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Médula
Los luceros que faltan
En las últimas décadas, se ha planteado la necesidad de impulsar el desarrollo de la región sur-sureste del país, donde se registran los mayores rezagos en materia de crecimiento, ingresos, pobreza, educación y salud.
Hasta ahora, la mayoría de las estrategias, políticas, programas gubernamentales y recursos han tenido alcances limitados para cerrar las brechas entre esa zona y el resto del país.
Los rezagos no sólo persisten sino que se acumulan, lo que se refleja en una falta de empleos e inversiones y en niveles de productividad sustancialmente más bajos que el promedio de otras regiones, lo que impacta en el crecimiento económico.
Un problema de entrada es tener una categoría clara de lo que constituye una región.
La más superficial tiene un enfoque meramente geográfico: se le adjudica al territorio que constituye una unidad homogénea en un determinado aspecto por circunstancias históricas, políticas, geográficas, climáticas, culturales, lingüísticas o de otro tipo.
Cuando hablamos de región debemos entender que se le denomina a cada una de las divisiones territoriales de un país que tiene las mismas características geográficas, económicas e históricas o culturales, pero no administrativas; se puede dividir a su vez en provincias, departamentos, por decir algo.
Sin lugar a dudas, la franja de la pobreza en el país o de mayor rezagos acumulado se ubica en la región sur que comprende Guerrero, Oaxaca y Chiapas.
El potencial geoeconómico estratégico delimita a la región Pacífico sur que integra a Michoacán con esas tres entidades con un mayor rezago económico y social.
Lo que Andrés Manuel López Obrador planteó en fechas recientes proyectos importantes para el sur-sureste y, principalmente, para las Zonas Económicas Especiales.
En 2015-2016 (última información disponible) el Producto Interno Bruto de las entidades más rezagadas en el sur-sureste creció significativamente menos que el promedio nacional (2.9 por ciento en promedio): Campeche, -6.5 por ciento; Chiapas, -1.0 por ciento; Guerrero, 2.2 por ciento; Oaxaca, 1.5 por ciento; Tabasco, -3.5 por ciento; y Veracruz, 1.5 por ciento.
En 2017-2018 la situación de esas entidades no mejoró; si ésta se aproxima por la evolución de la actividad industrial, esas seis entidades registraron tasas de crecimiento negativas en el año pasado y el primer bimestre del actual (con excepción de Guerrero en este año).
Vinculada con esa pobre evolución de la actividad económica, la productividad laboral —de la que uno de los factores determinantes es la educación y la capacitación, aunque no el único— también ha registrado contracciones sistemáticas en los últimos años.
En el primer trimestre de 2018 la de las industrias manufactureras disminuyó 6.8 por ciento a tasa anual en Campeche, 12.9 por ciento en Chiapas, 34 por ciento en Oaxaca, 10.7 por ciento en Tabasco y 12.1 por ciento en Veracruz; sólo aumentó de manera marginal en Guerrero (0.4 por ciento).
Hasta ahora, todos los gobiernos federales que prometieron mejorar la dinámica de la economía en la región, se limitan a la actividad turística, en cambios las empresas extrajeras que han puesto sus ojos en las cuatro entidades de la región Pacífico Sur, lo han hecho priorizando la riqueza del subsuelo y la diversidad de la biosfera.
Los anuncios de AMLO para la región sur-sureste priorizan el turismo pero también el desarrollo industrial lo cual se percibe paradójico, pues ambas actividades resultan ser excluyentes con frecuencia. El turismo nació como una necesidad de separarse, al menos temporalmente, de las condiciones de vida que genera la actividad industrial.
Hasta ahora la propuesta de AMLO se desplaza dentro de los márgenes neoliberales. Quizá, cuando se abunde en detalles, podamos hablar de un modelo de desarrollo para contrarrestar la pobreza en las entidades mencionadas y no para acentuarla.
No basta con ver el árbol, hay que verlo con el bosque, diría la abuela.