Teléfono rojo
En la víspera de la devastación que provocó el huracán Otis, releer las crónicas que otros colegas han compartido me despierta de nuevo una sensación de alerta.
Al revisar las fotos y videos que hice el año pasado, y que sirvieron para las notas que redacté como reportera para Quadratín Guerrero, llegan también sentimientos encontrados, no sólo por lo que iba hallando en mi camino, sino por lo que hoy tengo frente a mí.
Hace un año atestigüé la forma en que miles abandonaban aterrorizados la ciudad en la que vivo, cuando los equipos de emergencia y búsqueda, así como decenas de camiones con policías de la Guardia Nacional que llegaban el jueves 24 de octubre de 2023 a Acapulco, cuando se ponía el sol.
Ante todo ello, la rapiña que no se detenía y nadie la detenía.
Recuerdo cómo inició mi búsqueda de otros datos a la risible cifra de personas fallecidas que el gobierno federal ofreció en las primeras dos semanas, de la inverosímil cifra por decenas de personas desaparecidas y ante la falta de cifras por los cuantioso daños en la ciudad.
Un año ya desde esa experiencia, de reconocer el amor y la generosidad de quienes fueron compañeros de tragedia y hoy son amigos. Nuevas amistades con quienes podemos vernos a los ojos y presumirnos sonrientes porque “estamos vivos” y “sobrevivimos”.
No obstante estamos a un par de días del primer mes del huracán John, una nueva tragedia que nos nubló la vida a quienes vivimos en Acapulco, considerado un paraíso y la joya mexicana del turismo internacional.
Acapulco quedó de nuevo cubierto de agua y lodo, hace casi un mes, pero esta vez hubo deslaves que dejaron intransitables las calles de las colonias populares y que siguen limpiando con miles de toneladas de tierra.
El huracán Otis nos arrancó techos, ventanas, hizo explotar los cristales de los automóviles y de las casas, desnudó los edificios más endebles e inundó parte de la zona Diamante. No hubo una sola vivienda en la ciudad en la que no se hubiera registrado algún daño.
Cobró la vida de decenas de marineros y capitanes que cuidaban las embarcaciones que tenían bajo su responsabilidad en al zona Tradicional del puerto, esa que no hemos vuelto a disfrutar porque aún sigue endeble, casi en terapia intensiva y en fase terminal.
Las personas, todas, compartían penosas historias de miedo y desesperanza. Otis exhibió la marcada desigualdad, las décadas de abandono en servicios públicos en barrios y colonias, pues todo era enfocado en la zona turística.
Entonces ese poderoso huracán categoría cinco cobró la vida, oficialmente de ¿52, 56, 68 personas? Las zonas populares no sólo quedaron sin árboles, sino que las precarias casas fueron completamente arrancadas y en algunas colonias hoy en día no hay viviendas, porque las familias no han logrado pagar a un albañil que les construya una barda, o cuele un techo que les permita resguardarse ante la llegada de otro meteoro.
Los apoyos de dinero en efectivo que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador entregó a los damnificados que fueron censados, encarecieron la mano de obra y los materiales haciéndolos inalcanzables para muchos de nosotros.
Vivimos durante más de seis meses un infierno por la falta de árboles, por las interminables filas para conseguir agua bajo el rayo del sol, para comprar gasolina o víveres. El infierno lo vivimos quienes nos quedamos en el puerto después de que los turistas y los visitantes se fueron.
Los meses subsecuentes, contrario a las versiones que el gobierno federal dio, fueron como si el tiempo se hubiera detenido, pues pasamos días sin señal de telefonía celular, sin servicio de luz eléctrica y luego con frecuentes cortes, y el incesante esfuerzo de miles de personas por reanudar una nueva cotidianidad, donde todo lo que conocíamos se había derrumbado o inundado.
