Hoja verde
Apostillas sobre la boda del fiscal de Guerrero
Poco, y cargado de especulaciones, se ha escrito sobre la boda del fiscal Xavier Olea, que se llevó a cabo el pasado 7 de octubre en Casa de la Playa, por el área de Acapulco Diamante.
Aclaro: es la primera vez que escribo sobre el tema porque se ha especulado que lo había hecho bajo un seudónimo, para narrar el acontecimiento. Falso de toda falsedad.
Dejo aquí unas apostillas sobre lo que ocurrió en el salón de fiestas de Susana Palazuelos, que se ha convertido en el lugar preferido de la gente de dinero, tanto de la oligarquía cevichera porteña, como de los sectores enriquecidos, de abolengo y nuevos ricos del país.
Las fiestas de matrimonio, casi siempre, son el punto de encuentro de las familias de los cónyuges, de los amigos muy cercanos, para celebrar, para comer, beber, convivir en legítima alegría la integración de una nueva célula familiar.
El quinto matrimonio del fiscal, un acto privado, cobra relevancia pública por la responsabilidad que desempeña en la entidad el destacado abogado perteneciente a una de las familias de mayor prosapia dentro de las firmas prestigiadas encargadas de la defensa ciudadana frente a tribunales, el bufete Olea y Asociados.
Xavier Olea está y se mantiene en la Fiscalía por su ejercicio personal como abogado defensor de casos polémicos que le han hecho ganar una fortuna.
Tambien porque es hijo de un ex gobernador de Guerrero, reconocido, exitoso y polémico litigante.
Así que hay motivos para que la fiesta fuera suntuosa y se echara la casa por la ventana, porque las familias contrayentes tienen dinero. Sin embargo, “la fiesta”, que no fue tal, fue sobria y “desangelada”, según comentarios de algunos de los no más de 200 invitados.
Los que estuvieron allí, cuentan que hubo muchas ausencias, invitados que por razones no conocidas no llegaron a la ceremonia religiosa —una bendición oficiada por un presbítero pariente del novio— ni al evento social realizado en el mismo lugar, entre ellos, el presidente de Mexico, Enrique Peña Nieto; el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong; ni el subsecretario de Gobernación, el ex gobernador René Juárez Cisneros.
“¡La fiesta!”, como acentúa mi fuente, estuvo seccionada en cuatro grupos: los dos grupos familiares, el de la novia y el novio, desvinculados, distantes, como las familias de Verona en el drama de William Shakespeare, los Montesco y los Capuleto.
Los otros dos grupos, políticos con sus familiares más íntimos y el otro, los amigos del fiscal. Así que ninguno se mezcló más allá del saludo y la pista amenizada por un DJ fue tan fría como un congelador.
Se pudo ver en “la fiesta” al diputado Héctor Vicario Castejón, a Rubén Figueroa Smutny, Manuel Añorve Baños, Julieta Fernández, Robespierre Robles Hurtado, Arturo Martínez Núñez, Erika Lührs, todos con sus respectivos consortes o acompañantes.
Los hermanos Taja, el diputado Ricardo y el director de CICAEG, Javier, llegaron y se fueron, dicen, que tal vez por la ubicación de la mesa que les fue asignada, distante del lugar de los novios y del testigo de honor, el gobernador Héctor Astudillo Flores.
No obstante de que había lugares cercanos a los principales, como la mesa asignada al jefe de la Oficina del Gobernador, Alejandro Bravo, quien nunca llegó al evento social, los Taja no fueron invitados a ocupar el espacio, por lo que se cree que prácticamente saludaron y se despidieron.
Iván Velázquez Aguirre, el hermano del alcalde de Acapulco, en guayabera personalizada con su nombre, diseño exclusivo de su propia marca Solaz, empresa que atiende a un grupo de políticos de distintos partidos que gustan de las guayaberas de lino caro, con un precio de entre tres y cinco mil pesos, como las que usa Evodio Velázquez, y que en su recurrente uso ya han perdido la exclusividad haciendo que sus portadores parezcan una fotos del perredista en una página de sociales de cualquier diario local especializado en el tema.
Concepción Murillo, esposa del tal Iván, copropietaria de la empresa Velmur, dedicada a la venta de alimentos y bebidas, renta de exclusivo mobiliario para grandes eventos, ambos regalaron el servicio para este acontecimiento.
También escucharon ahí los más allegados a la pareja de moda en Acapulco que el lugar de fiestas Casa Azul, el ex Sirocco, al lado de El Golfito, ya forma parte del consorcio de negocios de la familia Velázquez Aguirre de los que se han hecho en los últimos dos años.
Pero quien más llamó la atención en “la fiesta” fue la presencia del cantante Pedrito Fernández, vecino y amigo de los Velázquez Murillo en el lujoso condominio La Joya donde un penthouse tiene un valor de 15 millones de pesos. El cantante fue invitado por la pareja a la boda del fiscal Olea y no pudo evitar, dicen, echarse un palomazo, que agradeció la adormilada concurrencia.
Lo más atractivo para algunas de las presentes fue el cotilleo que hicieron escarnio de los modelitos que portaban algunas de las invitadas, a las que aseguran mis fuentes, “ya les faltaban aeróbicos” y mostraron la celulitis envuelta en sedas caras.
También se quejaron amargamente de la cena escogida por el buen gusto de la novia, a quien identificaron como Rosa Elena y a quien ubicaron en los sectores de la vieja aristocracia de San Ángel en Ciudad de México, educada en el Colegio Patria y de haber crecido en consulados y embajadas.
Sin embargo, dijeron Rosy viene de Ciudad de México y desconoce que los platillos realizados por la chef Susana Palazuelos, crema de calabazas servida en la misma verdura, pescado envuelto en hoja de plátano, “ya tiene hasta la madre a toda la gente bien de Acapulco, porque no ha cambiado la carta desde que inició en la Cruz Roja y ahí ella ya es eterna”.
Las pías damas acapulqueñas, frente a una humeante tasa de aromático colombiano, intentaron concluir la conversación con este escribano. Finalmente, dijo una de ellas:
—Creo que el responsable de que la fiesta no fuera tal fue el gobernador…
—¿Por qué?, le digo.
—Porque nomás llegó a la ceremonia civil, firmó y se fue. No se quedó ni a la comida. Y todavía, cuando ya se iba, les dijo a sus funcionarios, no sé sí en tono de recomendación o advertencia: “¡Pórtense bien!”. Y salió por donde llegó.