Teléfono rojo
Y que Silvio me perdone por el plagio
Todo un espectáculo vergonzoso, cuchillo en boca, es la lucha por la candidatura de Morena al gobierno de Guerrero.
Este mismo show gratuito se repite en directo y a todo color en cada una de las plazas públicas de cada una de las entidades del país donde habrá elecciones el próximo año.
Y así tras el clóset de cristal muestran sus miserias, su corrupción, su nepotismo bien conocido, sin regateos, sin ningún asomo de pudor, en la total insolvencia moral, vemos ensoberbecidos a los adictos al poder, a los dependientes del dinero público, los auto llamados próceres sociales de la izquierda, en la búsqueda de un pedazo de pastel del dinero proveniente de nuestros impuestos.
Poco importa ser disonantes y caer en contradicciones y cometer los mismos errores que supuestamente buscaban combatir. ¡Qué importa! Qué importa lo que digan los ciudadanos que con su voto cargado de esperanza le apostaron a una transformación que sólo parece buscar el presidente de la república y algunos de los miembros más cercanos de su equipo.
Qué importa escuchar todos los días al hombre que todavía cuenta con el crédito de la mayoría de los mexicanos, el presidente Andrés Manuel López Obrador, predicar en el desierto de la incomprensión a esta chusma adoradora del becerro de oro.
Qué importa lo que diga AMLO, si alcaldes, diputados y senadores del partido del presidente, Morena, en la gobernanza son semejantes a los políticos del PRI, del PAN, del PRD, de MC, del Verde que no es Verde, del PT; son el clon vino tinto. Repiten el mismo guion y hábitos con incendiarios discursos que llaman a la revolución de las uñas largas y del bienestar familiar.
A pesar de la necesidad, de la pobreza económica de la gente que vota, que votó por ellos, y a los que ya no se les puede engañar con inocentadas, con discursos, con buenas intenciones que prometen justicia e igualdad desde su paraíso recién conquistado.
Eso es lo que llevó a la muerte a los políticos del pasado y ese es el futuro inmediato para esta nueva clase política que se ha apropiado del discurso de la 4T, para hacer su personal transformación.
Por eso aquellos no tuvieron más futuro, los de enfrente, los que quieren volver al pasado, a tener el sartén por el mango, los de la alianza Frenaaa Guerrero, que impulsan el PRI, PRD y PAN.
Por eso la gente que vota por Morena, por la propuesta de AMLO, debe distinguir muy bien entre los mismos, entre los del pasado y del presente que enarbola el pretérito enquistado en esta nueva marca color guinda.
Guerrero se encuentra en una coyuntura determinante de su futuro, entre senderos que se bifurcan: seguir con el pasado o virar hacia derroteros inéditos, rumbo a las alamedas de la democracia y la justicia. Y no es sólo rollo.
Porque aún entre la opción que promete cambios hay que buscar una que brinde el relevo generacional. Habrá que distinguir entre lo viejo y lo nuevo. Cerrar el paso a liderazgos corruptos de la izquierda tradicional los que desde hace algún tiempo monopolizan esta alternativa. El camino: optar por una nueva izquierda.
Parafraseando a Alfonso Reyes, una izquierda que hable latín, que gobierne con los libros y la cultura.
Es hora de cerrar la muralla a la izquierda demagógica documentada en el acervo cultural de Joan Sebastian, el machismo, la misoginia, la homofobia y que se codea con la narcocultura.
Eso no es lo que el futuro de Guerrero reclama. Eso ya se conoce y bien se sabe que no funciona.
Antes que un candidato se requiere un programa verificable para la transformación del estado.
Un programa de gobierno, vigilado por los ciudadanos, transparente en la aplicación de los recursos públicos.
Un programa que le dé relevancia al desarrollo social, la cultura, la educación, el cuidado del medio ambiente, respetuoso de los derechos humanos, respetuoso de las mujeres.
No a la guángara, el saqueo, la corrupción, al nepotismo, a la superficialidad como políticas públicas. Sí a la Revolución de las conciencias.
Un candidato de una izquierda necia en sus ideales y convicciones. Una izquierda que no sea convidada a arrepentirse, a negociar votos por puestos.
Una izquierda que no sea convidada a que no pierda, que no sea invitada a indefinirse, una izquierda que no sea convidada a tanta mierda.
Incluso, una izquierda que siga jugando a lo perdido frente al triunfo de lo mismo. Una zurda que se ufane de ser izquierda más que diestra.
Y que pueda cantar “yo me muero como viví…”, y seguir soñando en multiplicar panes y peces.
Y que Silvio me perdone por el plagio.