Teléfono rojo
Tres conocidos catrines acapulqueños, uno de ellos con el pelo engominado, pantalón y camisa blanca, mocasines, como si fueran a misa dominical a la iglesia de Costa Azul, dice estar desmañanado.
Llegaron a las 4 de la mañana al Centro de Convenciones para formarse y ser vacunados.
Su empeño, su temor, hizo que olvidaran sus prejuicios sociales y fueron los primeros en ser inmunizados este día contra la Covid 19.
—Los ricos también lloran —les digo, al verlos rozándose con gente de toda ralea.
—Si no la sueltas, te envenenas —me responde el más respingado. Después festejamos el sarcasmo.
La madrugada de este sábado 27 de marzo del año dos mil veintiuno, histórico, diría el demagogo político de izquierda, ratifiqué lo que vi el primer día en que miles de acapulqueños con apellidos que inician con la letra A acudieron con la esperanza en el rostro y la mirada buscando el pasaporte que los llevara de manera segura unos años más a las tierras de la salud, lejos, lo más lejos posible del SARS-CoV 2, y esa derivación terrífica como maldición bíblica que es la Covid 19.
Sí, a miles de acapulqueños, seguros de haber encontrado el elíxir de la vida, el escudo protector contra la muerte en una vacuna china, Sinovac, que evite enfermarte o morir intubado en un hospital público improvisado.
Y dicen que la esperanza del pobre es larga, como la de doña Manuela, quien bajó muy temprano desde los cerros de Costa Azul para inocularse y, sin pretenderlo, codearse con los fifís y tener como ellos el escamoteado derecho a la salud al que no habían tenido en condiciones de igualdad desde que ella recuerde.
La democracia más chingona in-situ, como expresión callejera acorde con los tiempos de la 4T federal, sí federal, porque la local vale para pura chingada.
Ricos, pobres esperando su turno este sábado. Sin privilegios. Al ver el festejo mañanero, uno podría haber imaginado encontrarse un ambiente gris, triste de hospital y escuchar las conversaciones alegres, las insólitas imágenes del pasado golpean la memoria. Solo faltó música.
E imagino el escenario de la Covid en un gobierno del PRIAN: veo a los ricos, vacunados; diputados, senadores y sus familiares recibiendo la dosis para combatir el mal; funcionarios, periodistas influyentes haciendo lo mismo. Y un gobierno endeudado, anunciando algún Fobaproa, a tres o cuatro funcionarios del gobierno federal o estatal ingresando inesperadamente a la lista de Forbes.
Pero aquí en el presente, después de más de un año de tristeza, la alegría de los primeros de la fila, en zona VIP but off course, llegaron a las 11 de la noche de ayer viernes, contagia, contamina de felicidad.
A partir de la segunda fila, los que llegaron a la una de la madrugada de este sábado, igual. A las seis llegan cientos con infinita alegría, muchos arrastrando los años y la enfermedad. Pero quieren vivir, eso manifiestan.
Como la H es muda y Habana se escribe con H, ya estoy en la zona VIP, sentado, en la línea para la vacunación contra la Covid 19 en el Centro de Convenciones de Acapulco. Después de la zona de sillas con filas de 10, adelante de mí hay unas 187 personas. Después comienza a crecer la cola y aún son las 6:00 am. Llegué 5:30 de la madrugada. La vacunación inicia a las 9 de la mañana. Mi ficha es la 188. Mi civismo como el de mucha gente por aquí, por los cielos. Salgo del Centro de Convenciones, vacunado, cuarenta minutos después de las nueve a-eme.
Doña Manuela también abandona el faraónico edificio de tiempos del presidente que dijo que defendería el peso como un perro, como preámbulo a una devaluación. Ya vacunada no oculta su alegría; le digo: “fue un gusto conocerla”.
Me agarra del brazo y me pregunta: ¿Y el presidente cuándo se va a vacunar? Levanté los hombros en señal de desconocimiento y le dije adiós.