Propuestas y soluciones
Guerrero, el guerrero guerrillero
Vicente Guerrero, el guerrero guerillero que dio nombre a este estado sureño nació en Tixtla en agosto de 1782.
Permanentemente en fuga como la ola, en guerra, en movimiento, vivo, vivió siempre en busca de la justicia social que le negó su tiempo y la historia victoriosa de los ganadores.
Los victoriosos gobernantes centrales, hacedores de la historia, sin borrar del todo su presencia determinante e importancia entre los hombres de acero de esta entidad que han dado su vida para construir la patria generosa, desde la constitución del Estado nación, si le negaron el lugar que se ganó por derecho propio en el cenit de la historia nacional.
Vicente Guerrero, dice la historia, es originario de Tixtla, indio y ahora lo que llamamos afrodescendiente, algo así que la escala racial de la Colonia era como un “saltapatrás”.
Es muy larga la historia de su participación en la lucha social, para su vida acabada por una traición, casi al cumplir 50 años.
La traición más recordada por todos los mexicanos que formamos nuestro conocimiento de la nación a través de la historia oficial es aquella: Guerrero un héroe, Francisco Pitaluga el mayor traidor. Aquellos pasajes históricos en boca de mis maestros me hacían viajar y desalentar el sueño que me propiciaba regularme las clases de historia nacional.
“(Nicolás) Bravo, vicepresidente, se rebeló contra el primer presidente, (Guadalupe) Victoria. Guerrero, derrotó a Bravo en Tulancingo. En 1828 fue candidato conservador Manuel Gómez Pedraza. Los pronunciamientos de Santa Ana en Perote y Zavala en la Acordada de México (que incluyó el saqueo de tiendas españolas de el mercado El Parián) le permitieron llegar al gobierno más que al poder. Como concesión al enemigo, el ex realista Anastacio Bustamante ocupó la Vicepresidencia”, escribe José Emilio Pacheco en su Inventario publicado el 16 de febrero de 1981 en la Revista Proceso.
Tal vez el tema en esta columna Acapulko Tropikal, es circunstancial. Da la casualidad que desde hace días disfruto la lectura de Inventario (Antología) de José Emilio Pacheco, editado por Era y otras prestigiadas instituciones, autor de la novela Las batallas en el desierto.
Y este domingo de lectura en mi hamaca acariciado por la brisa asexuada que viene del mar y por la palabra contenida en el tomo uno de estos tres mamotretos finamente encuadernados, mi memoria se topa con la frialdad de la efeméride local: los festejos de la erección del estado de Guerrero.
“Durante los nueve meses en que gobernó Guerrero quedó abolida definitivamente la esclavitud, se consumó la expulsión de los peninsulares, Santa Ana aplastó a Tampico el intento reconquistado de Isidro Batradas, se rechazó la compra de Texas y se alejó a Poinsett (ministro plenipotenciario estadounidense) del país”, narra el también poeta y ensayista autor de Los elementos de la noche.
Cito este segundo párrafo por capricho personal, y porque Bustamante, personaje principal de la historia que pretendo contarles, otrora aliado de Guerrero, se alzó en armas contra nuestro paisano con el ejército de reserva acuartelado en Jalapa.
Y aquí aparece el marino genovés Francisco Picaluga, que sirviendo a los intereses de la reacción, después de que el Congreso lo declaró al Caudillo Insurgente, al guerrero de Guerrero, “imposibilitado para gobernar”, Bustamante con la complicidad de Lucas Alamán, lo condenó a muerte.
Pitaluga, lo invitó, con engaños lo saco del Fuerte de San Diego, y lo llevó a su navío el Colombo que recibía servicios de canotaje en la bahía de Acapulco. Y lo hizo preso. Lo trasladó a una playa de Huatulco, Oaxaca, que hoy lleva el nombre de la traición (La Entrega) y lo entregó a Miguel González, un oficial de Bustamante quien ahí pagó 50 mil pesos al traidor. Guerrero, encadenado, fue llevado hasta Cuilapa, ciudad oaxaqueña que hoy lleva su nombre, donde fue fusilado el 14 de febrero de 1831.
Cuenta José Emilio Pacheco que años después de la traición y muere a nuestro héroe que le dio nombre a nuestro estado, “que el desterrado Bustamante encontró en un convento de Jerusalén a un monje que se acercó a él y le dijo: “¿Ya no me conoce, general? Aquí estoy rogando a Dios por usted y por mi: yo soy Francisco Picaluga”.