Sin mucho ruido
Hablando de “cerotes” viejos
¿Acaso se ha preguntado mi aburrido lector cómo era la salud de los primeros seres humanos; cuánto se enfermaban; cómo se curaban en épocas donde la mayor tecnología existente era el fuego, tal vez la palanca o cosas, utensilios muy básicos, correspondientes a ese nivel de desarrollo cultural o de pensamiento? ¿Cómo combatían una simple infección estomacal producida por comer algo descompuesto, por ejemplo; o se enfermaban de forma similar a nosotros, los humanos “post industrializados”?
La respuesta de algunas de éstas interrogantes y muchas más se encuentra en el estudio de “paleofeces”, o dicho de la manera más coloquial, vulgar si se desea, corriente o sucia, pero que todos entienden: cerotes; simplemente caca petrificada.
Y es que los estudiosos del pasado han descubierto importantes acumulamientos de tales vestigios, también nombrados coprolitos, en milenarios asentamientos ubicados en México y EU y los han estudiado a fondo, resultando asombrosos descubrimientos que nos hacen reflexionar sobre las enfermedades que aquejan a nuestra especie, en vísperas del primer viaje interplanetario.
Cada comida se digiere con la ayuda de las abundantes bacterias que abarrotan nuestros intestinos y al final de la digestión, tales bacterias son parte de lo que se excreta.
Entonces el estudio de estos desechos secos, con 1000 años de antigüedad, nos revela información sobre los ecosistemas bacterianos del intestino humano que no han sido han sido alterados por la higiene, los alimentos procesados y los antibióticos.
En un estudio publicado en la revista Nature, el biólogo de la Universidad de Stanford, Justin Sonnenburg, comparó a dichos paleofeces como el equivalente a una máquina del tiempo, porque en el último milenio, el intestino humano ha experimentado un “evento de extinción”, perdiendo docenas de especies y volviéndose significativamente menos diverso. Según Aleksandar Kostic, microbiólogo de la Escuela de Medicina de Harvard: “Estas son cosas que no recuperamos”, sentencia.
Entonces, dichos estudios y muchos más, en conjunto, han permitido a los especialistas definir que la diversidad microbiana de los milenarios homínidos, superaba con creces al bioma intestinal de las personas en las sociedades industriales.
Peor aún, los investigadores han relacionado la baja diversidad que mencionamos, con las tasas más altas de “enfermedades de la civilización”, incluidas diabetes, obesidad y alergias, aunque no estaba claro cuándo se produjeron esos cambios en el microbioma intestinal moderno y qué los causó: ¿Es la comida en sí misma, es procesamiento, es antibióticos, es saneamiento?
Entonces un equipo internacional analizó ocho coprolitos antiguos, preservados por sequedad y temperaturas estables en tres refugios rocosos en México y el suroeste de Estados Unidos, fechados con radiocarbono entre 0 d. C. y 1000 d. C. Los coprolitos se rehidrataron y así pudieron recuperar hebras de ADN libre de contaminantes propios del suelo circundante en el sitio arqueológico.
Encontraron 181 genomas antiguos provenientes de un intestino humano, confirmando que la dieta de los pueblos antiguos incluía maíz y frijoles, típicos de los primeros agricultores de América del Norte, sin embargo, parte del ADN antiguo era desconocido y representaba tipos nunca antes vistos de bacterias extintas.
También determinaron que los microbiomas antiguos se diferencian de los modernos, porque no tienen marcadores de resistencia a los antibióticos y eran notablemente más diversos con docenas de especies desconocidas. “En solo estas ocho muestras de una geografía y un período de tiempo relativamente confinados, encontramos un 38% de especies nuevas”, dijo Kostic.
Ejemplificó con la bacteria “Treponema”; casi inexistente en intestinos actuales y que solo aparece raramente en personas que viven estilos de vida no industriales, pero que están en todos los paleofeces, sugiriendo así que no es puramente la dieta lo que está dando forma a las cosas.
El genetista Mathieu Groussin del Instituto tecnológico de Massachusetts asegura que tales datos revelan que nadie en el planeta hoy se ha librado de cambios en su microbioma: “Las poblaciones no industriales, incluidos sus microbiomas, no deben considerarse sustitutos de nuestros antepasados” y sugiere que hemos perdido muchos ayudantes microbianos en el pasado reciente y que es posible que nuestros cuerpos no hayan tenido tiempo de adaptarse, cosa que podría estar propiciando las enfermedades modernas.
Y lo mejor de todo: el genetista Keolu Fox, de la Universidad de California en San Diego, dice que el conocimiento del intestino antiguo podría dar pie a protocolos tendientes a remodelar los microbiomas modernos y tornarnos menos propensos a los padecimientos que diezman la población moderna del mundo.