Sin mucho ruido
La democracia mexicana parió gobiernos minoritarios, constitucionalmente débiles, sin mayoría en el Congreso, y además improvisados e inexpertos, asegura Héctor Aguilar Camín en su ensayo “Nocturno de la democracia mexicana” (Nexos, mayo de 2016).
En el documento, el escritor analiza las tres presidencias del siglo XXI (Fox, Calderón y Peña Nieto). Recalca que los votantes mexicanos les dieron el poder a individuos que no habían tenido ninguna experiencia federal de gobierno significativa, y que sus gabinetes fueron integrados con colaboradores tan inexpertos como ellos.
La pluralidad en el poder legislativo no escapa a su crítica. Para el historiador la representación proporcional a partidos pequeños devino parasitismo de pequeñas camarillas que han capturado rentas públicas e influencias burocráticas, y que más allá de eso, no representan a nadie.
En el tema de la corrupción, afirma que si bien en los últimos cuatro lustros del siglo XX aquella tenía forma de pirámide, en la actualidad ha adoptado la figura de una telaraña que va desde el centro a los gobiernos estatales y municipales.
No se diga en los procesos electorales en los que abunda mucho dinero suelto: de contratistas que quieren asegurar negocios con el nuevo ocupante de la silla; constructores que quieren ganar licitaciones de obra a modo; hoteleros, antreros o comerciantes que quieren permisos de uso de suelo; y la participación del crimen organizado que acoge como interés vital el éxito de ciertos candidatos con cargo a la disuasión de los demás contendientes.
En resumen, la violencia se entrelaza con los negocios ilícitos y la propaganda política. Y así, la lista se vuelve interminable. La democracia que se muestra al elector como una dama impoluta, es en realidad, para la clase política, una oportunidad periódica de llenar sus bolsillos de dinero.
En síntesis, la transición a la democracia en México, lejos de dejar satisfecha a la sociedad, ésta se encuentra más decepcionada que nunca de los partidos y de los políticos. Y Guerrero, no es la excepción.
En un reciente estudio que realizamos un equipo de investigadores sobre los valores democrático de los ediles en la administración 2012-2015, encontramos que muestran baja secularización política, incapaz de construir estructuras políticas firmes, para sentar las bases de un desarrollo democrático persistente.
La mayoría de ellos desconocen sus funciones, como parte fundamental del órgano supremo de los ayuntamientos, para constituirse en contrapeso efectivo para los presidentes municipales, mismos que toman decisiones en petit comité con los regidores de su partido y, en no pocas ocasiones, se siguen manejando en la imprevisibilidad y la incertidumbre sin tener que rendir cuentas al cabildo.
No confía en la imparcialidad de las autoridades en la aplicación de las leyes. En el mismo tenor el 50 por ciento de los ediles considera que la mitad de los guerrerenses no respeta la ley. Para muchos ciudadanos la ley sigue siendo materia de negociación, lo mismo se da una politización de los procesos judiciales que una judicialización de la política.
Esta percepción conduce implícitamente a la anarquía, al desorden y la desconfianza generalizada y por consiguiente a la pérdida de los valores éticos. La desconfianza invade los procesos electivos. Dos terceras partes dudan de la limpieza de las elecciones.
Respecto al tema de la corrupción, cuatro de cada diez entrevistados piensa que en la comisión de aquella concurren autoridades y ciudadanos. Que es una práctica muy arraigada en la cultura del mexicano.
Como puede observarse en estas líneas, la transición democrática y el pluralismo político no vino a resolver los viejos vicios arraigados desde el antiguo régimen, quizás solo los dispersó entre más actores políticos.