Teléfono rojo
Los mensajes del Informe y un fuerte olor a raticida
Primer timbrazo para inicio de la sesión.
El comportamiento de estos grupos opositores al interior del Congreso de Guerrero podría ser considerado como anómalo, sui géneris, condescendiente, con la mayoría y con un gobierno que busca su extinción.
Los legisladores de oposición, ya tolerados por leyes a modo para que el partido hegemónico gobernara sin culpa, en sordina subían a la tribuna, denunciaban al mal gobierno, y anunciaban la alborada de la revolución transmitida en vivo y a todo color.
Los tiempos han cambiado a pesar de esas leyes. Y aunque parezca cantaleta lo que estamos viendo en el Congreso de Guerrero como consecuencia del mandato primero de julio, es de manera lamentable, porque la oposición democrática no es así, los representantes de partidos próximos a la extinción, sumisos, “nalgas prontas”—esta parte del cuerpo, aunque es para entregarla hay que darla con convicción—, con la guardia baja y entregados antes de luchar.
Hablando de estos partidos y partiditos oficiosos e instituciones, ¿sabrán hacer oposición a través de la discusión, el debate, a la desafinada aplanadora de Morena en el Congreso local? Por lo visto no, porque no quieren y porque no pueden hacerse a la idea que ya son oposición y que tienen que actuar como tal.
Segundo timbrazo para inicio de la sesión.
Es miércoles 17 de octubre del 2018 y el gobernador Héctor Astudillo va al Congreso del Estado a presentar su informe ante una nueva circunstancia que ni es novedosa y que es igual.
Con la salvedad de que su partido, ahí donde se decide todo, es una minoría relativa. La única diferencia. Lo demás es exactamente igual. El mismo protocolo, los mismos usos y costumbres del poder.
El espacio del recinto legislativo fue divido en tres áreas para ubicar a los invitados: verde, funcionarios del gobierno del estado, ciudadanos invitados por el Congreso; área dorada —hasta el color marca el clasismo que persiste del pasado en el imaginario de los anfitriones actuales que no comprenden que el medio es el mensaje y que el mandato de las urnas fue cambiar todo—, una especie de VIP para secretarios de estado, ex gobernadores, presidentes munícipales, secretarios de estado y fósiles sacados del museo de paleontología política, donde alternan congelados con dinosaurios y tiranosaurios que al despertar la sociedad siguen ahí para espanto de la nueva ciudadanía.
Ahí en esa sección vemos a Rubén Figueroa Alcocer, al senador priísta Manuel Añorve Baños, Guadalupe Gómez Maganda, Florencio Salazar, mandos militares, representantes de Enrique Peña Nieto, al obispo de Chilpancingo (¿por qué nunca invitan a otras iglesias y los presentan con fanfarrias como al jerarca católico local? ¿Extravíos del laicismo republicano pozolero?)
De esos dos segmentos, el verde y el dorado, salieron los primeros aplausos, cuando hablaba el priísta Héctor Apreza, para el gobernador y para el presidente Peña Nieto.
A los diputados de Morena se les olvidó llevar porras y matracas, cuando menos para no perder la costumbre.
Pero regresemos un poco. Antes de que se llenara el recinto un fuerte olor a raticida invadía el recinto. No se buscó acabar con una especie en específico ni tampoco tenía un mensaje implícito, sino que al equipo de limpieza de la cámara se le olvidó colocar algún aroma artificial floral que atenuara la agresividad del pesticida esparcido horas antes.
Aquí en este espacio estaría el senador de Morena, Félix Salgado Macedonio, que votó por el regreso de Manuel Velasco a la gubernatura de Chiapas. Pero no llegó, como no llegó la dignísima Nestora Salgado, tal vez, para no codearse con tan selectas personalidades.
Tercer timbrazo para inicio de sesión.
Después del protocolo para la ocasión, con el masiosare un extraño enemigo y el patriotas unidos incluido, inició el ceremonial pactado. Atrás quedaron las interpelaciones de nuestra incipiente democracia para entrar a las componendas de la negociación.
