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CHILPANCINGO, Gro., 23 de abril de 2015.- Se ve demacrado. Los ojos se le hundieron en el rostro y ahora los enmarcan unas bolsas negras. Perdió 14 kilos y se le nota en el rostro, en los pómulos marcados y la piel escurrida. Aun así sonríe, cruza una pierna sobre la otra y afirma sin titubear: “No me arrepiento”.
Guerrero arde, Guerrero rojo, Guerrero violento, Guerrero del narco y de los narcopolíticos. Estado en llamas, en convulsión permanente. Tierra suriana bajo la que se ocultan cientos de cuerpos en fosas clandestinas, tumba de miles de desaparecidos.
El catedrático Rogelio Ortega Martínez nunca pensó que gobernaría Guerrero, el estado más conflictivo del país. Nunca pensó siquiera en incursionar en la política.
El caso Ayotzinapa lo sacó de su vida cotidiana, de las aulas en la Universidad Autónoma de Guerrero (UAG) y de todo lo que alguna vez creyó que era política, la que había leído en decenas y decenas de libros, pero que en la vida real dista mucho de ese concepto romántico que él creía.
El 26 de octubre de 2014, el Congreso de Guerrero le tomó protesta como gobernador interino, en sustitución del gobernador constitucional Ángel Aguirre Rivero, quien se vio forzado a solicitar licencia para separarse del cargo tras el asesinato de seis personas y la desaparición de 43 estudiantes de Ayotzinapa, en una serie de ataques perpetrados el 26 de septiembre en Iguala por el cártel Guerreros Unidos y policías municipales coludidos.
El caso no sólo cimbró a México, sino al mundo entero y ahora el catedrático tendría que asumir la responsabilidad de tranquilizar a un estado convulso.
“Fue un cambio sumamente radical en mi vida. Yo tenía una vida de rutinas, muy estable, muy hecha, muy programada y planificada. Asistía a dar mis cursos, mi convivencia familiar, mi confort y disfrute de los periodos vacacionales. Me encanta viajar y con mis ingresos tenía la oportunidad de hacerlo hasta tres veces por año, en verano, diciembre y semana santa”, recuerda ese pasado no tan lejano, pero muy distante de la oficina en que concedió esta entrevista. Lujosa, cierto, pero excesivamente concurrida y rodeada de guaruras que no lo dejan a solas ni por un segundo.
“Ahora esa vida es imposible”, reconoce Rogelio Ortega mientras entrelaza los dedos de sus manos.
Se describe como un hombre amiguero, de bohemia y de fiesta, proveniente de una familia de maestros que vive de forma festiva. “La bailada, la cantada, la guitarrita, los boleros, eso hoy no lo puedo hacer”, dice mientras suspira.
Los primeros tres meses dormía un promedio de 2 horas cada noche, dejó la fiesta, la vida relajada, el ambiente universitario, la convivencia familiar y los viajes.
La sonrisa que presentó durante su toma de protesta ahora luce algo desganada. Perdió 14 kilos y el control de su vida.
“Tengo que levantarme todos los días a las cinco de la mañana y nunca sé a qué hora me voy a dormir”, detalla el gobernador, pero se le nota en los ojos cansados, aún sin que lo diga.
Y en un estado en el que todo puede ocurrir, en cualquier momento, se dio cuenta que sería gobernador 24 horas, de día y de noche, sin descanso.
Alegre y festivo como es, le gusta la cerveza, el vino, el whisky, el tequila y por supuesto un buen mezcal guerrerense, pero ahora todo es distinto.
“Vivo en sobriedad absoluta por convicción, porque para como están las cosas uno no puede relajarse en una cena, a la hora de la comida. No importa que uno esté con la familia o con amigos, porque en cualquier momento hay que tomar una decisión de altísima responsabilidad y hay que hacerlo absolutamente despejado de los sentidos, con absoluta racionalidad y con absoluta sobriedad. Me ha tocado tomar decisiones a las 2, 3, 4 de la mañana, decisiones drásticas”, explica y se encoge de hombros. ¿Ya qué?, así lo decidió cuando aceptó el cargo.
Su convicción, dice, es entregarse de tiempo completo para servirle a Guerrero. Por eso cuando sus amigos le ofrecen una copa de vino siempre les responde que está en servicio, de día y de noche. Que quizás en las fiestas de diciembre brindará con una copa de sidra, con una cerveza o con un buen vino tinto, “pero ahora no, ahora es tiempo de absoluta sobriedad y de dedicación al trabajo”.
Desde hace 25 años, Rogelio Ortega se dedicó al estudio de las ciencias políticas, de los movimientos sociales, de la solución de conflictos, de los gobiernos y de los sistemas y élites políticos. Pero sólo era teoría.
Al ocupar la gubernatura se dio cuenta que, más allá de las teorías políticas, en Guerrero había una clase de políticos sui generis, como él les llama, distintos, peculiares, diferentes a lo que marca la norma.
