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Al rescate del río de La Sabana
Desde la población del Kilómetro 21 (o El Veintiuno), pasando por La Venta y La Sabana, hasta la Laguna de Tres Palos, todas ellas partes del municipio de Acapulco, corre un río que no es el Jordán y sus aguas desembocan al Océano Pacífico que tampoco es el Mar de Galilea, pero lo sucedido aquí hace cincuenta años recuerda el pasaje bíblico cuando Jesús multiplicó los panes y los peces, caminó sobre las aguas y devolvió la vista a un ciego. Todo esto ha pasado aquí.
Es el río de La Sabana, que a su paso por los pueblos ribereños se va rebautizándose, de acuerdo con el nombre de los poblados que crecieron a sus márgenes y se alimentaron de su extraordinaria riqueza.
Para tener idea de la extensión de su afluente, el río recorre el 80 por ciento del territorio del municipio de Acapulco, lo que ha provocado que con el crecimiento de la población suburbana del puerto éste se haya convertido en un basurero y en la letrina mas grande del municipio y que si no acudimos a su rescate amenaza en convertir a la bahía de Santa Lucía en un re sumidero de lodo con desechos orgánicos e inorgánicos.
Todavía en los setenta, en su afluente más parecido a un cristalino arroyo, y en tiempos de lluvia con un rabioso y abundante caudal que arrasaba todo a su paso podría pescarse ahí robalos, camarones de zacate, langostinos mano corta, blanquillas, alahuates, cuatetes, enterrador, huevinas, charras.
El raudal era bordeado de espesa vegetación compuesta por ceibas, parotas, amates, donde vivían y se reproducían garzas, patos, zarzetas, iguanas verdes y prietas, liebres, conejos, víboras y todos los animales que vivieron aquí desde la Creación.
El Paraíso que estaba a la vuelta de la esquina del puerto de Acapulco está a punto de perderse, por culpa de la insensibilidad y corrupción de todos los que han gobernado por acá, por no ordenar el crecimiento urbano ni crear la infraestructura adecuada para la recolección de desechos, ni las plantas tratadoras suficientes con tecnología de punta que trate el agua utilizada por los ciudadanos y la industria establecida en el municipio. Y por los líderes de colonos invasores de todos los partidos políticos, que han arrasado con montes y selvas para entregar a los suyos, a cambio de votos y complicidades.
Pero también por los acapulqueños que viven aquí, los que han contribuido a este ecocidio por falta de conciencia social y educación ambiental, quienes voluntaria e involuntariamente han venido ahorcando la vida hasta convertir este afluente en un riachuelo de aguas contaminadas y apestosas, que provocan diversas enfermedades en la piel y dañan la salud a los que hacen vida aquí.
La escuela y los medios de comunicación también tienen parte de responsabilidad como otras instituciones, que con una actitud laissez faire han dejado todo al mercado y a la voluntad del empresariado corrupto, que sólo busca incrementar sus ganancias.
El río de La Sabana, o de La Venta, que nace en el Kilómetro 21, es contaminado por basura y descargas de los siguientes poblados y colonias: La Venta, Ciudad Renacimiento, Emiliano Zapata, Simón Bolívar, La Sabana, La Máquina, El Rastro, Paraíso Escondido, Tuncingo, Tulipanes, Tres Palos, Llano Largo, entre otros.
Y es explotado de manera irracional en sus recursos naturales como el agua, la arena y la grava, por caciques cínicos e irresponsables vinculados a empresas constructoras.
Los que recuerdan al río vivo cuentan que a principio de los 70, en un primer viernes de Cuaresma, día de la fiesta del Santo Patrono de La Venta (El Señor de Chalma), pueblo donde sus habitantes multiplican los panes, hubo un fenómeno natural que no pocos consideran un milagro: por el río comenzaron a subir miles, miles de popoyotes.
“Hasta negreaba” el río por el nado de los peces hacia la parte alta del afluente. La gente llenaba cubetas, tinas y hasta utilizaron machetes para sacrificarlos. El río se tiñó de rojo como el mar escandinavo con la matanza de ballenas y delfines. Tres, cuatro días después, ya no había nada. Los popoyotes interrumpieron su peregrinaje.
Lo único que podía verse en los patios de las casas de los pueblos ribereños eran pescados abiertos, salados tendidos al sol y un repugnante olor a chuquío.
Otros colgaban largas cuerdas sobre las que pendían los peces prietos y feos, de carne roja, cual hojas de tabaco, hasta que se ponían color blanco, secos como huaraches de cuero, curtidos por la sal y el sol de todo el día.
Después se almacenaban en los canastos del pan. Los sabaneños llamaban de manera peyorativa a los venteños por su declarada y descarada apetencia por el pez como “popoyoteros”.
“Todo un año comí popoyote seco con arroz blanco… todos los días”, dice el profesor Julio Nava Galicia, director de la Preparatoria de la Uagro de La Venta, al recordar aquel día, de aquel año, cuando en río de La Sabana se multiplicaron los peces.
El sábado pasado un grupo de ciudadanos, académicos, la Iglesia católica del lugar, clubes ambientalistas, periodistas, como el ciego de Betsaida, decidieron ver, y constituir un organismo que vaya al rescate de nuestro río de La Sabana, de nuestro río Jordan ubicado en esta ciudad del pecado, la transa y la corrupción de los políticos de los distintos partidos que conocemos, de Acapulco, nuestra nunca Galilea.