Teléfono rojo
La misma gata pero revolcada
Este show sí se transmite por televisión. Comienza la cuenta regresiva: cinco, cuatro (en silencio), tres, dos, uno, ¡cero!
Un ángel al lado mira hacia el cielo. Una celestial figura de metal oxidado del mercado del arte, con brazos abiertos como delimitando el territorio: nosotros y ustedes.
Un ángel caído que la gente ya bautizó como El Cagón y el pueblo siempre tiene razón, nunca se equivoca.
Allí donde en lo alto, sobre la torre, debería estar una lavadora de acero inoxidable, última tecnología, marca impronunciable, siempre en funcionamiento como la industria turística, haciendo asepsia de billetes verdes, a la que le debemos todo, incluso, nuestros salarios de a jeme.
Sí, el Fórum que en su nombre lleva el límite de sus pretensiones: Mundo Imperial. Lleno de esculturas, poder, dinero, miedos y deidades del Panteón Romano.
Aquí, donde el pueblo en su inmensa pobreza no viene ni siquiera a ver, por sus precios exorbitantes a las figuras de la cultura popular que la Secretaría de Turismo, en su grandiosa limitación, en su maridaje con Televisa difunden como las expresiones avant-garde que nos merecemos.
Después de este paneo obligatorio, necesario diría yo, para entender la grandilocuencia del cambio que nos prometieron.
Uno ve alrededor y todo es igual, las prácticas selectivas de siempre, las prohibiciones más vulgares, como si la toma de posesión de la primera presidenta constitucional, consecuencia de un chingadazo electoral que quebró un régimen, Adela Román Ocampo, fuera la de Paquito la del Barrio o de cualquier estrella en decadencia, como las que presenta aquí en este conjunto turístico.
El pueblo por aquí, los militantes por acá, las autoridades allá, los miembros de la oligarquía cevichera aquí, allá y acullá. El viejo líder priísta invitado especial, Jesús Bernal, Chucho, sintetizó: “la misma gata pero revolcada”.
El salón de alfombras mullidas. Al frente, la escenografía con pretensiones republicanas documentadas en los libros de texto gratuitos de la época del neoliberalismo. Las figuras de moda, los iconos de la cuarta transformación tomados de las estampitas que venden en las papelerías de la colonia Progreso: Benito Juárez, Emiliano Zapata, Lázaro Cárdenas, Francisco I. Madero a la derecha, sí a la derecha del respetable; Adela con las brazos arriba, el derecho levantado por el líder de esta revolución de terciopelo, por el compañero Andrés Manuel López Obrador.
Sí Benito Juárez no hubiera muerto se moriría aquí de nuevo de un infarto fulminante al miocardio, al tener al frente a tanto fifi.
Frente a su litografía, que recuerda la segunda transformación, los favorecidos de siempre, los lactodependientes de la gran chiche gubernamental y los dineros públicos, de apellidos y oficios lustrosos: Turismo, Cruz Roja, sindicatos, notarios, ex gobernadores, líderes, de todo; zánganos acostumbrados a la dolce vita, chapulines de varios colores y sinvergüenzas profesionales.
Jaime Camil, el suegro del presidente de la Comisión de Cultura de la Cámara de Diputados Sergio Mayer, del brazo del empresario discotequero Tony Rullán.
A tres filas del escenario, la familia Román Ocampo, un grupo grande y empoderado desde que se ganó la elección.
En las filas de atrás divididas por jóvenes eficientes, como policías de la mejor escuela, como la de la Secretaría de Seguridad en tiempos de Evodio Velázquez Aguirre, un río oscuro como corriente de la primera lluvia de mayo: pueblo diverso color chocolate. Sin fragancias, acompañado sólo de la esperanza que anida que un día venga algo mejor y que un día las pulgas se pueden comprar un perro.
La invitación decía a las 11 del día, son las 12 y no inicia la “Sesión Pública y Solemne de Cabildo. Toma de protesta e Instalación del H. Ayuntamiento Constitucional de Acapulco de Juárez Gro. 2018-2021”.
Se prenden las luces principales, se ilumina el escenario e inicia el show en el Mundo Imperial—Juárez desde su litografía se retuerce por el viento del aire acondicionado—para iluminar a este gobierno republicano.
El gobernador Héctor Astudillo desdeñó el evento, mandó un representante, no asistió al evento político del municipio más importante de Guerrero. Tal vez para evitar los abucheos o para cuidar las formas y una sana distancia cuestionada, sobre su supuesta influencia determinante en el gobierno municipal que inicia.
El presidente de la Junta de Coordinación Política del Congreso del Estado, Pablo Amílcar Sandoval, presente. Fue quien tomó protesta a la nueva presidenta municipal Adela Román. Puro protocolo. Aplausos.
Y una figura, en este carnaval de máscaras viejas venecianas, fue quien ganó cámaras, un doble de Rod Stewart, versión acapulqueño, salido de ultratumba, el empresario Jorge Castro.
En el discurso de Román Ocampo expresó su reconocimiento a quienes “en días oscuros y tiempos difíciles” sacaron la casta, a Lucio Cabañas, Genaro Vázquez, Pablo Sandoval Cruz, Eloy Cisneros Guillén, frente a los victimarios y sus herederos, invitados especiales a este ceremonial en este espacio iImperial.
La disonancia. El discurso. La distancia entre las aspiraciones y la realidad. Y tocó la llaga: “la corrupción de administraciones municipales pasadas”. No se habló ahí de cómo se combatirá en el futuro la corrupción, el nepotismo que amenaza como nubarrones de septiembre en el municipio.
“El dispendio y la suntuosidad son los vicios que han afectado gravemente al erario público (sic)”, lee Adela ante todos, en el palacio congelado de pisos y esculturas de mármol.
“Qué puedes hacer tú por Acapulco”, termina preguntándose la presidenta Adela Román Ocampo. La respuesta ya la sabe, el pueblo lo pidió el 1 de julio: “no mentir, no robar, no traicionar”.
Algo flota alrededor, además de los aplausos y de las porras de los futuros empleados y testaferros: a pesar de tanto anuncio, la esperanza sigue, aunque sea en el aire.