Teléfono rojo
Por Sergio Lépez Vela*
Elegir entre lo bueno y lo malo no representa ningún problema. Lo complicado en la vida es decidir entre lo malo, lo peor y lo que le sigue.
Ese es el escenario en el que se encuentra la opción del regreso o no a clases presenciales.
Entiendo perfectamente las razones de los que se oponen, aún así estoy a favor del retorno a las aulas el próximo lunes 30, por lo menos por 3 razones:
La primera es una contrapregunta: ¿si no hoy, cuándo abrimos las escuelas? No veo en los próximos 12 meses un escenario seguro que garantice la salud de todos al nivel que quisiéramos. Las cosas han cambiado para siempre y tenemos que empezar a recuperar la normalidad bajo nuevas circunstancias. Ya pasaron 17 meses desde que se suspendieron clases; la educación a distancia nunca será la misma que la presencial, no solo es un asunto de contenidos, es un tema de acceso, formación y bienestar integral.
Desde marzo de 2020 se ha priorizado la salud y es correcto, pero esta situación no puede continuar eternamente. Hay fechas que obligan, y el inicio formal de clases conforme al calendario escolar es una de ellas. Rebasar este plazo marcaría una extensión indefinida con consecuencias aún más negativas que las que hemos vivido ya, en temas tan serios como el aprendizaje, la deserción, la salud socioemocional, la inactividad física y la violencia familiar, entre otros.
La segunda está relacionada con lo que sucede en el mundo. De acuerdo con cifras de la UNICEF, mil millones de alumnos retomaron ya sus clases normales, 750 están a punto de volver y 150 millones no han asistido en 18 meses, de los cuales 37 millones están en México, siendo uno de los países con mayor pérdida de clases por la pandemia. El tema es grave si consideramos que nuestro sistema educativo es de por sí deficiente, y que el acceso a la educación se ha polarizado aún más durante la contingencia por la desigualdad en la disponibilidad de los recursos para el aprendizaje en línea.
En todos los países se suspendieron las clases y en casi todos ya se han retomado. Todos han pasado por el proceso de aprender a hacerlo minimizando riesgos a pesar de las condiciones adversas. Nos toca hoy entrarle a ese proceso, con la ventaja de que ya conocemos las experiencias de otros países.
El tercer argumento es más que nada un cambio de óptica y de actitud: debemos centrarnos en los sí, en lugar de en los no. Es obvio que las condiciones no son las mejores, que muchas escuelas están deterioradas, que hay alumnos y familias que viven situaciones específicas de riesgo que se deben considerar, que hay miedo e incertidumbre.
Pero también es cierto que hay alumnos que ya quieren regresar, maestros que quieren retomar la esencia de su actividad, escuelas que ya están listas, familias que se han unido para adecuar sus espacios y vigilar la salud de todos.
Con esos debemos de comenzar, con los que ya están listos, quieren y pueden. Impedir el regreso a clases es negarles a los que están a favor del sí el derecho de dar el primer paso, de iniciar y aprender del proceso.
Muchos factores que hoy se esgrimen en contra del regreso a clases ya existían desde antes de la pandemia; si no se corrigieron durante décadas, menos se van a corregir en estos meses, pero esa no es razón para impedir que lo que puede ser, sea, sobre todo si se trata de lo que en todos estamos de acuerdo: la educación es el pilar fundamental para mejorar la condición de las personas y promover el bien común.
Como dice la UNESCO, las escuelas deberían de ser las últimas en cerrar y las primeras en abrir. No sigamos haciendo las cosas al revés.
*El autor es licenciado en Comunicación Social por la UAM-Xochimilco, maestro en Docencia Universitaria por la Ibero-Puebla y fue rector de la Universidad Loyola del Pacífico. Le damos la bienvenida a Quadratín Guerrero.