Para profundizar la herida de Otis, lejos de curarla, hace un mes el huracán John acentuó las afectaciones que Otis dejó, pues la cantidad de agua que cayó en cinco días en Acapulco provocó peligrosos deslaves y fuertes corrientes de agua que destruyeron caminos, calles y carreteras, sepultaron viviendas de concreto y provocaron la muerte de 15 personas.
Cinco días que fueron como agonía para quienes vimos cómo el agua poco a poco subía el nivel.
Para esta segunda devastación, un nuevo y catastrófico huracán afectó a todas las regiones de Guerrero y dejó bajo el agua a la zona Diamante de Acapulco hasta alcanzar en algunas zonas como Puerto Marqués y el fraccionamiento Luis Donaldo Colosio, otros tres metros de altura.
El nivel que el agua alcanzó en algunas partes llevó a los prestadores de servicios turísticos a utilizar lanchas y acuamotos, y sacarlos de los sitios de descanso, para usarlos en el rescate de cientos de personas que de manera inesperada quedaron atrapados en los techos de sus casas.
Mucho se habla de que el corazón de la economía de Guerrero quedó destruido, provocando con ello que las familias afectadas de hace un año y ahora, encontraran en los bloqueos la única manera de ser escuchadas para recibir ayuda económica.
Pero las campañas terminaron y los apoyos, como quienes gobiernan la federación hace un año y ahora, no son las mismas personas.
Acapulco registra todos los días un bloqueo que trastoca la vida de sus habitantes, ya sea para exigir que los incluyan como damnificados en los censos del gobierno federal, o por la falta de agua, pues el sistema de abastecimiento quedó completamente destruido por John, lo que no alcanzó a suceder con Otis.
Al concluir la administración federal de López Obrador, la secretaria de Bienestar federal, Ariadna Montiel, quien fue ratificada por la presidenta Claudia Sheinbaun Pardo, vino a Acapulco con la actual presidenta nacional de Morena y entonces secretaria de Gobernación, Luisa María Alcalde Luján, para cerrar la entrega de apoyos a los daminificados, con pinturas multicolores para cubrir las fachadas de las casas en el anfiteatro.
A mucha gente le pareció el mejor final de la administración de López Obrador. Pero x onsidero que la pintura no resolverá la imperiosa necesidad de una vivienda segura, no suplirá un plan familiar y de auto cuidado ante desastres naturales, ni tampoco cambiará nuestra actual educación que trastoca los ecosistemas.
¿Por qué gastar en pintura y no comenzar el dezazolve de cuerpos de agua? ¿Por qué repartir dinero en efectivo y enseres de nueva cuenta y no diseñar mecanismos para evitar una nueva inundación? ¿Por qué legitimar las invasiones de sitios que en otras administraciones fueron declaradas como zonas inhabitables, como es el caso de la unidad habitacional Campestre de la Laguna, en donde los actuales políticos locales sólo van y les dicen que “no están solos”? ¿Por qué mantener negocios sobre la zona federal, en la franja de arena de playa de Puerto Marqués y Revolcadero, siendo históricamente irregulares?
Se había advertido que ante la inminente manifestación del cambio climático habría fenómenos hidrometeorológicos más fuertes que modificarían la línea de costa, pero nadie hizo caso. La advertencia la hizo el meteorólogo Roel Ayala Mata hace 15 años.
Se había advertido que Acapulco sería una de la ciudades que quedarían bajo el agua por el deshielo de los polos y que la zona Dorada desaparecería. La realidad nos muestra que también así será con la zona Diamante.
Se había advertido que la naturaleza recuperaría sus espacios y seguimos sin hacer caso.
¿Debemos contar las lamentables muertes y las pérdidas económicas para medir fuerzas con la naturaleza?
Hemos aprendido a ser rescilientes a pesar de todo pero, ¿dónde queda la salud mental? Ya hasta mis tres perros se alteran con cada lluvia, con cada ventisca, con cada trueno o relámpago.
¿Somos realmente capaces de soportar otro huracán bajo estas condiciones? ¿Cómo establecemos una tregua con la naturaleza y nos resolvemos a coexistir?
