Genio y figura
Lo que Rius me dejó
Hace algún tiempo, inicios de los setenta del siglo pasado, cuando no se veía la televisión en mi pueblo, gracias a Dios, sólo se veían películas de “balazos, trompadas”, como las anunciaban los húngaros que esporádicamente llegaban a Huazolo.
Cursaba la secundaria y todavía vivía entre mi pueblo natal y Pinotepa, cuando tuve un evangélico encuentro que marcó mi vida para siempre: los cuentos (historietas) de Rius.
Los vendía o rentaba por 20 centavos la Tía Mencha, una señora gorda con un ojo chincollo (tuerto) que la asemejaba a Hermelinda Linda, otro personaje de cuento; hacía dulces caseros y distribuía los periódicos que venían del Distrito Federal entre un pequeño grupo de lectores que llevaban el reloj del mundo 24 horas atrás, porque los periodicos llegaban un día después.
Sin embargo, fue en Huazolo donde comenzó el gusto, el placer por la lectura, lo que hacía por horas intermitentes mientras que los clientes llegaban a comprar a la tienda de abarrotes más grande del pueblo propiedad de mi padre y la que saliendo de la escuela o los fines de semana me tocaba atender. Una clientela exigente, mixtecos, negros y mestizos, que compraban queroseno, ocote, agujas para coser a mano, hilos de colores, jabón, manta por metro, frijoles, arroz, clavos, herrajes, cables de Ixtle, huaraches, mejorales, manteca, aguardiente , carburo, y una infinidad de cosas que no sé cómo cabían bajo la casona de tejas. A cada quién en su lengua y sus exigencias.
El gusto por la lectura inició por el papel periódico que se compraba por kilos para envolver. Y antes de usarlo, para lo que al final terminaron sirviendo los periódicos, la envoltura, leía los textos más atractivos para enojo de mi padre que a gritos exigía la atención de los clientes y el crecimiento de sus ganancias.
-Quítate ese periódico de la cara -refunfuñaba- y mira a la gente -gritaba el ogro.
No sabía mi padre que esa cercanía con los impresos marcarían mi vida.
Conocí los monos de Rius por la generosidad de un gigante de más de cien kilos de peso que se la pasaba en la hamaca de su casa leyendo periódicos, historietas y la revista Siempre. Era mi pariente, Gustavo Reyes, que su pasión era hacerle garrotillo a los niños por lo que todos le temíamos.
Un día me regaló una pila de cuentos de Los Supermachos que me hicieron reír y documentarme sobre temas insospechados: ateísmo, cristianismo, filosofía, naturismo, crítica política al PRI… asuntos bajados al ras del suelo para que los entendiera cualquier lector, hasta un niño de doce años.
Gracias a tio Gustavo conocí la revista Siempre y la Cultura en Mexico que años más tarde entendí y comprendí la importancia del suplemento. Más aún, cuando tuve el gusto de conocer al autor de la sección que más disfrutaba, Para Documentar Nuestro Optimismo… personaje que se convertiría en un buen amigo, Carlos Monsiváis.
Creo que fue Rius el culpable de muchas cosas, entre ellas, de mi profesión, mi ideología y hasta de mi círculo de amigos. QEPD el maestro Rius, un grande del periodismo.
Playa Revolcadero
También hoy murió otro grande del periodismo. Que descanse en paz Jaime Avilés, quien seguirá escribiendo notas de furia contra el poder celestial.