Teléfono rojo
A seis meses del inicio de su gobierno, el presidente López Obrador afirmaba que es fácil gobernar. En efecto, en mayo de 2019 afirmó: “Sí, ha sido fácil, y no quiero presumir, pero no hay ningún problema, cuando hay honestidad se puede todo, esa es una muralla que en lo personal se convierte en un escudo protector y se vuelve uno muy fuerte, se tiene autoridad moral y eso permite tener autoridad política, ese es el secreto”.
Aunque no sea así, el presidente ahora debiera pensar distinto. Muchas cosas han acontecido que modificaron el escenario para mal, algunas imprevistas como, la pandemia o la invasión de la Rusia de Putin a Ucrania; otras, producto de malas decisiones de gobierno. Tampoco estuvo en el horizonte la pérdida de la mayoríade Morena en la elección intermedia ni la derrota en la Ciudad de México y en muchos centros urbanos. De igual manera, los resultados de sus obras emblemáticas deben mantenerlo frustrado, el fracaso del AIFA y el elevado costo y el incierto inicio de operación del tren Maya y de la refinería Dos Bocas en Tabasco. Tampoco estaban en el inventario esperado los escándalos sobre la falta de probidad de su círculo cercano e importantes colaboradores como es ni nada más ni nada menos el general Secretario.
El presidente con sus otros datos se aparta no solo de lo convencional, también de la realidad. Son pocos los logros de su gobierno y en muchos aspectos hay retroceso. La pobreza y la desigualdad son ahora mayores. La economía no ha crecido y la desconfianza por lo que hace y dice el gobierno ha alejado la inversión. Es deplorable el estado del sistema público de salud y educativo. La inseguridad aumenta y el crimen organizado va ganando terreno. En materia internacional, el gobierno ha arropado las peores causas, es ambiguo en temas fundamentales como los derechos humanos y la protección al medio ambiente y la relación con sus socios comerciales es mala y parte de la desconfianza.
Es más fácil predicar honestidad que practicarla. Honestidad y probidad son indispensables, pero no menos capacidad y experiencia. Improvisar suele resultar desastroso y, para efectos prácticos, la ineficiencia es una forma de corrupción. La experiencia cotidiana de las personas y los indicadores sobre el tema revelan que México es tan corrupto como siempre, si no es que todavía más.
Ciertamente, ahora el presidente debe reconocer la complejidad de gobernar, aunque es evidente que esa no es su prioridad; su tarea es trascender, hacer historia y para eso está decidido a tomar coartadas, es decir, decisiones inesperadas e impensables. Su inspiración es la adhesión popular bajo la falsa
idea de que es para siempre y no resultado de la propaganda, de la muy deficiente oposición y la falta de escrutinio social por la connivencia de los grandes empresarios.
La polarización es la vacuna ante la indignación por las malas cuentas; toda crítica o inconformidad, toda, es asociada a la embestida de los conservadores por el proceso de cambio, incluso hasta un fallo judicial adverso. La polarización se recrea y reafirma con los beneficios monetarios que reciben amplios sectores de la población, quienes los asumen como la mejor fórmula para abatir la pobreza y la
desigualdad. Una falacia probada: los recursos para el bienestar deben ser focalizados y asociados al crecimiento económico, al desarrollo integral y a la superación personal y familiar.
La polarización le ha dado blindaje al gobierno ante los malos resultados y también frente a la crítica al poder, sea institucional, legal o social, particularmente la que deriva de la libertad de expresión. Pero ningún país puede vivir en la polarización, en la división y el encono. La reconciliación o la concordia tarde que temprano regresarán, quizás por la vía del desencanto por la ilusión perdida, ya
presente en muchos sectores medios.
Cabe cuestionarse si el presidente pensaba que su gobierno y el país estarían en las condiciones que hoy se padecen. Difícil que se lo pregunte. Un gobernante negado a escuchar es un gobierno incapaz de autocrítica y, por tanto, puede darse espacio para creer o decir que es fácil gobernar, al igual que afirmar que se ha ganado la batalla contra la corrupción o que, finalmente, el sistema de salud está en vías de ser mejor que el de Dinamarca.