Teléfono rojo
Mosaico de la realidad
Solidaridad con los periodistas y castigo a los asesinos
Acapulco es un cascarón, por mas que le pongamos esferas y anuncien fuegos pirotécnicos, cuyo dinero la gente querrá se aplique mejor a la reconstrucción.
Lo urgente es la limpieza del cascajo, vidrios, animales muertos, más la basura tradicional que se está tirando momentáneamente en terrenos del puerto. Le ponen cal, pero aún así, se pudren.
Y fui a Acapulco, y no es ese Acapulco que vivimos desde niño, joven, con los hijos y con mi esposa; donde antes, la primera vez; la luna de miel con mi primer matrimonio con Adriana Mujica, y después rumbo a la tercera edad, 73 años, con la idea de vivir ahí hasta la muerte.
Mi esposa la doctora Maritza Zurita Esquivel, se contagio de Covid 19 un 7 de enero del 2022, en el puerto, se fue antes, el 25, porque la obligaron a trabajar en el ISSSTE, aun enferma.
Y fui sólo a ver como quedó donde íbamos a pasar nuestros días de extrema vejez, ahora, de repente, ni ganas dan de reparar lo perdido, si pronto, es un decir, también me iré.
Como dicen varios cínicos, vende y vete o algunos insensibles vecinos que exigen reparación inmediata o si no, expulsión. Los buitres están comprando baratísimo para después en 5 o 10 años vender caro.
Reconstruir, ¿con quién y para quién? Incentivos sentimentales, ¿materiales?
Perseguido por política, difamado, por no estar con el ganador, y mi pareja ya no esta. ¿Planes para futuro?, ¿futuro?
Los lugares de referencia, las parotas y los mangos; las palmeras y el único manglar en Puerto Márquez, ya no existen. La famosa casa de Tarzan, Johnny Weissmülller, icono del Acapulco dorado, el de John Wayne, el hotel Flamingos, sus 36 habitaciones ya no existen. Ni el parque feo del Papagayo.
Las palapas para el pescado a la talla, las hamacas en barra vieja, (Glorias del mar o Cira “I,II,III… la morena,) o Pie de la Cuesta; los bares y lugares de baile ya no existen. El restaurante la Cabaña en la playa de Caleta o los restaurantes donde iban los tríos de cuatro a cantar la música de Agustín Ramírez en Caletilla o el buen comer en el Boca Chica, ya no existen.
Triste mi visita a Acapulco, para ver si podía recoger algunos, libros, casetes, pinturas de mi papa, el pintor Ramón Sosa Montes, las mascaras que compramos a través de los años, mis asientos de tiras de plástico, mis huaraches y sombreros de Tlapehuala, de Cópala. Las figuras de los Tlacololeros y diablos de Teloloapan; los tarritos para el mezcal, la ropa que mi esposa compro en Xochistlahuaca y de Acateca; las pinturas en papel amate o las cajitas y cajotas de Olinalá; los aretitos de Chilapa y de Taxco, mis guayaberas, las fotos que quedaron podridas.
Lo de toda una vida que recogimos entre Maritza y yo, nuestros recuerdos, fueron barridos o succionados el 24-25 de octubre, en fin, toda una vida, todo ello, YA NO EXISTE, por el huracán OTIS. Y una cosa rara, aparecieron una mesa y un sillón que llegaron volando.
En fin, todo en obra negra ¿y volver a empezar?, donde pensábamos estar hasta nuestra ida está destruido. Mi cuenta banco congelada por asuntos políticos, con un fondo de 1 500 pesos, ni para poder cobrar jubilación y pensión. O sea, la vida nos jugó mal.
Pues fui a Acapulco y vi la bahía de Santa Lucia, rodeada de edificios en obra negra con toneladas de basura, millones de moscas y mosquitos; escombros, y colas de mis queridos paisanos esperando despensas, las dadivas del Bienestar, pidiendo ayuda a los marinos, pidiendo atención médica y vacunas, y el dengue esparciéndose. En un rincón de la bahía decenas de yates grandes, medianos, chicos y lanchas todas amontonadas en la playa, todos destruidos.
La gente como diciendo que no pasa nada, como que todo esta normal, pero es la conciencia que quiere salvarnos de ese desastre en nuestras vidas y casa para la vejez.
A salvar a Acapulco, y pasar lo último ahí.