Teléfono rojo
El tiempo no sólo se mide en periodos convencionales -días, semanas, meses, años- también por el acontecer de los eventos. En estos tiempos de rupturas múltiples los acontecimientos se precipitan con inusitada rapidez. La agenda de ocupaciones y preocupaciones se modifica más allá de la capacidad para asumir y entender los sucesos. Ocurre en todos los menesteres; más en los asuntos públicos.
La pandemia será un referente temporal; representa una ruptura en todos los aspectos de la vida personal, familiar, social, colectiva y global. Hay un antes y un después. En México, como en pocos lugares, tuvimos una cuota muy alta de fatalidades debido a la negativa de autoridades para dimensionar la magnitud del problema. La ausencia de descontento se explica por el fatalismo ancestral; un infundado sentimiento de culpa hace de lo trágico castigo, al tiempo que personas, empresas y organizaciones tuvieron que emprender su reinvención para no perecer o quedar en la marginalidad.
Se vislumbra la etapa final de la pandemia después de dos años y medio, y ya parece ser historia, un evento lejano a pesar de su trágica secuela. La guerra de Ucrania que en México se ve distante, pero sus efectos se padecen parece ser parte del paisaje, aunque es un conflicto que podría prolongarse, incluso escalar en magnitudes apocalípticas. En esta época el descontento es mayor, pero también en varios planos existen expresiones de inexplicable complacencia social o indiferencia.
Los acontecimientos suceden con mucha rapidez. Las acusaciones contra el dirigente del PRI son vistas lejanas y hasta superadas por el colaboracionismo de los diputados tricolores. No son tiempos de virtud, por el actuar de las autoridades ni por las actitudes de las elites. Es un fenómeno global que remite al agotamiento de los modelos político y económico. Hay una crisis de expectativas en términos de la incapacidad o imposibilidad de proveer los bienes que muchos esperan de sus autoridades o del sistema. Desde el poder, el populismo plantea como respuestas la fuga hacia delante, sumarse a la indignación y minimizar la adversidad, sobre todo cuando las malas notas le son imputables o es sumamente complejo superarlas. Más fácil resulta refugiarse en el descontento de muchos y culpar al pasado, aunque día a día, quien señala se vuelve parte de lo mismo. Ante la previsible persistencia, solo queda pensar el futuro con realismo y al margen de la polarización existente.
El diario acontecer es inesperado y sorpresivo. Por ejemplo, nadie hubiera imaginado el reciente hackeo de la SEDENA y las consecuencias de la divulgación de información protegida, cuando el Congreso y el país están inmersos en la deliberación sobre la militarización de la seguridad pública y de muchas actividades bajo responsabilidad de las autoridades civiles. De la misma manera pueden plantearse como disruptivas las conclusiones del reporte del gobierno federal sobre los eventos trágicos de Iguala de hace 8 años, no sólo por la afectación de la relación del presidente con las fuerzas armadas, sino también por el prestigio y reputación del Ejército al momento en que se propone ampliar el periodo de su actuación en materia de seguridad pública, y cuando se ha resuelto, a contrapelo de la Constitución, la militarización de la Guardia Nacional.
El gobierno mismo es víctima del vértigo del tiempo. La SEDENA anticipa que el Tren Maya no estará en operación en las fechas comprometidas por la falta de información, permisos y autorizaciones de diversas dependencias del gobierno federal. Algo semejante debe estar presente en la información sobre la refinería Olmeca. Los costos suben y se extienden las fechas para el inicio de operación de las obras emblemáticas. El escenario de concluir el gobierno sin terminar dichas obras se hace presente.
Y no sólo es la obra pública. El gobierno deberá tomarse en serio el desenlace del desencuentro con las autoridades de EU y Canadá por el incumplimiento del T-MEC. La bandera del patrioterismo da para movilizar adhesiones populares y acrecentar el consenso en favor del gobierno respecto a PEMEX y CFE, pero no resuelve la controversia, menos aún los altísimos costos de un previsible fallo en contra. Algo deberá hacerse para no comprometer el futuro del país.
El vértigo del tiempo, el desafío mayor de la circunstancia.