchan por el crecimiento permanente. Todo nuestro sistema social insiste en el crecimiento”.
La propuesta decrecentista para los países del Sur económico, sostiene Serge Latouche, profesor emérito de Economía en la Universidad París, publicada en La Vanguardia edición digital del 16 de marzo de 2007, es que “sigan su propio camino y que no imiten el modelo de desarrollo occidental que se muestra poco válido para proporcionar bienestar a las personas en armonía con la naturaleza”.
Para ese desarrollo hablan de ‘ecodesarrollo’, con el que pretenden alcanzar un crecimiento cualitativo y humano (como desarrollo del bienestar, de la educación y de reglas de funcionamiento de la comunidad armoniosas) con los aspectos materiales limitados.
Para el grupo de países pobres, continúa Latouche, “es necesario abandonar la idea de desarrollo exportada por los países ricos, para recuperar la autonomía que tenían antes de ser colonizados. Se trata, entonces, de romper con la dependencia económica y cultural del Norte, retomar el hilo de una historia interrumpida por la colonización, el desarrollo y la globalización, reencontrar y reapropiarse de una identidad cultural propia, reintroducir los productos específicos olvidados o abandonados y los valores ‘antieconómicos’ ligados a su historia y de recuperar las técnicas y los saberes tradicionales”.
Propuestas serias existen, está claro.
Ojalá y los que se disputan el poder en México entiendan el reto enorme que enfrentamos todos, para que se preocupen más discutir propuestas sustantivas y relevantes, que por la viabilidad, o no, de una cuarta transformación y sus alianzas adjetivas y metas veleidosas.
Porque la sustancia del cambio que propone el gobierno de López Obrador, plantea una versión socialista (o populista, según el cristal con que se mire) del mismo modelo económico que conocemos: ‘crecer cada vez más’.
Termino con una paradoja perfecta, una frase de John Maynard Keynes, el mismísimo economista británico cuyas ideas impactaron profundamente en la teoría y la práctica del liberalismo económico: “La dificultad no es tanto concebir nuevas ideas como saber librarse de las antiguas”.