
Guerra de aranceles entre EU y China, una oportundiad para México
1. La congruencia
Una de las cosas que más me ha gustado de la toma de conciencia que te dan las ciencias sociales es que la vida adquiere un sentido diferente cuando entiendes que las decisiones de los demás no están desligadas del sistema. En el feminismo, la heterosexualidad obligatoria nos enseña a asumir roles de género no sólo en el “aquí y ahora”, sino también en un beneficio más amplio —el capital—.
A pesar de lo doloroso que resulta desapegarse de la idea del amor romántico, puede ser liberador. Sin embargo, cuando tomas esa conciencia y reconoces que tu idea del amor o los valores que giran en torno están profundamente arraigados a la idea de poder, es más difícil arriesgarse y confiar de nuevo. Sin embargo, por más que una sepa dónde está parada en el mundo, a veces también quiere creer que no todo es lo que ya sabe, aunque parezca incongruente o ridículo. Al final, me atrevería a decir que todas, en la heterosexualidad en algún momento queremos volver a creer en el amor.
2. Ani, la verdadera cenicienta
Por ejemplo, si eres una bailarina exótica de Nueva York de 23 años, ¿qué posibilidades tienes de que el hijo de un oligarca ruso se enamore de ti y se case contigo? Si te llamas Anora, parece que es tu día de suerte.
Anora, protagonizada por Mikey Madison, presenta a una bailarina y su entorno sin ahondar en lo que le gusta, por qué llegó ahí o qué le gustaría ser en realidad; simplemente está viviendo el momento, se le muestra feliz con sus amigas, salvo una “rival” con la que tiene ocasionales desencuentros verbales.
Un día al club llega Iván, un chico ruso y necesitan alguien que hable su idioma. Para suerte de ambos, Anora habla un poco de ruso. Así es como Anora (quien se hace llamar Ani) conoce a Iván (quien se hace llamar Vanya) y él queda prendado, intercambian números, se ven en privado, luego son exclusivos durante 10 días y finalmente se casan en Las Vegas.
4. ¿Quién es quién y qué papel jugó en la trama?
La luna de miel, dura poco: en esta historia se refleja la deshumanización y la lucha de poder que se da cuando una persona se ve atrapada entre los intereses de otros y sus propios deseos. Desde el principio, el matrimonio entre Ani y Vanya es más una transacción que una relación, y después buscan anular esto, lo hacen sin importar los sentimientos de los involucrados. Vanya, un es un perdedor, un niño inmaduro y sin agencia sobre su vida, a quien el poder de sus padres lo supera, mientras que Ani presionada a aceptar un destino que no desea y que muy poco y a medida que avanza la historia, se va volviendo más claro e inevitable.
Lo más devastador no es sólo la traición de Vanya, quien la abandona cuando más lo necesita, sino tomar consciencia de la perdida de su poder/autonomía; el encuentro con su “rival” en el club, la humillación pública por parte de Galina y la constante presión de los hombres de la familia Zakharov la llevan a darse cuenta de que, aunque había creído en el amor, lo único que existía en esa relación era la explotación, para nadie era si quiera una persona (excepto Igor).
Al final la anulación no es sólo legal, sino también emocional. Ani se ve obligada a soltar lo que había considerado su oportunidad pertenencia y la única salida que le queda es adaptarse a las reglas impuestas. Esto pone de manifiesto cómo otros pueden destruir la dignidad y la autonomía de una persona. Ani, en su vulnerabilidad, toma decisiones que la moldean y que, al final, la dejan rota.
La escena final, cuando rompe en llanto en los brazos de Igor, primero intenta tener relaciones con él, no por deseo, sino en la búsqueda de recuperar su poder. De hecho, Igor ve en ella a un igual; muchas veces intenta defenderla, y no porque la compadezca, sino porque la respeta. Ella sabe defenderse, es lista, es hermosa, es directa con todos los hombres, no está intimidada por nadie, ni siquiera por el dinero de la familia de Vanya. Ella es segura de su condición, y él se ve a sí mismo de esa forma. Es el contraste con Vanya, un chico, como he dicho, cobarde y sin agencia, mientras que él es un hombre consciente y seguro de sí mismo. No es un fanfarrón, es auténtico. Esta escena, cuando ella intenta forcejear con él y se rinde en sus brazos llorando, es un momento de rendición no sólo ante su destino, sino también ante su propia desilusión.
Las espectadoras, en realidad, tenemos más en común con Ani. Cuando digo que esto nos puede suceder a todas, es porque la historia recurre a la mujer más menospreciada socialmente, pero cualquiera puede ser la otra o la sin valor de alguien. Basta con recordarse a una misma esperando una explicación de alguien que te dijo que te quería y al que le creíste. Una mujer que vive bailando o una que se dedica a estudiar; ricas, pobres, mojigatas, fieles, atrevidas o tímidas. Póngale el descalificativo más humillante en lo social o moral que quieran, todas somos alguna vez la que presentan con la madre o la que esconden, conscientes o no. Si nunca fuiste ninguna, al final, en algún momento de tu vida, esta fábula de terror, comedia y drama, al igual que a Ani, te alcanzará en su justa dimensión (violencia de género) y recordarás que todas nos veremos, en algún momento, confrontadas con situaciones que nos desgarran, pero no todas perdemos de la misma manera; algunas, incluso, salimos más fuertes.
En esta historia, todo transcurre en un espacio de poder —un prostíbulo donde se comercia con cuerpos— y se centra en un chico inmaduro, sostenido y solapado por dos millonarios ignorantes que le permiten derrochar dinero porque puede y porque nunca aprendieron a hacer otra cosa. Pero ese niño rico, puede ser tu hermano, tu hijo, tu compañero de clase. Es que eso es más valioso, no se necesita nada especial para ser un patán, sólo se necesita serlo.
5. Anora y nuestra generación
Me encantó la película, salí emocionada, triste y llena de esperanza por encontrar historias así: lineales y sencillas pero tan bien construida que conmueve de principio a fin. Además, se siente muy cercana a mi generación, es más, respeta a mi generación, y eso me gusta porque todos siguen exigiendo cine a su modo o nostalgicos, y considero que el que Sean Baker (Director de la película) o incluso en su momento, cuando lo hizo bien, Sam Levinson (Euphoria), nos dieron algo a nosotros, a una generación descalificada, menospreciada, pero que se cuestiona y tiene una estética que la hace totalmente única, así que se agradece. Regresando al punto, me gusta que Anora sea una película que muestra algo que he abordaro, la toma de consciencia.
Es una película que con sencillez, logra plasmar un sentimiento poco frecuente en cualquier generación. Porque precisamente esta generación no va a “tragarse” el cuento de hadas de que una mujer en situación de prostitución que se casa con un oligárquico que, por arte de magia, ve más allá de las apariencias sociales. Tampoco se va a creer que él, al escucharla hablar sobre la ilusión de ser aceptada por su familia, de dejar el club y empezar de nuevo con un chico que parece tratarla con amabilidad, de repente se convierta en su príncipe azul. Los espectadores que, en realidad, tenemos más en común con Ani que con Iván. (pues esperamos que el príncipe sea nuestro jefe, nuestro patrón o nuestro gobierno y nos libere con amor de esta situación de decadencia social). No íbamos a creer que esto terminaba de otra forma a como lo hizo.
Lo que esta película abordó mejor fue un valor que nos falta a nosotros para con uno mismo y otros: —la compasión— tan bien representado en mi personaje secundario favorito, Igor.