La Pintada, dos años después del horror
19 de agosto de 2015
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8:01
Alondra García Lucatero/Quadratín
ACAPULCO, Gro., 19 de agosto de 2015.- Han pasado dos años y las manos aún tiemblan, nerviosas, al recordar la tragedia. Se corta la voz, la mirada se pierde en el infinito. La mente de Cesáreo Moreno Ávila retrocede al horror.
Fue un 16 de septiembre de 2013, la fecha es inolvidable. Ese día estaba con su familia en su comunidad natal, La Pintada, en la sierra del municipio de Atoyac de Álvarez, en el estado de Guerrero.
Fue un año atípico, dos tormentas tropicales se conjuntaron: Ingrid y Manuel. Las precipitaciones eran torrenciales.
Lo recuerda claramente, comenzó a llover desde el 13 de septiembre y tres días después continuaba el aguacero.
Recuerda que al medio día del 16 de septiembre ya no había energía eléctrica en el pueblo. Por eso buscó una planta generadora, la llevó a la caseta y la mantuvo encendida hasta que se le terminó la gasolina.
Cesáreo tenía un mal presentimiento. Algo no andaba bien. El río junto al pueblo comenzaba a bramar. El caudal crecía y amenazaba con volcar toda su fuerza contra las casitas.
Gracias a la planta generadora pudo hacer una llamada telefónica. Contactó a un amigo y lo puso en alerta de lo que pudiera pasar.
No había más qué hacer, por lo que volvió a casa. Se percató que las calles estaban inundadas, pero no por la lluvia, sino por el lodo que comenzaba a desprenderse lentamente del cerro.
Parecía obvio, pero nadie se lo imaginaba. El cerro estaba reblandecido a causa de la lluvia y un alud de lodo estaba por sepultar a la comunidad de La Pintada.
Pasaron tres horas más, hasta que a las 3:30 de la tarde el cerro se vino abajo.
“Se oyó un ruido, como un estruendo. El cerro se desgajó en una fracción de minuto. El lodo tapó el río, se veía como si la tierra estuviera hirviendo”, relata Cesáreo Moreno Ávila.
La capa de lodo tenía una espesura de cinco metros, un alud de 374 mil toneladas de tierra se tragó a 71 personas, arrancó 34 casas y dañó a decenas más. El pueblo quedó dividido en dos.
Los sobrevivientes no daban cabida a lo que acababa de ocurrir. Aun así, no hubo tiempo para el estupor. “Nos pusimos a trabajar, empezamos a sacar a los heridos”, recuerda Cesáreo.
A las 8:30 de la noche se desgajó un segundo trozo de cerro. Otra vez el estruendo y después el silencio. Los sobrevivientes enmudecieron.
Llovía, no había electricidad ni luz de luna. La tumba de lodo amenazaba con devorarlos también. No había posibilidades de rescatar a nadie con vida y decidieron dejar los trabajos de rescate para el otro día.
Las manos de Cesáreo Moreno Ávila tiemblan incontrolables cuando relata la historia. De algún lugar sacó un trozo de papel y comenzó a despicarlo. Los ojos rojos, tristes. El llanto amenaza con brotar.
Recuerda que fue la noche más larga de su vida. Finalmente amaneció, era 17 de septiembre de 2013, no había electricidad ni línea telefónica. Medio pueblo estaba bajo el lodo.
Algunos hombres subieron a los cerros y gracias a los radios pudieron comunicarse con la comunidad de El Edén.
“Se derrumbó el cerro sobre el pueblo, hay muchos muertos y desaparecidos”, les habrán dicho en un grito desesperado de ayuda.
Ese día los helicópteros con ayuda no pudieron bajar en La Pintada. El clima aún era hostil. Anocheció y amaneció.
La mañana del 18 de septiembre el sol se abrió en el firmamento, que de cuando en cuando era cubierto una vez más por las nubes. Finalmente llegó la ayuda, los helicópteros evacuaron a los sobrevivientes.
