Teléfono rojo
Con la agudeza que le es tan propia, el articulista de Milenio y El País, Jorge Zepeda Patterson comenta hoy sobre la dificultad del intento presidencial para administrar con acierto su confianza hacia sus colaboradores. Lo que no aborda, seguramente será para otro momento, es la desconfianza del presidente hacia otros. En el caso concreto de algunos ministros de la Suprema Corte de Justicia.
La desconfianza es derecho de toda persona, incluso hasta de quien encabeza un gobierno. Hacerla pública es, sin duda, más que imprudencia una ofensa. Queda claro que el presidente no tiene mucho aprecio por el respeto que le debe a otros, a particulares y, desde, luego a autoridades o quienes encabezan órganos de autoridad. Reproduce el prejuicio de muchos y eso da popularidad, pero está lejos del decoro al que obliga la responsabilidad pública y particularmente la investidura que dice respetar.
La Suprema Corte de Justicia, al igual que el INE y el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación son instituciones fundamentales de orden jurídico nacional. Dos órganos jurisdiccionales y uno responsable de organizar las elecciones y cuidar que se respete la ley en la materia. Un examen de los tres revelará una integración ejemplar en sus órganos colegiados superiores. No son infalibles, pero sí muestran, con singularísimas excepciones como es el caso del magistrado José Luis Vargas, ex presidente del Tribunal Electoral, condiciones de profesionalismo y lealtad institucional.
Por estrategia o por convicción el presidente les descalifica públicamente en términos muy ajenos a las diferencias institucionales. No es lo mismo un desacuerdo por razones de criterio o de opinión, que proceder al insulto, tal como señalarles como corruptos y estar al servicio de los enemigos del país. Que resuelvan en sentido contrario suele ser frustrante, pero no debe llevar a la descalificación. Tampoco el que no se allanen a las exigencias de austeridad bajo el discutible código presidencial los descalifica en su honorabilidad y en su compromiso con la institución que integran.
Sin duda el presidente se excede en quienes confía y en los que desconfía. Aunque su gobierno ha sido un molino de carne, es claro es que es muy difícil que retire fe en los primeros y para los segundos no se detiene en la agresión y el insulto. Lo mismo ocurre con los medios de comunicación, pero allí también hay un doble rasero. Generosidad y desmemoria hacia los dueños de los medios de comunicación, incuso aquellos que participaron en su contra en lo que es su gran herida, las elecciones presidenciales de 2006, y una postura de repudio, agresión, calumnia y ofensa para quienes le han criticado, especialmente, quienes han cometido la osadía de referirse a su entorno familiar.
Como pocos presidentes, López Obrador pretende verse en perspectiva histórica. Remitir su proyecto a condición de la cuarta etapa de la transformación nacional relacionada con la independencia, la reforma y la revolución es un exceso, por decir lo menos. Las elevadas pretensiones no le son exclusivas, sí la manera como desprecia todo lo alcanzado en las últimas décadas. Su sentimiento de despojo del triunfo en la elección presidencial de 2006 y la corrupción y connivencia entre la política y el dinero de su antecesor no dan licencia para desdeñar lo alcanzado, especialmente en términos de democracia electoral y de modernización económica.
La coyuntura ha sido generosa hasta hoy con el proyecto político en curso, aunque el presidente ha sufrido un fuerte descalabro por la congruencia que revela la Casa Gris, acrecentado por su aviesa respuesta. Aún así, es posible que López Obrador continúe con importante apoyo popular, más por las malas que por las buenas razones, como es el caso del deficiente escrutinio público y la persistente connivencia con las élites.
A pesar de las pretensiones, los resultados no le favorecen, menos será la perspectiva histórica. Mucho de lo que ahora se aplaude o se deja pasar será visto con pena, si no es con vergüenza. Ningún gobierno que trasciende lo hace por lo noble de sus intenciones.
Federico Berrueto en Twitter: @Berrueto