
Teléfono rojo
La reacción muestra que dio en el blanco. A Ernesto Zedillo le respondieron desde la mañanera toda la semana, echaron a andar el aparato de propaganda del régimen para lincharlo moralmente y hasta lo amagaron con investigaciones penales por publicar su opinión, la cual, por cierto, no refutaron; al contrario, le dieron la razón al enseñar el cobre autoritario.
Zedillo señaló directamente a López Obrador de asesinar la democracia para imponer, con la complicidad de Claudia Sheinbaum, un Estado policiaco. Lo atacaron y descalificaron con saña, pero del tema que puso sobre la mesa guardan silencio.
De manera quijotesca, Zedillo responde con cartas a la presidenta en batalla desigual; pero la puso en aprietos y estableció agenda. La reacción visceral y desproporcionada es sintomática, no porque el expresidente haya dicho algo nuevo, su análisis es coincidente con otras voces y con la Marea Rosa que, en su momento, desbordó calles y plazas, sino porque pesa quién lo dice y la historia lo explica.
No es que su presidencia sea incuestionable, es que México transitó a la democracia durante su gobierno. La ruptura con el viejo régimen quedó acreditada cuando Zedillo entregó la banda presidencial a un opositor por primera vez en 70 años. Eso fue posible por las reformas que se aprobaron con amplios consensos en dicho sexenio, los cuales incluyeron a quienes ahora las revierten de manera unilateral para acabar con las alternancias.
Al IFE se le dio autonomía y sus miembros fueron elegidos por acuerdo de las fuerzas políticas. Muy distinto al nombramiento de los últimos cuatro consejeros del INE, sorteados en quintetas impuestas por un comité partidizado. Algo parecido se puede decir del Tribunal Electoral, creado entonces para calificar las elecciones. El obradorato se negó a cubrir las vacantes del TEPJF porque, con los tres que tienen, les alcanza para imponer su voluntad.
Las reglas para evitar precampañas anticipadas, uso de recursos públicos y programas sociales, así como la intervención de funcionarios, se volvieron letra muerta con AMLO, quien se cansó de pisotearlas con impunidad. La captura de las autoridades electorales quedó acreditada cuando éstas avalaron la inconstitucional sobrerrepresentación que permitió a una sola fuerza cambiar el régimen político. Con ese golpismo institucional mataron a la democracia.
El punto de quiebre, lo que para el ex presidente abrió paso a la tiranía, es la elección de juzgadores y no le falta razón. Si él renunció al control político del Poder Judicial que el Ejecutivo ejerció durante el priato, mediante el paso a retiro de 26 correligionarios que estaban en funciones para sustituirlos con 15 ministros independientes que se acordaron pluralmente y estableciendo la carrera judicial para que el mérito determinara ingresos y promociones, López Obrador hizo lo opuesto: someter a ese poder con comicios en el que el oficialismo juega con cartas marcadas para premiar la obediencia.
El contraste no es solo entre el demócrata versus el autoritario, también en la economía a la que Sheinbaum insiste en llevar la conversación. Usa el Fobaproa como espantapájaros, pero Zedillo endeudó al país para salvar al sistema bancario, evitando que los ahorradores perdieran su dinero. Decisión impopular porque muchos deudores perdieron su patrimonio al dispararse las tasas de interés mientras rescataban grandes empresas. A pesar de abusos de algunos vivales, la estrategia funcionó. México superó la crisis y, no obstante la contracción de -6.9% en 1995, el crecimiento anual promedio fue de 3.4%.
López Obrador no incrementó la deuda para enfrentar la pandemia y muchos negocios quebraron, decenas de miles de personas perdieron el empleo, mismas que no pudieron quedarse en casa. Pero sí en el año electoral con más de 6 billones de pesos que apuntalaron a su candidata y su partido. Mantuvo la popularidad y el poder, pero el crecimiento anual promedio fue tan solo de 0.8% y dejó a México al borde de la recesión y la autocracia. Uno pensó en el país, el otro en el poder.
Por cierto, la cancelación del NAIM y la construcción de Dos Bocas y el Tren Maya son un insaciable barril sin fondo y no se vislumbran beneficios. Ahí no habrá auditoria independiente.