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Médula
Tino, un gato con suerte
Creo que es un gato sabio. Lo ves y no es bonito, como suelen ser los angoras o egipcios. Más bien es feo.
No es un animal filosófico, pero al conocerlo reconoces que sabe vivir con filosofía, al menos, la de la libertad. Es, como dijo Alberto Cortez, “un callejero por derecho propio”.
Sin pedigree escrito, su historia de vida dice que fue rescatado en las azoteas de alguna colonia de Ciudad de México, en cuyas avenidas, uno de sus pasatiempos preferidos era torear autos, en un juego de muerte parecido a la ruleta rusa.
Siempre corrió con suerte este raterillo de lo comida mal puesta, cazador de ratones de alcantarillas y simbolismo, entre los suyos, de la vida violenta en la calle.
Hasta que un escuadrón de bienaventurados de algún grupo protector de animales, al mando de una perrera o una gatera, lo atrapó y lo llevó en una jaula a un encierro donde conoció el afecto, las crujientes croquetas y un buen tarro de agua dispuesto cuando se lo exigía su peludo cuerpo atigrado.
Ahí lo conoció Ariadne y fue amor a primera vista. Lo adoptó, lo llevó al veterinario, lo registró, le colocó un chip (geolocalizador) y le dió sus apellidos a quien sólo era conocido como Tino, en la casa de adopción en Coyoacán.
Así que ahora, este gato callejero tiene los mismos apellidos de mi hija: ahora se llama Tino Habana Rivero, como si fuera mi hijo, como si fuera hermano de Ariadne.
Les digo pues, que este animal es un suertudo, pues mi hija le compra croquetas caras, que para que le brille el pelo; le adquiere juguetes para que juegue; le colocó un cascabel de plata en el cuello; lo alimenta con salmón y, el exceso, lo lleva a una boutique de Polanco, que es la zona donde trabajaba.
Vaya suerte de este sinvergüenza. Este viernes en una cómoda jaula, con papeles sanitarios en regla, boleto de avión en manos de su protectora, viajó en cabina en la línea holandesa KLM con destino a Frankfurt, hizo escala en Ámsterdam y desde hoy sábado último de julio de 2019 vive en Alemania completamente documentado.
Ojalá que al conocer a las gatas teutonas no le dé por volver a su origen, la calle, y se pierda entre callejones intoxicado de amor, historia y filosofía.
Dicen pues que a veces es mejor nacer con suerte que con dinero. Y desde que conocí a este prófugo de la calle, estoy convencido de que esta filosofía también aplica para los animales y, en este caso, para el joven Tino Habana Rivero. ¡Vaya desfachatez!