
Hoja verde
Carencias de la democracia
Al momento de redactar esta entrega los mexicanos y los guerrerenses estábamos acudiendo a las urnas para depositar el voto. Independientemente de a quien favorezcan los resultados, el proceso electoral exhibió las distorsiones y carencias que tienen estos mecanismo de la democracia en nuestro país y en la región.
El sistema político electoral mexicano está agotado y su estructura autoritaria neoliberal ya no soporta más, pues es incapaz de conferir legitimidad a las acciones gubernamentales. La transición democrática en México ha sido más mítica que real. El margen de alternancia en el país se da entre las opciones que no cuestionen el sistema: el post revolucionario y el neoliberal. En ambos casos, las elecciones no han sido más un proceso de reciclamiento entre opciones dentro del mismos sistema.
Es decir, se trata de una crisis porque el viejo sistema/régimen no ha muerto de manera definitiva y el nuevo tampoco alcanza a nacer, las elecciones del 6 de junio ocurrieron en un escenario táctico de fondos y trasfondos, a veces no comprendidos.
Asistimos, a la crisis del régimen político-electoral 1988, de una fase incompleta de la transición se sistema/régimen y que quedó sólo en reforma electoral con el mismo proyecto sistémico de nación.
La contienda electoral la podríamos leer a partir del factor político, factor económico y factor geoestratégico
En el factor político. La lucha es entre dos proyectos económicos con extrañas interconexiones: ni es un populismo concreto ni es un neoliberalismo integral. Los dos grupos en pugna han existido siempre al interior del régimen y se han movido de manera pendular: populismo neoliberal / neoliberalismo populista.
La polarización entre dos corrientes es simbólica, no ideológica, de proyecto o de clase. Su tono duro fue producto de resentimientos personales, no de definiciones estratégicas.
La disputa real fue por la mayoría absoluta/calificada en Cámara de Diputados para impulsar reformas y contrarreformas.
En realidad, la lucha es entre dos grupos de poder de un mismo sistema/régimen/Estado/Constitución. Disputan un proyecto y un liderazgo de un equidistante proyecto de nación.
La redistribución del poder entre partidos, aunque éstos no han sabido entender la nueva lógica de su capacidad organizativa y todos los políticos los ven como agencias de colocaciones. El sistema de partidos es un circo romano y no un sistema institucional.
La redistribución del poder entre regiones. De nueva cuenta unas excluyen a las otras y el concepto de república se fragmenta en un archipiélago balcánico.
Redistribución del poder entre poderes fácticos legales e ilegales, políticos y económicos y legítimos e ilegítimos.
El trasfondo del debate es el modo de la modernización: con dirección del Estado o con hegemonía empresarial. Pero la modernización es la misma: un capitalismo con distribución social o apropiación privada de la riqueza.
Reacomodo de grupos de poder al interior de la coalición gobernante que no alcanza a configurarse como coalición dominante. El resultado electoral promoverá otra fase de realineamiento de élites y grupos.
El factor económico parece circunstancial. La crisis económica no vota, a pesar de que el escenario de analistas consultados por Banxico revela una tasa promedio de PIB anual de 2022 a 2031 será de 2.2 por ciento, la misma de los años del maldecido neoliberalismo 1983-2018.
El escenario real es el de las crisis de 1973 a 2018 que oscilaron la inclinación electoral. Los partidos pasaron de organizaciones de masas, de ideas y de clases a grupos gelatinosos de oportunismos de coyuntura.
El factor geoestratégico tampoco será nuevo ni mucho menos determinante. El populismo internacional no será marco referencial de México. La institucionalización del proyecto económico con sus límites, populista y neoliberal, seguirá igual.
Los temas de seguridad y geopolítica serán gestionados sobre la marcha. Y en EEUU tiene un cuadro de crisis grave con la edad de Biden, las limitaciones de Kamala Harris, el cacicazgo de Obama y la presencia ominosa de Trump, problemas mayores que México podrá administrar a su favor.
El impacto sistémico del COVID-19 se convirtió en escenario, instrumento electoral y bandera de campaña.
Lo significativo fue la nula protesta social y la incapacidad de la oposición para meterla en el debate de las campañas.
El saldo real del proceso electoral intermedio de 2021, con miras a definir el marco político para las presidenciales de 2024 fue de agresiones, violencia criminal, candidatos saltimbanqui, acuerdos oscuros para declinar, ausencia total de propuestas y una crisis latente, creciente y sin expectativas.
Al final, no importa quién gane. El conflicto político que determinará funciones de gobernadores, legisladores federales, legisladores estatales, alcaldes y funcionarios municipales será el mismo que se ha desarrollado en el primer trienio del sexenio y que viene desde el 2000 de la alternancia partidista en la presidencia de la república: la confrontación entre el proyecto posneoliberal y el proyecto neoliberal.
Las elecciones sólo mostraron un reacomodo en la distribución del poder, no un replanteamiento de escenarios de crecimiento y desarrollo.
Solo transformas algo construyendo un nuevo modelo que hace obsoleto al modelo que ya existente, diría la abuela