Foro político
Carta al lector
Querido lector o lectora. Les doy la bienvenida a este espacio emergente en Quadratín. Esta columna, tan peculiar en nuestros días, tiene un propósito impostergable más allá de cualquier tipo de utilitarismo. Me explico con más detalle: el propósito de esta columna, es de suma trascendencia para nuestro Acapulco. No me malentienda, no es un asunto definitorio, sino una coadyuvancia sincera desde una trinchera poco explorada.
Y es que, el propósito de esta columna, es encontrar, a través de las historias, un nuevo sentido para nuestro querido Acapulco. Para entender esto, tenemos que recurrir a un ligero contexto histórico. La segunda mitad del siglo XX fue una época de grandes transiciones. Dos guerras mundiales habían reconfigurado el mapa geopolítico, dividiendo al mundo en polos opuestos y enemistados. El planeta entero vivía ansiedades nunca antes conocidas, la bomba atómica había estallado, revelando la capacidad sin límites de la humanidad para autoflagelarse. Derivado de esto, surgieron grandes corrientes literarias, artísticas y filosófica que darían forma y fondo a las nacientes inquietudes espirituales de la época. El existencialismo, como una de las más importantes, propuso que la esencia se constituye a partir de la experiencia. Nadie nace siendo, nos construimos en el camino; la esencia -el propósito-, llega después. A la par del surgimiento de estas nuevas concepciones, el hemisferio occidental adoptó de manera casi omnipresente la cultura estadounidense basada en el capital y la lógica de consumo. Un orden que anteponía el hedonismo como respuesta a la búsqueda de sentido ante la fragilidad de una paz armada y un apocalipsis tangible. Bajo este contexto, fue casi natural que el mundo fijara ojos en la opulencia americana y la enervara como una aspiración individual básica.
El mínimo común denominador. El sentido de una generación perdida. Ante el devenir de esta insaciable fastuosidad surgieron los meta humanos. Le élite política y económica que extralimitó los valores morales y espirituales del momento. Dios había muerto y el paraíso había que encontrarlo en esta vida. Acapulco nació de aquella búsqueda de placer. De aquella generación que se deshizo de Dios y encontró en el litoral guerrerense del sureste de México una bahía semi circular de clima tropical que sería su Shangri-La. Su Tierra prometida. Este fue el evento fundacional del Puerto. El evento canónico que carga con el peso connotacional de su nombre. La popularidad de Acapulco nos dotó de un propósito. Aún en estos días, hay quienes dicen que tenemos vocación turística. Es verdad, la tenemos. Pero no solo eso. En algún momento de la historia reciente Acapulco desvió el camino. Hace mucho alcanzamos el clímax y desde entonces no hemos detenido la caída. Nuevos centros turísticos surgieron, ciudades como Cancún, Vallarta o Los Cabos nos desplazaron. Sucedió un Paulina, un Ingrid y Manuel, una guerra absurda y, en lo más reciente, un Otis, la rapiña y después un John.
El regreso a la época de gloria, que ya se veía imposible, se alejó aún más ante la tarea de la reconstrucción. A pesar de ello, el peso del pasado recientes nos atrae cual fuerza de gravedad a buscar esa época desvanecida. Las políticas y los esfuerzos privados aún se justifican en el laberinto sin salida de esta narrativa. Aceptémoslo, el mundo cambió y la gloria no volverá.
Por ello, en Quadratín, hemos abierto un espacio para reflexionar nuestro lugar en la historia. Para reflexionar lo que ha sido y queremos ser. Volvamos al punto. Esta columna tiene como finalidad sugerir al lector materiales literarios que inciten un proceso individual de reconocimiento, para comprender nuestro origen, nuestro tiempo y nuestro propósito. Analizaremos, resumiremos y recomendaremos obras literarias pertinentes a este objetivo. Encontraremos, a través de las historias, la narrativa que construirá nuestro mañana. Encontraremos, a través de las historias, un nuevo sentido para nuestro querido hogar.
Alan Navarrete. Acapulqueño. Catador de hamacas, politólogo y otros eufemismos.