Tregua incierta
No la vieron venir. La medida estaba anunciada, pero no la explosiva envoltura. La tardanza en responder indica que no estaban tan preparados ante la eventualidad como presumían, quizá porque siempre vieron dicha amenaza como una forma de intimidar, negociar con ventaja e imponer condiciones. Respiraron aliviados al darse cuenta que tenían razón, aunque Donald Trump deja la espada de Damocles sobre sus cabezas porque no ha terminado con ellos. Los diez mil soldados en la frontera son solo el primer trofeo que piensa presumir a su base electoral.
Lo que de ninguna manera imaginaron y los agarró fuera de base son las razones dadas por la Casa Blanca al anunciar la imposición de 25% de aranceles: la “intolerable alianza” del gobierno mexicano con los cárteles que, por ello, gozan de facilidades para fabricar y traficar drogas que “han matado a cientos de miles de estadounidenses”, la cual “pone en peligro la seguridad nacional y la salud pública de los Estados Unidos”.
El rechazo a los aranceles genera consenso. Violan el T-MEC y afectan gravemente a la de por sí deteriorada economía nacional sostenida, en buena medida, por las exportaciones que, en su inmensa mayoría, van precisamente a nuestro vecino del norte. El tratado tiene mecanismos para tratar controversias y es una arbitrariedad inaceptable que un país unilateralmente decida cancelarlo hasta que se cumplan sus condiciones. La suspensión de su implementación es buena noticia porque detuvo, al menos por el momento, el peor escenario, pero seguirá siendo instrumento de chantaje.
En contraste, el otro golpe es distinto porque da en el blanco. Si bien es un pretexto y de ninguna manera justificaría los impuestos, apunta al talón de Aquiles del régimen obradorista. La acusación es muy seria, pero las evidencias sobran y las consecuencias más graves las padecen los mexicanos. El crimen está empoderado política, económica y territorialmente como nunca y eso no sería posible sin la connivencia en distintos niveles y ámbitos del Estado mexicano. Si bien no es un fenómeno reciente, nada le ha sido más propicio que los “abrazos, no balazos”. No es casual que su participación electoral sea recurrente, grosera y trágica. Baste decir que hubo 40 candidatos asesinados el año pasado y se vieron obligados a renunciar 7,400.
No tiene caso negarlo, la realidad aplasta todos los días al discurso complaciente que, con cifras maquilladas y manipuladas, sostiene que la violencia está bajando. Es verdad que, sin reconocerlo, el gobierno actual modificó en parte la estrategia y se notan algunos avances en drogas incautadas y personas detenidas, pero el problema es ya de tal magnitud que deben usarse otros parámetros para dimensionarlo. ¿Cuántos gobernantes están comprometidos por el financiamiento y la operación electoral de la delincuencia? ¿Cuántos alcaldes son rehenes del crimen organizado y deben entregarles presupuesto, policía y direcciones para que no atenten contra ellos y sus familias? ¿Cuántos servidores públicos de distintos niveles pueden resistir al dilema de “plata o plomo”? Si algo hemos aprendido estos años, para parafrasear a Mario Puzzo en voz de Michael Corleone, es que a cualquiera pueden matar.
No es porque lo quiera Trump, para él es instrumento de negociación y moneda de cambio, somos los mexicanos los que necesitamos con apremio que el Estado mexicano se desvincule del crimen, lo combata con eficacia y proteja a la población. La coyuntura abre una oportunidad, quizá única en el sexenio, para poner manos a la obra con ese objetivo. La historia no espera a que las condiciones sean las propicias, a veces el destino se presenta sin avisar.
Claudia Sheinbaum podría liberarse de tantas ataduras que le impusieron si tomara el toro por los cuernos y enfrentara la narcopolítica en sus esferas más altas. Claro, eso implicaría reconciliar al país, una empresa de tal magnitud requiere unidad. Un buen primer paso sería convocar a un diálogo nacional para retomar el camino pluralista y detener el despropósito de la elección judicial que debilitaría aun más el exiguo Estado de derecho. Se oye bien, pero yo no apostaría por ello. Que nadie se ilusione.