Reporta Gobierno 17 detenidos del 19 al 24 de noviembre en Guerrero
TIXTLA, Gro., 9 de octubre de 2014.- “Recibí su última llamada a las 11:44. Me dijo: mamá están balaceando a unos compañeros y vamos a ir a apoyarlos”, recuerda Berta Nava Martínez, quien perdió a su hijo en los sucesos del viernes 26 de septiembre en Iguala, donde tres estudiantes normalistas murieron por disparos hechos por la policía municipal.
Nava Martínez se encuentra sentada en la cancha de baloncesto de la escuela normalista Raúl Isidro Burgos en Ayotzinapa. Delante suyo decenas de estudiantes y profesores normalistas elaboran con precisión y color las pancartas para la marcha nacional del 8 de octubre, para exigir la presentación con vida de los 43 estudiantes desparecidos.
“Hasta en California se manifestarán”, espeta un joven.
Berta fija su mirada en un punto incierto del horizonte. Apenas hace una semana enterró a su hijo de 23 años en el cementerio de Tixtla.
“En Chilpancingo nos dijeron que el presidente municipal de Tixtla nos iba ayudar a enterrarlo. Nosotros no tenemos dinero. Al final tuvimos que dejar sus restos en el panteón donde descansan los familiares de su abuelita”.
El camposanto está siendo devorado por una laguna que anega las tumbas y es posible que un futuro ya no pueda visitar la sepultura de Julio César Ramírez Nava, ya que “cuando llueve mucho o se anega, hasta los ataúdes flotan y nuestros difuntos también.
Nosotros pedimos al presidente municipal que nos dejara enterrarlo en otro cementerio, que nos diera para un pedacito de tierra. Pasaron cinco días y no nos dijeron nada. Ya no podíamos esperar más”, añade Nava Martínez con triste indignación.
Decenas de padres de los normalistas desaparecidos viven por ahora en la Raúl Isidro Burgos. Hasta ahí se han acercado pobladores guerrerenses para expresar su apoyo y traer algo de comida.
“Nosotros, gracias a Dios, no tenemos ningún hijo desaparecido, pero hemos venido apoyar para cocinar por las noches”, dice José y Silvia, quienes reparten arroz y un guiso con nopales, huevo y tortilla.
Nava, mientras tanto, dice que se encuentra tranquila, “al menos pude enterrarlo”, pero su deseo y apoyo a los demás padres es para que se esclarezcan los sucesos de Iguala, que de momento se ha saldado con 30 detenidos, entre ellos 22 policías.
“¿Por qué se ensañaron con los jóvenes? Si solo querían pedir un boteo para poder ir a la marcha y conmemorar a esos jóvenes que mataron hace años en México”, se pregunta.
La madre de Julio César, empero, no se siente exhausta sino con fuerzas y ganas de seguir hacia delante en el caso de su hijo, hasta que se conozcan las causas por las cuáles fue asesinado a sangre fría junto con dos compañeros.
“Si mi hijo no se rajó, yo tampoco”, sentencia.
Ella y su familia son pobres. Berta sufrió un accidente hace unos años. Cayó desde una azotea que le impidió seguir con sus labores como asistenta doméstica.
“Yo no estudié, nomás así aprendí a leer. En cambio mi hijo quería ser maestro para enseñar a los niños, que se lleguen a preparar para que se defiendan y no los pisoteen. Si yo no estudié, ellos sí”.
Como los padres de Ayotzinapa, Berta quiere que indemnicen a los familiares de todos los desaparecidos, ya que muchos de ellos tenían hijos, novias embarazadas o familiares que cuidar. Sin embargo, como Berta, nadie de ellos ha recibido ninguna asistencia por parte del gobierno estatal, ni de la Federación.
“Les estamos pidiendo ayuda a las instituciones pero nos dan largas y largas, así que es momento de actuar”. Comenta, que si en la marcha del 8 octubre hay incidentes es porque “¿qué vamos hacer? Vamos a luchar hasta las últimas consecuencias”.
Berta se despide diciendo que soñó con su hijo el otro día.
“Me vino a ver y decía: ‘mamá ya llegaste’. Me dijo que todo estaba bien. Para mí, él está durmiendo, está vivo y donde yo vaya, lo voy a ver”.
Y se consuela y fortalece: “me mataron a mi hijo, pero me dejaron a todos (estudiantes normalistas) para luchar por ellos”.