Nuevos dictadores
Violencia, opresión y autoritarismo. La literatura como agente de la verdad por Alan Navarrete
El niño de Hollywood.
¿De qué está hecho un sicario de la Mara Salvatrucha?
Por Oscar y Juan José Martínez.
Hay una frase popularmente atribuida a William Faulkner que dice: “Lo que hace la literatura es lo mismo que una cerilla en medio de un campo en mitad de la noche. […] no ilumina apenas nada, pero permite ver cuánta oscuridad hay alrededor.”
Del mismo modo, el libro de Oscar y Juan José Martínez resulta imprescindible para entender uno de los asuntos que desde hace algunos años acapara titulares y genera debate en los círculos académicos: Nayib Bukele y su campaña de erradicación de las pandillas, particularmente con la Mara Salvatrucha.
El gobierno de Bukele genera fuertes debates en torno a la ética, moralidad y legalidad de sus medios. Los señalamientos tienden a ser silenciados ante los incuestionables resultados. Pero, ¿Es correcta y sostenible la ruta de Bukele? ¿De donde surge la Mara Salvatrucha y cuáles son sus motivaciones? Aunque no de manera directa, el libro en cuestión nos provoca estas dudas y las responde de manera acertada. Para hablar de ello, es necesario el siguiente contexto:
Durante décadas, El Salvador fue el país más homicida del mundo entero. En 1994, uno de sus años más violentos, la tasa de homicidios llegó a 134,78 por cada 100mil habitantes. Al 2015 el número no bajó demasiado, con 106,3 asesinados por cada cien mil salvadoreños.
Desde Marzo del 2022 la cifra cayó en picada, de tal manera que para el 2023 El Salvador registró una tasa de tan solo 2,4 homicidios por cada cien mil habitantes. En palabras del Presidente Bukele, el Salvador pasó “de ser literalmente el país más peligroso del mundo a ser el país más seguro de América Latina”.
Esta impresionante bajada en crímenes de alto impacto ha causado revuelo en la comunidad internacional. Para muchas personas, la experiencia salvadoreña ha sido una epifanía antes sospechada y ahora confirmada. En la mente de muchos, se ha instalado la idea que la erradicación de la violencia es un asunto de voluntad política. Sin embargo, la pax cruenta del Presidente Nayib Bukele normaliza la criminalización de la violencia, la estigmatización y la opresión de las clases bajas.
La narrativa del proceso de pacificación extrajudicial con tintes de exterminio silencioso que implementa Bukele tiene un uso práctico en la legitimación de las políticas de la derecha latinoamericana, particularmente del bloque Bukele-Milei-Noboa, que más allá de ser mandatarios parecen fungir como una extensión oficialista del Comando Sur (la oficina gringa que orquesta golpes de Estado en LATAM). Tal parece, estamos viviendo la antesala de una nueva ola Neocolonialista que se aproxima, que comenzará con la toma de Protesta de Trump este 20 de enero y será operada por Musk a través de X/Twitter y Zuckerberg a través de Meta.
En este contexto, el libro de Oscar y Juan José Martínez es una resistencia a ras de tierra de la verdad, la contextualidad y el humanismo que se pierde cuando la violencia se impone. El niño de Hollywood es un texto que desvela, lucha y desarma a la narrativa más poderosa del mundo.
Se estructura desde dos perspectivas: la sociológica y la individual, lo que nos permite conocer a fondo el fenómeno, donde Organismos Internacionales de Derechos Humano han denunciado con vehemencia los atropellos que las autoridades salvadoreñas han realizado contra sus propios ciudadanos, y que ha llegado a una cifra récord de más de 80 mil personas encarceladas, que fueron detenidas de manera extrajudicial. Miles de hombres jóvenes y de escasos recursos yacen ahincados en cárceles sin condenas ni acceso a los derechos más básicos. En estos centros penitenciarios el Estado no procura la reinserción social. Al contrario, reproduce condiciones esclavistas al obligar a los reos a producir su propio alimento.
Bukele es el presidente más popular de América Latina. Con una aprobación que roza los 90 puntos porcentuales, las y los salvadoreños aprueban la gestión de Nayib y su estado de excepción. Esto ocurre, inferimos, cuando se capitaliza el miedo, el hartazgo y el odio de una sociedad golpeada por la violencia. Sin embargo, el terror no se ha ido, ha trasmutado y se está conteniendo a costos increíblemente altos.
El texto de los hermanos Martínez no es indiferente al dolor de las víctimas. Al contrario, empatiza al punto que comprende la realidad social de fronteras desdibujadas entre víctimas y victimarios, echando una mirada histórica a El Salvador del que poco se habla y mucho explica.
Nos remontamos al Siglo XIX, donde la principal actividad económica de El Salvador era el cultivo y exportación de añil, una planta utilizada como materia prima de un tinte azul muy demandado en Europa. Las fincas de cultivo recuerdan mucho al porfiriato mexicano: malos sueldos, maltratos, vejaciones y violaciones. Cuando en Europa la demanda de añil se detuvo la industria colapso y con ello la economía. La crisis provocó una cruenta Guerra Civil que marcaría los años venideros. Incluso al final de la guerra la violencia no ceso, guerrillas comunistas surgieron y grupos paramilitares intentaron erradicarlas, provocando más dolor y muerte en un país tan chiquito.
En algún momento del siglo XX la violencia fue tan grande que ya nadie podía huir de ella, lo que provocó una migración en masa hacia Estados Unidos.
Escaparon generaciones enteras de salvadoreños. Hijos de la guerra y esclavos de la pobreza, condicionados a una única realidad: violencia.
Llegados a EE.UU. y establecidos en L.A. sufrieron una dinámica de exclusión brutal:
Los americanos ricos marginan a los americanos pobres.
Los americanos ricos y pobres marginan a los negros de cualquier condición.
Los americanos ricos y pobres y negros de cualquier condición marginan a los migrantes mexicanos.
Americanos, negros y mexicanos marginan al resto de Latinos.
Americanos, negros, mexicanos y latinos marginan, con especial ahínco, a los centroamericanos.
Desprovistos de toda identidad y propósito, los salvadoreños que lograron ingresar al complejo sistema Latin Mafia en L.A. encontraron su primera identidad y primer propósito basados en el odio y la muerte. De esta forma, nacieron dos grandes pandillas de Salvadoreños: La Mara Salvatrucha y La 18. De manera que cuando Bill Clinton realizó una deportación masiva de latinos un gran numero de pandilleros enemistados sin ningún lazo con sus países de origen llegaron expulsar todo su enojo en tierras nuevas.
De esta manera El Salvador fue caldo de cultivo en un acrecentado enojo social derivado de décadas de guerra, de pobreza, de opresión y falta de oportunidades. Mientras los pobres de masacraban la élite salvadoreña gozaba del poder político y económico que les confería su clase social. El resto es historia que se transmite a diario en las noticias: Estado de excepción, violaciones a derechos humanos. La idea absurda que el Estado no debe pagar la comida de los presos. Discursos sumamente neo esclavistas.
Podría extenderme y mis palabras no harían justicia a la obra de Oscar y Juan José Martínez. Por ello recomendó su libro tan humano y tan indispensable en la era de la posverdad que vivimos. Un antídoto al odio irracional.
Alan Navarrete. Acapulqueño. Catador de hamacas, politólogo y otros eufemismos.