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La invención de la soledad de Paul Auster
Reseñar un gran libro es una tarea difícil, corremos el riesgo de omitir detalles importantes, de tergiversar el parafraseo de la trama o simplemente reseñarlo tan mal que quitemos al lector potencial toda intención de lectura. En situaciones como ésta, hay una frase popularmente adjudicada a Jacques Lacan que viene a mi mente; “Usted puede estar seguro de lo que dijo, pero nunca de lo que el otro escuchó”. Algo similar ocurre con las novelas. El autor publica, el lector configura, y el reseñista destroza. O peor aún. Corremos el riesgo de retomar el libro a partir de nuestra experiencia personal, de tal manera que usted no estaría leyendo una reseña del libro de Auster, sino de la vida de Alan Navarrete.
Por ello, querido lector, es importante advertirle: los matices de La invención de la soledad son mayoritariamente desoladores y desahuciantes. Por tal razón, sugiero, evitemos aquello que tememos; asimilar el texto como nuestra propia desgracia personal. De esta manera, podrá librarse del vacío, despersonalización y lejanía que Auster produjo en este humilde columnista.
Si usted decide hacer caso a estas recomendaciones, en consecuencia, podrá zafarse del oscuro submundo al que Auster nos adentra. Pero si, por el contrario, decidió ignorar las advertencias previas y haciendo caso omiso llegó a estos renglones y posteriormente al libro en sí, el submundo accederá a usted apoderándose de sus ojos y con ello, del matiz mismo de su existencia.
El texto es una catarsis personal que nos identifica; una introspección profunda que se emancipa de lo individual para conectarnos con nuestra primera y más básica experiencia colectiva. Básicamente, con los temores existenciales que no hemos superado como humanidad. Todos estamos solos y lo sabemos. Por ello es tan valioso buscarnos en cada texto. No hay nada mágico ni trascendental: sino la vida misma, mundana y llana.
Auster es ameno y divertido, y no por ello menos profundo. Usted puede identificarse con él y con la historia de su padre, quien se le describe como un hombre ajeno al mundo, distanciado de sí mismo. El libro juega con esta idea, es más común leer un “Él” cuando en realidad es un “yo”. Esta ausencia, estas ganas de irrealidad, este deseo de no-ser, se conecta con su primera infancia y se traslada del padre al hijo, y -suponemos- al nieto.
Los Auster, siendo una familia judía migrante asentada en un condado de los Estados Unidos, sufrieron una tragedia que se desvela conforme avanzamos en la trama. El trasfondo es: un suceso que puede marcar generaciones enteras. Sin más, Auster nos propone un viaje por varios traumas en una narración con interesantes interconexiones personales y con paralelismos entre “Él” y “yo”. Pasajes en París y particularmente Nueva York dotan de dinamismo la historia. No tiene desperdicio. Cada palabra es valiosa y el autor reivindica el uso del lenguaje.
Estamos ante una obra imperdible de la literatura contemporánea.
Se recomienda ampliamente.
Alan Navarrete. Acapulqueño. Catador de hamacas, politólogo y otros eufemismos.