Perspectivas cinéfilas
El debate sobre el tema de la corrupción está en la mesa política de nuestro país hace ya varias semanas. Políticos, académicos y sociedad civil dan sus puntos de vista, a veces encontrados pero coinciden en que es una reforma muy importante para la vida pública de México.
Hace unas semanas, en una entrevista, el presidente Peña comentó que la corrupción es un problema cultural, “que ha estado en la historia de la humanidad”. Muchas críticas le han llovido al Presidente por haber dicho esto.
Desde mi percepción, el Presidente tiene algo de razón, pero, hay que matizar el planteamiento: lo que hay en todos lados es potencial de corrupción mas no necesariamente corrupción en sí. La diferencia entre si esa corrupción se materializa o no, y la frecuencia y grado con lo que lo hace, radica en cómo es encarado dicho potencial y qué se hace cuando pasa a lo real.
El nivel de educación en todo el país es inversamente proporcional al nivel de corrupción. La corrupción en México se presenta como un factor endémico infiltrado en nuestro código genético; la sobrellevamos y en ocasiones la propiciamos.
La declaración presidencial referente a que la corrupción es un asunto de orden cultural ha sido refutada por criterios que interpretan en la misma una implícita resignación oficial. Siendo realistas, ¿acaso la corrupción no ha sido una tolerada presencia histórica, la cual estamos convencidos que no desaparecerá de un plumazo?
Combatir resueltamente la corrupción implica en lo particular un cambio radical de actitud, partiendo de principios morales y enraizada formación familiar, escolar y social y en el ámbito gubernamental asumiendo medidas concretas: Fomentar la transparencia, apoyar el acceso a la información, implantar sistemas y mecanismos de control, endurecer sanciones, proteger denuncias y testigos, impulsar campañas publicitarias de convencimiento, serian algunas acciones a seguir para combatir ese cáncer social.
El presidente Peña exhorta a construir una nueva cultura ética en la sociedad mexicana. Al respecto, estimo que los valores éticos allí están, son permanentes, no son una moda, supuestamente los hemos adquirido, lo procedente es aplicarlos, pero por convicción, no por presión. Ya un Presidente anterior tuvo por lema la renovación moral de la sociedad; la moral no es renovable, se tiene moral o se carece de ella.
En otras palabras, sí está en los humanos el ser corruptibles (potencial de corrupción). Sin embargo, algunas personas saben la diferencia entre el bien y el mal. Saben también elegir el bien, es decir, incluso ante la oportunidad y hasta la tentación de caer en corrupción, no optan por ser corruptos.
Dicho eso, también hay quienes no sólo echan mano de cualquier ocasión en la que el corromperse les prestará beneficios sino que hacen de la corrupción una forma de vida, especialmente cuando, lo enfatizo, la “ley” se los permite.
Se comenta que la corrupción puede ser cultural, si en verdad vivimos en una sociedad corrupta, esto es resultado de cómo hemos construido nuestra interacción social. Luego entonces, para cambiar las cosas y hacerlo pronto, tenemos que condenar la corrupción siempre (entre los políticos, los empresarios, los sindicatos, los ciudadanos) y exigir que, quienes son corruptos, encaren consecuencias. En cuanto esté claro que la corrupción sólo nos genera costos y no beneficios, la expulsaremos de nuestras vidas, de nuestra forma de entender la realidad: entre más pronto empecemos, mejor.
La reforma estructural en materia de corrupción debe contemplar a una pentarquía de personajes de la sociedad con antecedentes en la materia, que sean propuestos por la academia, sociedad civil y el gobierno federal. Que sus nombramientos sean aprobados por el Poder Legislativo y que sean evaluados cada año, en sus actividades. Que la entidad o dependencia que se cree tenga autonomía constitucional para poder actuar con toda libertad y sin presiones de los tres órdenes de gobierno.
ES CUANTO.