“Me he enfrentado a asuntos alejados de toda imaginación”, reconoce, “absolutamente nuevos en lo que tiene que ver con la cultura política, con el comportamiento de las élites políticas en Guerrero”, detiene el comentario. No dice en qué es diferente, pero se intuye. No necesita explicarlo cuando es tan evidente en un estado donde predominan la corrupción, el nepotismo, el dedazo, las imposiciones, la corrupción, las negociaciones, la dictadura y la simulación.
Ortega reconoce que la élite política se dirige a él con respeto por su origen como académica y que han sido solidarios con él y su estrategia para lograr la armonía y la paz.
Sin embargo, también reconoce que la clase política local, pero principalmente la nacional, ha sido “sumamente crítica con él por lo que consideran falta de oficio político, de experiencia y de trato con los actores políticos”.
Pero tiene una excusa: “El tramo es corto” y no ha tenido tiempo de adecuarse a los usos y costumbres, al pragmatismo de la clase política. El tiempo lo ha dedicado al diálogo con los líderes de los movimientos sociales. Su prioridad no es agradarle a la élite, sino regresarle a Guerrero la armonía y la paz.
De la crítica que recibe a diario, que lo califica como inepto e incompetente, tibio, tolerante extremo, incapaz de ponerle un alto a las movilizaciones, dice que no le afecta ni le preocupa.
Recuerda que en su segundo día como gobernador interino asistió a un partido de fútbol del equipo Los Avispones, en Chilpancingo. Alguien del público le gritó “¡Rogelio Ortega chinga tu madre!”. Él se levantó y le pidió que conversaran. “Lo que dices a mí no me hiere, porque no es a mi persona, es a lo que yo represento y sé de tu malestar, de la inconformidad que tienes con la institución que yo represento, pero te voy a demostrar que se puede gobernar de manera diferente”, le dijo.
Para él es como el descenso de Zaratustra, tal como lo escribió Friedrich Nietzsche en su libro Así habló Zaratustra.
Recuerda la escena en que el sabio se interna en el desierto y es mordido por una serpiente; en lugar de atacarla, habla con ella y le pide que le extraiga el veneno que le inyectó.
“Yo afortunadamente desde mi adolescencia, desde mi niñez, fui muy concentrado en los libros. Los libros enseñan”, recuerda Rogelio Ortega.
El primer gran regalo que recibió en su infancia fueron seis tomos de la enciclopedia El libro de oro de los niños; después recibió toda la colección de El nuevo tesoro de la juventud. Los leyó todos.
“Ahí aprendí valores, el de la tolerancia, el de la mesura, la sensatez, la prudencia y quizá más tarde, el del diálogo como la mejor vía para encontrar acuerdos”, asegura el mandatario.
Sin embargo, reconoce que no puede responder a toda la crítica: “¿Cómo le responde uno a los caricaturistas de los medios?, ni modo que les diga que les voy a dar dinero para que no me pinten tan feo, pues no, ni modo, uno se aguanta y les dice que le guarden toda la colección para que un día la revisen mis nietos”.
Pobreza extrema, rezagos, marginación, corrupción, penetración del crimen organizado en las instituciones. La tarea no es fácil y Rogelio Ortega la califica como “una herencia maldita”. Sabe que los ojos de México y del mundo están clavados en Guerrero y en el trabajo de pacificación que él realice. Aun así no se arrepiente de haber aceptado el reto.
“Nunca me he arrepentido, aún en las condiciones más difíciles, ni cuando estuvieron los manifestantes a punto de chocar con el Ejército en Ayutla, ni cuando se enfrentaron los muchachos de Ayotzinapa enfrente del mercado central de Chilpancingo con la Policía Federal, ni cuando se proyectaron contra la puerta del cuartel militar de Iguala y que eso pudiera haber derivado en una confrontación con las instituciones castrenses, con sucesos lamentables de posibles heridos o hasta muertos. Son situaciones difíciles que me ha tocado enfrentar, de aguantar mucho el reclamo de la inconformidad, de la crispación y la rabia social”, puntualiza mientras cuenta los altercados con los dedos.
La fecha límite de su interinato es el 24 de abril. Falta un día y reconoce que no se quiere ir.
Ante el rechazo de Ángel Aguirre Rivero, de reincorporarse como gobernador constitucional, la decisión recaerá en el Congreso local.
Votarán por Rogelio Ortega, pero si no obtiene las dos terceras partes de la votación total del Legislativo, tendrá que irse y alguien más ocupará su lugar.
Levanta las cejas y abre un poco más sus ojos, de por sí pequeños y ahora hundidos por los desvelos: “Me gustaría terminar el periodo constitucional de gobierno, indudablemente, yo me mentalicé, me preparé y mi familia también, mi entorno también, para dedicar mi alma, vida y corazón para buscar la armonía y la paz democrática en Guerrero, para pasar a la historia como el gobernador de la paz”.
Para Ortega, los seis meses que ha estado al frente del Ejecutivo han sido exitosos. “Si el Congreso me da la oportunidad de ir en el tramo siguiente, creo que puedo coronar con éxito el desafío que me tocó enfrentar y entregarle muy buenas cuentas al pueblo de Guerrero”, asegura el catedrático.
Aquí puedes escuchar toda la entrevista: