Hoja verde
AYUTLA DE LOS LIBRES, Gro., 10 de mayo de 2014.- A poco más de cien años de la Revolución Mexicana, Adelita aún camina por las calles de Ayutla de los Libres, Guerrero.
Se modernizó… ya no usa trenzas ni huaraches, tampoco falda, pero conserva la escopeta, siempre lista para disparar contra el enemigo.
Adelita adoptó más de mil nombres y uno de ellos es Cándida González Garibay, una madre de familia que, a sus 50 años, tomó las armas y se unió al grupo de autodefensa que surgió el 5 de enero de 2013.
“Había tantas cosas (…) levantones, muertes, mataban incluso a las mujeres, la verdad era un desastre”, relata Cándida mientras sus brazos delgados sostienen una escopeta calibre 240.
Sin marido, con un hijo asesinado y su única hija viviendo fuera del municipio, consideró que era el momento adecuado para enlistarse en la autodefensa, que posteriormente evolucionó en Policía Ciudadana.
Como cualquier policía, viste pantalón de mezclilla, botas negras, playera azul marino con las siglas SSJC (Sistema de Seguridad y Justicia Ciudadana) y una gorra del mismo color con el escudo del estado de Guerrero.
“Hay que tener valor para estar en este servicio, porque luego hay enfrentamientos y hay hombres que la verdad se hacen para atrás, hay que tenerlos bien puestos para salir adelante”, sostiene la mujer que en su juventud formó parte del Ejército y la Policía Preventiva, pero que colabora desde hace un año en la Policía Ciudadana de la Uniòn de Pueblos y Organizaciones del Estado de Guerrero (UPOEG).
A ella no le asustan los enfrentamientos con la delincuencia organizada: “Nunca he sentido miedo, porque al meterse uno ya sabe a lo que va”, expresa con voz firme, sin soltar el arma, que al parecer se convirtió su mejor compañera.
“Cuando uno sabe lo que es un arma ya no tiene miedo (…) yo estoy dispuesta a dar mi vida por mis compañeros y por la defensa de la población”.
El renacer de Adelita
Adelita renació en miles de mujeres de Guerrero. De acuerdo al dirigente de la UPOEG, Bruno Plácido Valerio, en el Sistema de Seguridad y Justicia Ciudadana hay 10 comisarias, 150 mujeres policías y más de 5 mil promotoras.
“Las promotoras le dan de comer a los policías y coordinan los eventos de la UPOEG, además cuando su marido se va a los operativos de la Policía Ciudadana, se encargan de la parte que le toca al hombre en el hogar, sin descuidar nunca la casa, los niños y la escuela”, explicó el dirigente.
Eneida Lozano Reyes es una madre de familia que se sumó a la UPOEG en sus inicios, cuando aún era un grupo de autodefensa.
“Antes todo era tranquilidad, pero de un momento a otro, hace aproximadamente 12 años empezó a surgir la delincuencia. Primero empezaron los secuestros (…) de ahí empezaron a hacer levantones, a pedir dinero (…) luego estaban acosando a muchachas de las escuelas y después vimos que esas muchachas se involucraban con los delincuentes (…) en la carretera veíamos como vendían droga”, relata.
Pero la inseguridad y la violencia incrementaron: “Así fue al grado que después aparecían muertos en barrancas, en calles, sacaban a hombres de las fiestas y después aparecían muertos (…) veíamos a los delincuentes bebiendo y a los policías municipales resguardándolos, también a los ministeriales y a los estatales”.
A Eneida Lozano la delincuencia la alcanzó un 3 de septiembre de 2012, cuando un grupo armado ingresó a la tortillería propiedad de su familia y se llevó a Leodegario Escamilla Martínez, el padre de sus hijos.
En ese entonces los pobladores ya comenzaban a organizarse, en lo oscurito, para levantarse en armas contra la delincuencia.
Pero la autodefensa aun no estaba conformada y no tenían armas para enfrentarse a los criminales.
Entre septiembre y diciembre de 2012 la violencia se agudizó: levantaron a tres comisarios, incrementaron las extorsiones a los comerciantes, desaparecieron varios pobladores y sumaron cada vez más secuestros y ejecuciones.
A pesar de la pérdida de su esposo, Eneida Lozano se mantuvo firme en el trabajo organizativo y finalmente el 5 de enero de 2013, el pueblo se levantó en armas.
Al ver a la población organizada y armada, los delincuentes huyeron; aquellos que se quedaron fueron detenidos y juzgados por las comunidades.
El movimiento de autodefensa que después se convirtió en Sistema de Seguridad y Justicia Ciudadana localizó fosas clandestinas, pero Eneida nunca encontró el cuerpo de su esposo en alguna de ellas. La mayoría de los cadaveres no fueron identificados.
La promotora de la UPOEG reconoce que ahora que el municipio está en paz y tranquilidad, sus hijos y su familia le piden que deje el movimiento.
“Como madre es importante seguir en esto porque es una herencia (…) estamos trascendiendo para que nuestros hijos vean que no se van a dejar manipular ni una vez más, no se van a dejar pisotear, ellos van a estar alertas y activos para salir adelante por cualquier situación, porque nosotros estamos dándoles el ejemplo”, sostiene la madre de familia.
Las mujeres valientes
“Popular entre la tropa era Adelita, la mujer que el sargento idolatraba, porque a más de ser valiente era bonita y hasta el mismo coronel la respetaba”, canta el corrido compuesto por el soldado villista Antonio del Río Armenta.
Al igual que en la época de Emiliano Zapata y Francisco Villa, a las Adelitas modernas se les respeta por su valor.
María Cristina Guevara Ramírez tiene 70 años, una pistola descansando en las piernas y un radio en la mano izquierda.
“Me integré al movimiento porque me querían levantar y yo dije ¡madres que me llevan!”, relata la mujer de edad avanzada, piel blanca y cabello rojizo.
Sola y con una hija enferma, bajaba la cortina de su negocio a las 19:00 horas y se encerraba en su casa.
“Pasaban como 50 hombres para arriba, daban vuelta, subían, daban vuelta, bajaban al jardín, yo nada màs los estaba mirando de allá arriba… Me estaban buscando pero ¿qué cosa me iban a quitar?, ¡pues nada!, yo soy pobre y ellos a fuerza querían dinero”, cuenta María Cristina.
No lo dudó ni un momento, en cuanto surgió la autodefensa ciudadana se integró a sus filas.
A sus 70 años y con una hija que sufre de ataques epilépticos, prestó su casa como base de operaciones y se encargó de las labores de oficina.
“Yo lo decidí al momento, como sea para morir donde quiera (…) no todas las mujeres son valientes (…) no me atemorizan las armas porque para eso nació uno, para morir… y no hay temor a morir peleando”, exclama.
-“¿La utilizaría en caso de ser necesario?”, se le preguntó en la entrevista.
“Se la jalo luego, toda, por proteger a la organización y a mi familia”, respondió.