Sin mucho ruido
Alternancia caciquil
Somos testigos de una nueva época de corrupción y caciquismo político. La figura del líder político, independientemente de las siglas partidistas o de agrupación social, ha parecido tan autócrata, tan corrupta y, por ende, tan despreciada es la existencia de una cultura política arraigada a nivel estatal, según la cual muchos gobernadores se consideran autorizados a ejercer un poder absoluto y a incurrir en abusos de derechos civiles, violencia represora, gasto excesivo, falta de transparencia, cooptación de la prensa, desvío de fondos, nepotismo, machismo desenfrenado, impunidad y falta de empatía frente a las necesidades y el sufrimiento del pueblo.
Lo que hace a un cacique es la combinación de controlar los recursos, acceder a ellos discrecionalmente, actuar como jefe político y la intermediación. Sin embargo, aquellos dirigentes que mantienen sus relaciones políticas sin que necesariamente controlen los recursos vitales, se han nombrado hombres fuertes.
Es decir, aplicado a aquellos dirigentes políticos que mantienen una alta ascendencia social y política en un espacio sociopolítico determinado, cuya posición política rebasa el mero control de recursos y la influencia política de las instituciones establecidas, pero de los cuáles no depende directamente la política local de manera discrecional.
La cultura histórica del cacicazgo se puede resumir con unas frases cuyas variaciones fueron soltadas por tantos políticos revolucionarios que se convirtieron en una especie de lema. Por ejemplo “…en algún momento, ‘la Revolución me hará justicia’. Lo cual se traduce en, me pondrá en alguna posición institucional desde la cual pueda enriquecerme”. Puesto de otra manera, como expresa un dicho ya común por los años treinta: “No pido que me den, sino que me pongan donde hay”.
Otra, igualmente significativa que refiere al significado de “la moral”, escribió: “La moral es un árbol que da moras”.
La cuestión aquí es en qué medida esa cultura política ha sido transmitida a lo largo de las generaciones.
La palabra cacique es una corrupción de kassequa, vocablo arahuaco con que se denominaba a los jefes indígenas que encontró Colón en La Española en 1492. El término se llevó del Caribe al resto de las tierras conquistadas a nombre de la Corona española, pero también cruzó el Atlántico en el sentido inverso y se introdujo en el lenguaje político de la península ibérica. En realidad, una buena parte del proceso político de la España de la segunda mitad del ochocientos e inicios del novecientos giró alrededor de los caciques, es decir, de los personajes influyentes a nivel local que controlaron los votos que los partidos políticos nacionales necesitaban para sostener su juego liberal a nivel nacional.
Se puede afirmar entonces que los caciques han existido desde hace mucho y en contextos muy diferentes.
Lo que estamos viviendo en este proceso electoral en Guerrero es una reconfiguración del poder político en manos de caciques, de liderazgos sociales adquiriendo poderes ilimitados.
Aun cuando las instituciones caciquiles han variado con el correr del tiempo, pero, las formas caciquiles han sido las formas en que el ejercicio del poder o de la autoridad han incidido o afectado de manera más directa a la mayoría de los guerrerenses, incluso en el actual periodo.
Lo deseable para la salud cívica del Guerrero del siglo XXI es que el caciquismo, como forma de intermediación entre una comunidad o grupo y la autoridad formal, sea reemplazado de una vez por todas por organizaciones formales, sujetas a escrutinio público y a la responsabilidad ante la ley.
Ello significa que la sociedad civil puede y debe sustituir de manera definitiva al caciquismo como la forma de ligar al ciudadano con la autoridad. Pero una cosa es el debería ser y otra lo que efectivamente será.
En un plano inmediato, lo que se percibe es que el poder caciquil intenta refugiar en los partidos políticos como es el caso del PRI y el PRD e igualmente en el resto. La permanencia de este viejo régimen puede llevar a la prolongación de los cacicazgos más allá de lo que su ciclo de vida a nivel nacional podría permitir. La siguiente fase de la democratización mexicana deberá ser una lucha conjunta de la sociedad y las nuevas autoridades, cuya meta debe ser la conquista de los reductos caciquiles y hacer del inicio del siglo XXI la tumba de esa vieja y, ahora, anacrónica institución.
Desde la colonia, Guerrero ha sido gobernado por éstos y ese hecho es precisamente el que ha obstaculizado su desarrollo, pues han privilegiado los intereses de grupo ante los de la población.
Datos socioeconómicos lo demuestran: de acuerdo con el Inegi, el 67 por ciento vive en pobreza extrema, cifra que se ubica por arriba de las reportadas por Chiapas y Oaxaca. La situación es dramática.
Si no se logra romper esa visión caciquil de la política, el estado seguirá siendo uno de los más corruptos y pobres del país, en el cual la gente se mantendrá como hasta ahora, al margen de la oportunidad de salir de la pobreza y del entorno de violencia extrema a la que muchos están condenados a vivir.
Cuando lo que cambian son las oligarquías, estas se fortalecen, diría la abuela.