Teléfono rojo
Pan con lo mismo
El viernes de dolores o de crucifixión, inició para los ciudadanos otro viacrucis: Las campañas electorales 2018. Los cálculos más conservadores indican que de aquí al 1 de julio tendríamos que soportar aproximadamente 28 millones de spots por parte de las coaliciones y candidato que están incluidos en la contienda. Por ahora no los abrumo con los costos monetarios.
En realidad no tendría mayor inconveniente considerando que todo spot (mensaje publicitario, para evitar el anglicismo) o de corte político, tienen un fin: convencer al ciudadano para que elija la propuesta.
Pero desde 1994, partidos y candidatos decidieron usar la campaña negra y la acción política se volvió un mercado.
Partamos entonces del supuesto de que todo proceso electoral es un mercado. Los oferentes son los partidos políticos y sus candidatos mientras que los consumidores somos los ciudadanos. El político, es presentado como una mercancía. Un objeto cualquiera consumible. Para nada nos presentan a la persona que tendría que asumir facultades y funciones de mando.
El otro punto es que en la campaña publicitaria negra, no se habla de las virtudes y conveniencias del producto, sino de los defectos de aquel con el que se contiende. Estos se exageran o se inventan, se crean rumores.
En esta campaña todos nos han dejado claro que la lucha es entre populismo y el neoliberalismo que esconde su nombre. Los mismos que han planteado este dilema nos utilizan en término en sentido peyorativo ya que hacen referencia a las medidas políticas que no buscan el bienestar o el progreso de un país, sino que tratan de conseguir la aceptación de los votantes sin importar las consecuencias. Por eso diseñan programas que solo buscan generar clientela política, solo si se vota en favor de ese partido o candidato Recurren al uso del poder de manera facciosa y personal, quebrantan las leyes o las aplican con doble moral.
A estas alturas ya ustedes habrán encontrado similitudes. En México ya fuimos gobernados por el populismo. Primero en el periodo postrevolucionario, el PRI tenía otras siglas y vivimos un Maximato, un poder tras el trono, primero con Álvaro Obregón con Plutarco Elías Calles, así vivimos hasta 1982 cuando con Miguel de la Madrid se inició el periodo neoliberal cuyo máximo exponente fue Carlos Salinas de Gortari, el resto de los gobiernos presidencial hasta nuestros días ha sido la continuidad de la agenda neoliberal que heredó Salinas.
Con Salinas, los hitos históricos y medulares del nacionalismo económico pasaron a ser motivo de vergüenza del tricolor: las expropiaciones del petróleo y de la energía eléctrica. Y es que desde el salinismo, el PRI vive en contradicción con su ideal revolucionario y el de sus presidentes de la república.
Durante los periodos 1988-2000 y 2012-2018, los presidentes del PRI no combatieron la pobreza y la desigualdad. Usaron los recursos públicos para controlar el voto. Utilizaron los recursos públicos como instrumento de cooptación política y hasta de enriquecimiento personal de la manera más descarada.
Pero esta elección, los la campaña publicitaria negra de los propios candidatos, nos dice que para elegir solo podemos hacer entre el neoliberalismo y el populismo. Ambos ya se aplicaron en México y no han logrado superar las desigualdades sociales ni el crecimiento económico en la medida de las necesidades que reclama el país.
No estamos obligados a votar por lo mismo y eso es lo que nos ofrece la actual contienda política. Pero sí tenemos el derecho ciudadano de exigirles a todos los candidatos que nos digan con qué lógica piensan instrumentar políticas públicas para salir de este atolladero sin insultar o descalificar al contrario.
“Para sacar al buey de la barranca no hace falta tanto jaloneo” diría la abuela.