En las siguientes horas y días llegó el Ejército, después la Policía Federal, la Armada de México, Los Topos de la Ciudad de México y decenas de voluntarios dispuestos a colaborar en la búsqueda y rescate de cuerpos, pero la tumba de lodo no los regresó a todos.
Sin certeza en identidad de cuerpos
Había que cavar, remover la tierra que se tragó casas, personas y animales por igual. De las 71 personas desaparecidas, sólo se encontraron restos de 56.
Algunos cuerpos, los afortunados (si así se les puede llamar), salieron completos. En otros casos, sólo se hallaron trozos imposibles de identificar.
Los cuerpos que se rescataron completos no tuvieron mayor problema para ser identificados por sus familiares sobrevivientes.
La historia fue distinta para los trozos de carne y hueso, que nunca volvieron a tener rostro ni identidad.
“El gobierno nos falló en la entrega de resultados de ADN, nos la hizo cansada. Hubo cuerpos que se sepultaron en pedazos y no hay certeza de su identidad”, lamenta Cesáreo Moreno.
Reconstruir el pueblo y las vidas
El presidente de la República, Enrique Peña Nieto, impulsó un proyecto al que nombró La Nueva Pintada.
A través de la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano (Sedatu), el gobierno de México construyó un complejo habitacional de 187 viviendas, calles empedradas, áreas verdes, jardín de niños, primaria, secundaria, telebachillerato, una iglesia y un memorial para las 71 víctimas mortales.
Meses atrás hubo quejas por retrasos en la entrega de las casas, críticas por la calidad de las viviendas y la falta de servicios.
Cesáreo Moreno Ávila, quien fungió como presidente del Comité Pro Construcción de la Pintada, asegura que el gobierno federal “les cumplió cabalmente” en la reconstrucción del pueblo, aunque admite que aún luchan por la construcción de otras 23 casas.
El pueblo luce vacío. Faltan los 71 muertos y las decenas de personas que optaron por irse, porque ya no tenían nada por qué quedarse en La Pintada.
En el centro de la desgracia se construyó un memorial en el que se erigen 71 árboles frutales. Delante de cada árbol hay una placa metálica con el nombre de cada víctima mortal.
Frente al memorial hay un kiosko y una placa de agradecimiento al presidente Enrique Peña Nieto. Al otro lado de la calle, sobre una loma, se erige la iglesia dedicada al Señor de la Misericordia.
Dentro de la iglesia, al frente, se erige un cristo crucificado. A su lado derecho, de pie, una imagen en tamaño real del sagrado corazón de Jesús. En las paredes cuelgan cinco banderines con súplicas a Dios: “Señor, que toda esperanza renazca en nuestros corazones”; “Señor, permítenos volver a soñar”; “Señor, que tu amor y bondad nos acompañen”; “Señor, danos la luz para sobrevivir”; “Señor, confiamos en tu infinito amor”.
Los sobrevivientes recibieron atención psicológica, pero el miedo, ese, el que nació la noche del 16 de septiembre de 2013, está incrustado en sus vidas permanentemente.
“Aquí la gente le teme a la lluvia. Cuando llueve, la gente se sale de las casas y voltea a ver a los cerros, para ver si no se les vienen encima. Cuando de verdad llueve, cuando llueve mucho, la gente se va de La Pintada. La tragedia se nos quedó grabada en la mente”, comenta Cesáreo.
A casi dos años del infierno, el temor renació. Había pasado ya un año desde que la Sedatu y el Ejército dieron por terminados los trabajos de reforzamiento al cerro que se desprendió. De la nada, hace tres meses, volvieron la maquinaria, los ingenieros y los técnicos.
“Aquí nadie nos dice nada. Todo es muy hermético”, lamenta el sobreviviente de La Pintada. “Ya hace un año se había terminado la primera etapa de amacizamiento y protección del cerro. Hace tres meses regresaron con total hermetismo, no sabemos qué pasa, pero vemos que están trabajando bien”, agrega.
Las casas de colores brillantes que construyó el gobierno federal se ven desde la carretera, desde antes de tomar la desviación que conduce a La Nueva Pintada. Dentro de los hogares, el luto continúa.