
La República de la prosperidad compartida
Efímera es la palabra y no porque se muera al ser pronunciada. Efímera porque dura lo que quien la escucha dura en la vida.
Aún impresa o grabada, cada palabra tiene, al menos, la perspectiva de tres edades que la contemplan. Y se desvanece en el oído y en los labios según la vejez que cada uno hemos acumulado. Y se escucha con acordes diversos que emergen del tiempo que hemos habitado.
El presente no es uno porque, al menos, en un instante, lo contemplan tres edades, los jóvenes, los adultos y los viejos. Eso dice Ortega y Gasset. Y cada generación tiene su palabra.
No hay razón para la decepción cuando se contempla el declive de palabras que en su momento elevaron el espíritu. A fin de cuentas: “el tiempo es un niño que juega con los dados; de un niño es el reino” dice Heráclito.
“…y la palabra se hizo carne y habitó entre los hombres…” proclama Juan y los espíritus nobles saben que esa Palabra es el silencio. Entonces, todo se trastoca porque del Silencio es el Reino.