
Teléfono rojo
Llaman lealtad a la obediencia ciega y, entendida así, es lo único que importa.
La incondicionalidad es un antivalor que niega la libertad y la dignidad de la persona, pero eso es lo que reconoce y premia el régimen obradorista.
El mérito es prescindible, también la capacidad, bueno, ni siquiera los resultados cuentan; la llave del éxito es ser solícito para complacer al líder. No es difícil, basta con halagarlo con desmesura, atacar a sus críticos con vileza y cumplir sus deseos sin chistar; pero sí denigrante y pernicioso.
No solo es constatable, fue verbalizado por López Obrador: “90% lealtad, 10% capacidad”. El mensaje es inequívoco: quien busque tener carrera política o mantenerse en el servicio público sabe lo que tiene que hacer.
Lo de la “arrogancia de sentirse libre”, frase demagógica del mesiánico dirigente, debe entenderse con clave orwelleana, es decir, que no hay mayor orgullo que el de someterse a sus designios.
Cuando la obedienciallega a la complicidad trabaja el Pacto de Impunidad. Ejemplos sobran.
Las decenas de casas de Manuel Bartlett y de su compañera de vida no impidieron que siguiera al frente de la CFE, como tampoco su pésima gestión. Igual con Octavio Romero, quien dejó Pemex quebrada y con el huachicol en auge, y ahora está el Infonavit con nuevas facultades para disponer de los ahorros de los trabajadores.
Y qué decir de Francisco Garduño, protegido y mantenido al frente del INM a pesar del incendio en el que murieron 40 migrantes porque no les quisieron abrir la puerta, así como el de Ignacio Ovalle, rescatado en Gobernación tras el desfalco de Segalmex.
Pero nada tan agraviante como el premio dado a Hugo López-Gatell.
La caquistocracia (kakistocracia) es el gobierno de los peores, de los menos preparados y más inescrupulosos.
Se verifica en todas las áreas de la administración pública, llegaron a poblar cargos técnicos que requieren especialización con la ayudantía de AMLO, y estamos por ver las consecuencias de los improvisados del acordeón en el capturado Poder Judicial.
Pero a López-Gatell lo vendieron como la excepción a la regla, experto de alto nivel que actuaría de acuerdo a la ciencia y la evidencia.
Sólo que hizo lo opuesto. Se olvidó de lo que debió aprender en la universidad Johns Hopkins para preocuparse, antes que en la salud pública, en complacer los deseos, obsesiones y prejuicios de López Obrador.
¡Qué mejor exponente de un régimen caquistocrático que quien se aparta de sus conocimientos para asumir voluntariamente el mediocre papel de un ignorante que se desentiende de las trágicas consecuencias de sus decisiones por ganarse la gracia del hombre más poderoso del país!
El Informe de la Comisión Independiente de Investigación sobre la Pandemia de covid-19 en México es riguroso, exhaustivo y contundente.
Los errores de Gatell costaron cientos de miles de vidas que pudieron evitarse y no hay excusa ni justificación porque el primer contagio en el país fue casi dos meses después de la alerta mundial.
No quiso replicar las prácticas exitosas de los países que padecieron el mal con antelación y se obstinó en repetir las más nocivas.
Entre otras aberraciones, subestimó el virus; apostó a la inmunidad del rebaño; se encomendó al programa Centinela que fue pensado para influenza; despreció el cubrebocas porque AMLO no se quería tapar la cara; prohibió tratamientos que funcionaban, exceptuando al Presidente y su familia que sí gozaron del remdesivir; alejó a enfermos de los hospitales para dejarlos morir en casa; desprotegió al personal médico y discriminó a los de hospitales privados con la vacuna; desinformó sistemáticamente a la población.
Los resultados de su negligencia criminal fueron más de 800 mil muertes, el tercero más alto del mundo, y el mayor índice de mortalidad en el personal médico.
No pudo cuidar ni a quienes nos cuidaron.
Súmenles su papel en el desabasto de medicamentos y la infame acusación de “golpistas” a padres con niños con cáncer.
No existe el cargo de representante de México en la OMS, pero lo becan en Suiza como pago a su complicidad con el líder máximo.
No puedo imaginar mayor afrenta a las víctimas y sus familias.