El gobernador Héctor Astudillo ya está en su lugar, rodeado de diputados. Dueño de sí y del espacio al que fue invitado. Verónica Muñoz Parra tiene la campana y el micrófono y recita las reglas pactadas para tener ceremonial civilizado.
Arturo López Sugía, diputado solitario de Movimiento Ciudadano, desprovisto de ideas y provisto para una entrega sepa Dios con qué concesiones, en una línea podríamos sintetizar su participación: “Queremos trabajar en unidad, veo un Guerrero noble que quiere seguir creyendo”.
Guadalupe González Suástegui, del PAN, se olvidó del género que representa y no habló de mujeres, nada de las palabras feminicidio o muertes maternas, pero sí puso la cereza a su discurso hecho de crema pastelera: si sumamos un minuto de silencio por cada persona asesinada haríamos 18 horas continuas..
Leticia Moso, del PT, esposa de Victoriano Wences, dice que la la sociedad está satisfecha con los resultados electorales pasados, y uno dice para sí “más satisfecha que puede heredar el poder por sus lazos familiares con el dueño de su partido en el estado”, y conmina al gobernador “a trabajar con el centro”.
El Partido Verde, con más pena que gloria, reinterpretando su histórico papel de palero aún en los estertores de lo que parece una crónica de una muerte anunciada.
Y el asunto comienza a subir de color cuando llegan los representantes de los partidos que alguna vez fueron poderosos y que la sociedad los castigó en las pasadas elecciones mandándolos a la oposición.
Celestino Cesáreo, del PRD (a mi lado Roberto Camps recita el texto de su autoría que el diputado lee con seguridad).
El opositor integrante de la Nueva Minoría habla de educación de calidad, la desaparición del presidente de Cochoapa y su chofer, y da pequeños golpes con guantes de algodón. Dice que Astudillo Flores pidió un año de gracia para dar seguridad y luego lo extendió, a medio camino seguimos esperando. La seguridad es una asignatura pendiente. Pero le dio chance tres años: “No seremos obstáculos para su gobierno, seremos una oposición que defienda los intereses de los guerrerenses”. Cerró su participación Celestino, antes de los 19 minutos, aún en oscuridad, antes del alba.
Luego, Héctor Apreza Patrón, del PRI, dueño del escenario, con un colmillo visible hasta Galerías, hace un balance del Guerrero que recibieron hace tres años. El primer aplauso, cuando dice que “el principio de la reconstrucción política en Guerrrero es obra del gobernador del estado”. Y hace una síntesis del caos que había: “Instituciones semiparalizadas, sin recursos financieros para sueldos y programas sociales”.
Arranca los aplausos y hace que la tribuna verde y dorada muestre su verdadero rostro tricolor. Incluso manda saludos y reconocimiento a Peña Nieto. Ninguna crítica al informe porque “gobernar Guerrero es complicado”.
Luego viene el turno de los que mandan en el Congreso, pero que son oposición al gobierno del estado. En la voz de Pablo Amílcar Sandoval, escuchamos el reclamo de “los que representamos la vulnerabilidad de los ciudadanos, los que hemos pagado por vivir en la región más violenta del mundo”.
Se manifestó en contra de las prácticas de la vieja política, pidió autocrítica, no sólo cifras, pero utilizó las cifras de la pobreza, la salud, la educación “inalcanzable, de esta vida pública degradada. Somos el estado donde menos se pone límites al poder”. Su discurso fue una manera de poner esos límites.
Al final, la participación del gobernador que revisó cifras, expresó su disposición de trabajar con el nuevo gobierno federal, entendiendo el mandato del pasado primero de julio y selló con esta frase: “El problema de Guerrero no es político, es de violencia”.
Durante el transcurso de la ceremonia dos personas fueron asesinadas, una de ellas a tres kilómetros del recinto parlamentario, a unos pasos del palacio municipal de Chilpancingo.
Tumultos, porras, abrazos, felicitaciones, nada de protestas. Un informe más, sin sobresaltos, como antaño. Cada quien de regreso a su realidad: vuelve el político a su riqueza, vuelve el pobre a su pobreza.