Tengo más dudas que respuestas porque hasta este día, no he definido si mantengo o cambio mi código postal. La temporada de lluvias no ha terminado, pero mis vecinos sólo comentan: “ahí viene otro huracán”.
Seguimos limpiando nuestras casas y recuperando lo que John nos dejó, lamiéndonos las heridas que Otis mantiene abiertas, pero estamos ciertos de que seguimos vivos, aún tristes y contrariados, pero vivos y completos, sin funerales cerca.
Lo que sí reconozco es la incapacidad disfrazada de desinterés de las autoridades por promover una cultura en materia de protección civil, por promover un cambio de hábitos consumistas o modificar hábitos enfocados en una verdadera educación del cuidado ambiental.
Tenemos mucho por cambiar, pero el cambio no será a partir de las autoridades porque han demostrado su incapacidad.
Nos falta fortaleza como sociedad, nos falta organización y por supuesto, contar con lo básico para dar el salto. Pero eso no lo lograremos solos, sino acompañados de estados que han sorteado tragedias como las que estamos atravesando.
El huracán Otis me recordó que seguimos teniendo gobernantes interesadas en la pura imagen de sus administraciones y con la mira puesta en la próxima elección.
El huracán John me ha llevado a aprender, a perder, a recibir, y a agradecer; porque a diferencia de Otis cuando salí por ayuda, en esta ocasión me quedé en casa y recibí a quienes con mucho amor, llegaron para ayudarme.
La sensación de que el tiempo se detuvo con Otis, lo tengo acá de nuevo. La gente sigue viviendo y nosotros por este lado, seguimos limpiando y llorando las pérdidas.
Una pérdida invaluable para mí, ha sido mi carrito Christopher, un Chevrolet Beat de cuatro puertas 2018 de donde salí ilesa con Otis, pero que no soportó el embate de John.
Chirstopher fue un héroe antes, durante y después del huracán Otis. Los fuertes vientos que implacables, lograron voltear lo inimaginable, a mi carrito sólo le provocó algunas abolladuras y estrellaron ligeramente el parabrisas.
Cuando los vientos de más de 300 kilómetros por hora generaban dolor en los oídos de quienes vivimos esa experiencia, mi carrito se mantuvo sobre sus cuatro ruedas y, supongo que fue porque cayeron dos árboles que hicieron esquina en su parte trasera e impidieron que saliera disparado, porque luego que amaneció, vi al menos cuatro camionetas con las llantas hacia arriba. El viento las había volteado.
Christopher me llevó sin ningún problema a Chilpancingo y me trajo de regreso al puerto cargado de víveres y gasolina; fue mi refugio durante los días de desolación en Acapulco, cuando todo estuvo en penumbra.
Pero ahora, con el huracán John no pude salvarlo a él, como él lo hizo conmigo. En el estacionamiento donde pensé que lo salvaría, el agua y el lodo lo cubrió a más de la mitad.
El haber perdido mi carro, mis libros, mis muebles y mi equipo de trabajo, me han generado una sensación indescriptible. El agua se llevó 10 años de mi vida y la arrastró al mar, porque provocó dos socavones en la manzana donde esta la casa en la que vivo.
No recuerdo lo que sentí al pisar el suelo de mi casa cubierta de lodo. Lo que sí recuerdo es que de manera mecánica me quedé a limpiar lo que podía lavar y que comencé a tirar lo que no conservaría.
Dejé de creer en lo que el gobierno dará a los pobres, aunque vivo en la zona Diamante, donde las riquezas se ven a distancia, y donde nos acusan de saqueadores, abusivos y delincuentes.
Lo que no se dice, es que Puerto Marqués ha sido un pueblo donde históricamente se ha engañado a su gente; donde se mantiene una nobleza entre vecinos y donde a pesar de los engaños, la gente aún confía en sus autoridades. Ojalá que esta vez haya compromisos reales y dejemos de vivir en el rezago y la ignominia.